domingo, 14 de febrero de 2016

Necesito Tu Amor: Capítulo 6

-Te quiero Pedro, te quiero más que a mi propia vida. Por favor, despierta. No me importa si lo haces para casarte con Giuliana  y para darle a ella los hijos que yo desearía tener. No me importa si me echas a patadas de tu vida cuando sepas que me he comportado como una idiota durante los últimos cinco días pero... despierta.

Su última palabra estaba inundada de desesperación y deseaba tanto descubrir algún signo de que la había escuchado que, cuando él se movió, Paula pensó que su imaginación la estaba jugando una mala pasada. Pero los músculos de sus brazos se estaban moviendo a espasmos y empezó a mover la cabeza de un lado a otro.

-¡Está despertando! ¡Fede, rápido! -gritó mientras apretaba el pulsador para llamar a las enfermeras.

Fede saltó de la silla totalmente despierto. Después de eso, todo pasó muy rápido. La enfermera llegó corriendo y pronto la siguieron un médico y otra enfermera, que echó a Fede y a Paula de la habitación. Después comenzó la espera; Paula andaba de arriba abajo mientras Fede  se sentaba y luego se levantaba, andaba un poco y finalmente se volvía a sentar. Cuando por fin apareció un médico por la sala de espera les sonrió. Era el mismo que había estado de guardia la noche que ingresaron a Pedro.

-Está despierto aunque un poco desorientado. Pueden verlo cinco minutos cada uno.

Fede entró primero. Cuando volvió a la sala de espera, en su rostro se reflejaba una expresión de preocupación.

Ella estaba desesperada por ver a Pedro y hubiera pasado por encima de Fede sin dirigirle una palabra si no hubiera sido porque él la detuvo agarrándola por un brazo.

-Espera, cara. Hay algo que debo decirte.

-¿Qué ocurre?

Fede tragó saliva compulsivamente y la miró a los ojos. La angustia que vió en sus ojos la aterró por un momento.

-¿Qué...? ¿Qué pasa? ¿Ha vuelto a entrar en coma?

-No. Él... -Fede inspiró profundamente- no puede mover las piernas.


Los ojos de Pedro estaban fijos en la puerta cuando Paula entró. Ella notó su breve expresión de desencanto al verla.

—Hola, piccola mía. ¿Te llamó Fede para que le hicieras compañía mientras esperaba a que me despertara?

Cuando Fede la llamaba «su pequeña», su corazón no se aceleraba de aquel modo...

Sonrió, complacida y aliviada al verle hablar con tanta coherencia, aunque no pudo articular palabra durante unos segundos. Ella se acercó a la cama; habían vuelto a colocar la barandilla.

—No hubieran podido mantenerme alejada —dijo con más sinceridad de la que la sensatez imponía.

—La enfermera perfecta. Aún me acuerdo de ese gato... —dijo él, arrastrando las palabras. Parecía cansado, casi exhausto.

—Fue una mascota adorable.

—Eso pensaba mi madre. Le dejó ser el amo de la casa —replicó él, hablando de un gatito que ella había recogido de la calle cuando tenía diez años.

—Patricia se puso furiosa conmigo y quiso llamar a la perrera para que se lo llevaran— dijo ella sonriendo, hablando de su madrastra, — pero tú no la dejaste.

—¿Qué tipo de gato tienes ahora?

Ella siempre había tenido gatos, normalmente animales abandonados y recogidos de la calle, pero una vez había tenido un perrito, un regalo de sus padres por su cuarto cumpleaños y había llorado a mares cuando murió.

—No tengo ningún animal.

No era por decisión propia. Ahora vivía en el campus y no le permitían tener animales, pero no tenía la intención de abrumar a Pedro con sus problemas, así que sonrió y se encogió de hombros.

—No me has preguntado cómo estoy...

Ella se agarró fuertemente a la barandilla para contener el impulso de tocarlo.

—Parece que el matón del colegio te haya dado una paliza durante el recreo.

Aquello le hizo reír y ella se alegró de oírlo. Después su gesto se tornó compungido.

—Mis piernas no se mueven —su expresión y su voz se volvieron planas de repente.

Ella no podía resistir la urgencia de tomarle la mano.

—Ya lo harán. Tienes que tener paciencia. Has pasado por una experiencia terrible y tu cuerpo aún no ha salido del estado de shock.

Su expresión aún seguía siendo impenetrable, pero le agarró la mano con fuerza.

—-¿Dónde está Giuliana?

Cielos... Paula se puso roja por haber olvidado llamarla.

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