miércoles, 24 de febrero de 2016

Necesito Tu Amor: Capítulo 41

—¿Por qué has hecho eso?

—He soñado contigo así.

¿Sería verdad?

—¿Has soñado conmigo? —no podía aceptar que el hombre que consideraba que tocarla era una obligación, soñara con ello.

Él no respondió y tomó un mechón de su cabello para utilizarlo como un pincel y «pintar» su cuerpo, prestando especial atención a los pechos y a los pezones. Él no pareció apreciar que su cuerpo era un poco más redondeado de lo que marcaban los cánones de belleza actuales. A juzgar por su expresión, no parecía importarle que fuera casi quince centímetros más bajita que Giuliana y que tuviera una talla más que ella de sujetador y de vestido.

Lo largo de su pelo le permitía hacerle cosquillas en el ombligo y lo hizo de un modo tan erótico, que pronto estuvo agitándose y moviéndose impúdicamente en una búsqueda inconsciente de aliviar la tormenta que batía entre sus piernas.

Ella quiso tocarlo, pero él la detuvo.

—No.

—¿Por qué?

—Esto es para tí, tesoro.

—Yo también quiero que sea para tí— replicó ella.

Él ignoró sus palabras, besándola en sumisión total a él. En italiano le dijo lo sexy que era, lo bello que encontraba su cuerpo y cada parte de él por separado. Algunas de sus palabras eran tan directas que la avergonzaron un poco, pero también le parecieron provocativas.

¿Por qué no la tocaba donde ella lo necesitaba?

Ella se dió cuenta de que había realizado la pregunta en voz alta cuando él se rió y contestó:

—Todo a su momento, tesoro. Para hacerle el amor a una virgen no hay que apresurarse.

—A esta virgen no le importará, ¿eh? —le aseguró ella.

Él volvió a reír y continuó con sus caricias enloquecedoras. Ella gritó de alivio cuando su boca se cerró sobre uno de sus pezones, pero el alivio pronto se convirtió en una necesidad aún mayor. Él succionó hasta que ella lloró de deseo y le suplicó que parara.

Entonces pasó al otro pecho y un momento después ella era puro deseo.

Sus manos se deslizaron hasta los suaves rizos entre sus piernas y jugueteó acariciándola con suavidad.

—Me perteneces.

—Sí —¿cómo podía dudarlo?

Sus dedos se hundieron entre sus piernas para encontrar la evidencia de su excitación.

Ella abrió las piernas, sin preocuparse ya de si sus acciones delataban su fuerte necesidad de él.

Él la acarició como lo había hecho la última vez, rodeando dulcemente la flor de su feminidad y frotándola en movimientos repetidos hasta que ella acabó en un grito de éxtasis que siguió resonando en sus oídos mucho después de que acabara.

Su mano se detuvo, pero no la retiró. Ella se quedó inerte, preguntándose qué haría entonces.

Él la beso. Suavemente. Posesivamente.

Sus manos se movieron y ella sintió algo dentro de su cuerpo por primera vez. La sensación fue increíble.

—¡Qué bien!— gimió ella.

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