lunes, 1 de febrero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 36

José  McBride levantó la vista del ordenador y respondió a la insistente llamada del teléfono.

—McBride.

—Mac, ¿eres tú? —dijo una voz con un eco lejano—. Soy Paula Chaves. No sabía tu nueva extensión y parece que haya pasado por media docena de operadoras. ¿Estás en París?

—Hola, Paula. No te preocupes por mí. ¿Has vuelto ya? Te esperábamos hace una semana. Juan está aquí y empezaba a ponerse nervioso al no tener noticias tuyas —Mac inclinó la silla ligeramente y miró por encima del hombro. La silueta de Juan Hernández se recortaba en la luz blanquecina que despedía la docena de ordenadores que lo rodeaban. El Centro de Inteligencia para la Seguridad Internacional era su creación. Tenían oficinas y agentes en todo el mundo y estaban abriendo más. Los agentes provenían de países que habían creado una alianza para luchar contra el terrorismo, dentro y fuera de sus fronteras.

—No. Estoy a medio camino del Everest. Y en caso de que me ocurra algo…

—¿Qué quieres decir con que en caso de que te ocurra algo? —Mac hablaba en voz baja pero su tono se mostraba ansioso—. ¿Estás metida en un lío?

—Tal vez. No lo sé. Déjame contarte el motivo por el que voy a subir a esa montaña —dijo Paula y, a continuación, le contó los pormenores de la carta, Magui y las extrañas circunstancias de su muerte. Ya estaba enterado de la muerte de su hermana y su cuñado. Lo de su primo Pablo fue lo que le llamó la atención.

—Maldita sea, Paula. ¿Por qué no me dijiste esto antes de marcharte?

—Pensé que podría solucionarlo. Ya me conoces…

—Sí, te conozco. Nunca pides ayuda a menos que te veas obligada —dijo él mirando de nuevo por encima del hombro. Juan se acercaba a él atraído sin duda por la tensión que despedía mientras hablaba con ella. A aquel hombre pocas cosas se le pasaban por alto. Por eso era el mejor en su trabajo.

—En el vuelo a Katmandú —empezó a explicar Paula—, comencé a pensar que las muertes no habían sido un accidente.

Juan pasó junto a él y le gesticuló con la boca «mantén la llamada» mientras Paula continuaba hablando.

—Estoy segura de que puedo confiar en Pedro Alfonso, el guía que subió con ellos, pero no creía que fuera una buena idea mencionar lo de la llave.

—Has hecho lo correcto. Es mejor que no le cuentes eso a nadie. Está claro que te has dado cuenta de lo que eso significa y por eso estás allí —Mac hizo una señal a Juan para que levantara el otro teléfono que le indicaba—. Alimentos Chaves tiene plantas de fabricación en casi todo el país. Si se hunde, estaremos hablando de un desastre.

—Te daré toda la información sobre lo que contiene la caja fuerte por si me ocurriera algo, para que te ocupes tú.

—Juan está escuchando. ¿Tienes tiempo para contárselo todo de nuevo?

Cuando terminó, Juan dijo:

—¿Sabes, Paula? Podíamos habernos ocupado de esto sin necesidad de que subieras al Everest. Ni siquiera tenías que haber ido hasta Nepal.

—Sabía que dirías eso. Tal vez por eso no te llamé antes. Pero mi hermana y yo dejamos muchos asuntos pendientes entre las dos y tenía que ocuparme de ellos. Ésta será la única oportunidad que tenga de hacerlo.

—De acuerdo, no curiosearemos pero, como dijo tu hermana, vigila tu espalda. Yo tampoco creo en las coincidencias y el escenario es una prueba. Te paso con Mac. Dile lo que necesitas y cuándo lo necesitas.

—Puedo pagarlo.

—Ya sé que puedes, Paula, pero eres uno de los nuestros y creo que lo que estás haciendo se puede clasificar como emergencia nacional. Cuéntale a Mac el resto y que se ocupe de todo.

—De acuerdo, Mac. Necesito información sobre helicópteros. Ví algunos en el aeropuerto de Shyangboche cuando llegué. No estoy segura de lo alto que pueden volar. Sé que traen provisiones al campamento base en el que estoy ahora, a cinco mil quinientos metros, pero no sé si la capa de aire será demasiado fina para que pueda subir mil metros más. Eso es más o menos lo que hay que subir para llegar hasta los cuerpos. Cuando lleguemos, no quiero volver y tener que dejar a mi hermana y a su marido en la montaña, y el terreno es bastante difícil. Hay muchas grietas.

—Paula, siempre supe que tenías agallas. No te preocupes. Haré las averiguaciones y te conseguiré un helicóptero. Sé que los franceses construyen el Alouette III, que se utiliza en los Alpes. Pero si hasta creo que la agencia tiene uno de ésos. Si es así, me aseguraré de que haya uno esperando en Shyangboche. Me pondré en contacto contigo cuando tenga noticias, y recuerda que estoy contigo. Si hay algún cambio, por pequeño que sea, llámame.

Cuando la comunicación se cortó, Mac se giró hacia Juan.

—¿Qué opinas?

—Creo que nuestra Paula está en más problemas de los que piensa. El dinero y el poder son la raíz de los problemas de la humanidad y nuestro trabajo es resolverlos. Así es que manos a la obra, Mac.

Mac sintió la terrible necesidad de decir «como usted diga, señor» pero ésa era la forma en que siempre lo afectaban las órdenes de Juan. Lo primero era lo primero. Tendría que comprobar los antecedentes de ese Pedro Alfonso para ver si era tan de fiar como Paula pensaba.


Paula  apretó el botón y cortó la comunicación con el lugar que se había convertido en su casa en los últimos años, París. Le habían pasado tantas cosas desde que llegara a Namche Bazaar que le parecía otro mundo, uno que estaba a mucha distancia.

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