miércoles, 3 de febrero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 44

—Quiero hacerlo, Pedro. Tengo que hacerlo. Siempre he creído que, tal vez, si no me hubiera puesto malo ellos seguirían vivos. A veces te comportas de forma muy brusca conmigo, Pedro, porque creo que, en cierta forma, tú también me echas la culpa. Los Martínez se habían convertido en mis amigos, así que pienso que para mí también hay demasiado en juego.

—Como quieras, pero no digas que no te advertí.

Paula deslizó un brazo bajo los de los dos hombres y los acercó a ella.

—Ya vale de discusiones. Estábamos pasándolo muy bien y lo están estropeando.

—De acuerdo. Lo dejamos de momento, pero era algo que tenía que decir, en un momento u otro —dijo Pedro.

—Miren —dijo Paula liberando los brazos—. Rei nos está haciendo señales. Puedo ver las tiendas. El último en llegar tomará su café frío —dijo al tiempo que apretaba el paso y sacaba ligera ventaja aunque nunca ganaría. Las zancadas de Pedro eran demasiado grandes y, aunque Lucas era más bajo que ella, tenía una constitución delgada y fibrosa que le permitía moverse con agilidad por la nieve espesa. Al final, los tres alcanzaron juntos el campamento tres.

El café estaba caliente pero no logró calmar el miedo que Paula sentía en su interior. No temía por su vida. Era la sensación de que todo se terminaría cuando encontraran el cuerpo de Delfina lo que la asustaba.

Cuando encontraran a su hermana, estaría muerta. Ver para creer. Y eso significaba que después tendría que enfrentarse a sus problemas con el primo Pablo. Sabía que Mac le había conseguido un helicóptero pero no sabía si había llegado ya a Shyangboche. La comunicación era difícil y, si no podía decirle a Pedro que tenían un helicóptero, ¿cómo iban a bajar los cuerpos de la montaña? Por muchos sherpas y porteadores, sería un trabajo hercúleo.

Paula se sentó junto al fuego frente a Pedro y a Rei y los observó mientras hablaban. Pedro no había suavizado ni un ápice su actitud hacia Lucas desde que Paula había estado a punto de caer por la grieta. Esta le había preguntado por qué se comportaba así pero él no era un hombre propenso a desnudar sus emociones, ni siquiera a ella que había estado más cerca de él que cualquier otra persona.

Pero bueno, ella también tenía sus propios secretos, el helicóptero era el último que le reservaba. ¿Cómo podía culparlo? Tenía una desagradable sensación de que se estaba enamorando de un hombre que nunca compartiría sus sentimientos más profundos, ni siquiera con la mujer que amaba. ¿Estaba segura de querer vivir con alguien así? ¿Para el resto de su vida?

Pedro miró a Rei y asintió pero sabía que el sherpa no estaba contento. Él tampoco estaba muy alegre. Sacar los cuerpos iba a ser tarea difícil.

Paula no lo sabía pero entre las provisiones que Pedro había hecho llevar al campamento base, barritas, dulces, y otros bienes esenciales que todos habían agradecido, había dos bolsas especiales de un material más resistente para meter los cadáveres. En algunos lugares, como el corredor, sería imposible llevarlos a cuestas y habría que arrastrarlos o dejarlos caer rodando.

No le gustaba nada pero no encontraba otra solución al problema. El corredor caía hacia abajo. Al fondo, había una serie de grietas más profundas que las que habían visto en la cascada de hielo. Los cuerpos se habrían detenido en el borde de una de estas aristas que recortaban la montaña.

—No te preocupes, Rei. Rezaremos una plegaria a la diosa antes de salir y dejaremos que ella decida —dijo Pedro. Cuando los sherpas decían que estaban en el regazo de los dioses, era cierto.

—Le pediremos que nos proteja.

—Bien. Quiero que vengas con nosotros. Nuwa puede organizar a los otros mientras estemos fuera.

Pedro apuró el contenido de la taza, frío desde hacía rato.

—Eso es, Rei. Veremos qué nos dice, amigo. Algunos porteadores pueden acompañarnos en el corredor. Paula tiene el dinero. Puede compensarlos por ello. Podrán ayudar a transportar los cuerpos cuando pasemos la peor parte y lleguemos a las cuerdas fijas.

«Paula tiene el dinero». ¿Sería ése el motivo por el que Lucas no dejaba pasar la oportunidad de halagarla? «Admítelo», se dijo Pedro, «estás actuando como el gallo del gallinero. Has estado demasiado ocupado tratando de guardar el buen nombre de los dos y Lucas ha visto un hueco por el que colarse y no dudará en hacerlo».

Y aunque no corrieran tantos rumores sobre él, ¿qué posibilidades tenía de estar con una mujer como Paula? Por parte de madre, descendía de aristócratas españoles, una de las familias más influyentes en Argentina, dueños de muchos acres de tierra. Él sólo poseía un cobertizo medio derruido. Ella tenía dinero y él sólo deudas. Nunca funcionaría. Pero eso no quería decir que fuera a dejarle el sitio a Lucas. Y, desde luego, no iba a dejar de vigilarlo.

Pedro  estiró las piernas y se puso en pie. Cuando levantó la vista, vió a Lucas sentado junto a Paula. Aquel hombre nunca podría competir con él.

Siguió mirando a Lucas, que en ese momento se ponía de pie. Pedro vió que murmuraba algo al oído de Paula y, una rápida ojeada por encima del hombro le dió la razón. Mario Serfontien había llegado.

Lucas debía de sentir añoranza otra vez por que si no, no podía comprender que el joven prefiriera la compañía de Mario a la suya. El enorme africano de pelo claro contaba su vida a todo el mundo mientras que Lucas estaba lleno de secretos.

Eran estos secretos los que más preocupaban a Pedro.

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