miércoles, 3 de febrero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 43

Paula  llevaba en las montañas más de un mes si contaba el período de aprendizaje en el Ama Dablam y contaba con que ésa fuera la última vez que bajaban al campamento tres. El frágil puente de aluminio ya no le daba miedo después de todas las veces que lo había cruzado.

Estaban en el West Cwm, un lugar silencioso comparado con la cascada de hielo. Grandes grietas estriaban el suelo llano del valle pero no era necesario cruzarlas. La nieve era espesa, y gemía bajo el peso de las botas. Era la única parte de la ruta en la que Pedro había insistido que asegurara una cuerda con él y de esta forma podía caminar a su lado en vez de detrás de él.

La temperatura en el valle superaba los treinta grados por el reflejo del sol en la nieve. Habían tenido que quitarse las camisetas interiores y ponerse pañuelos de algodón bajo las viseras para evitar el sol en la nuca.

Unos días antes, habían estado en el campamento base recuperándose y haciendo tareas «domésticas» antes de emprender, de nuevo, la subida.

—¿Sabes, Pedro? Si les dijera a mis amigos de la embajada que me he pasado cuatro semanas sin darme una ducha, pensarían que me he vuelto loca.

Pedro torció la boca, prueba del guiño que le había hecho bajo las gafas.

—Sí, y justo cuando ya te estás acostumbrando al olor rompes la rutina dándote una.

—Aunque el chorro ha sido escaso y apenas templado, me ha parecido la mejor ducha de mi vida.

Pedro miró hacia atrás y Paula lo imitó. Lucas estaba a unos tres metros y medio de distancia. Pedro rozó con el antebrazo desnudo el de Paula al acercarse a ella.

—Yo también he disfrutado mucho de mi ducha, pero la tuya ha sido una absoluta tortura para mí. Hacer guardia junto al biombo consciente de que estabas desnuda ha sido la peor de las tentaciones. Me excité pensando en lo mojada y resbaladiza que estarías —dijo él sin aminorar el paso y la miró cuando terminó de hablar.

Paula se había sonrojado y sabía que Pedro se daría cuenta de los signos que evidenciaban la reacción de su cuerpo ante sus palabras. Sentía los pechos hinchados y los pezones erguidos parecían taladrar el tejido de algodón del sujetador. Pero lo que sentía húmedo y resbaladizo era el interior de los muslos.

—No me digas esas cosas cuando sabes que no podemos hacer nada al respecto. Hace mucho tiempo desde que hicimos el amor, ha sido más que una tortura.

—Bienvenida al club, Teddy. Cuando terminemos con esto, reservaré una habitación junto a la tuya en el hotel Cumbres y espero que nadie me vea salir a hurtadillas en medio de la noche.

—Estoy impaciente —dijo ella haciendo pucheros—, pero odio que tengamos que ir a escondidas porque considero que no tenemos nada que ocultar.

—Ya te lo he dicho. No estoy seguro de que no fuera Lucas quien empezó a esparcir el rumor. Sin embargo, no pasa nada porque nos comportemos amigablemente. Después de un mes en mutua compañía es natural, pero no podemos ir más allá. Así que deja de mirar mi miembro empalmado con los ojos muy abiertos durante la cena o lo echarás todo a perder.

Paula se echó a reír. Sería bruto… Pedro lo había hecho a propósito para cortar la tensión que flotaba entre ellos con tal intensidad que, probablemente, Lucas se habría dado cuenta.

—Puede que fuera porque te acababas de afeitar y no pude evitar fijarme en el semental que se ocultaba tras la barba.

—Recuérdame que me afeite todos los días.

Cuando Lucas los alcanzó, se reían a carcajada limpia.

—¿Qué es eso tan divertido?

Paula decidió apiadarse de Lucas. Le gustaba a pesar de las sospechas de Pedro.

—Hablábamos de lo que diría la gente que me conoce si supiera lo mal que olía cuando me metí el otro día en las duchas del campamento base.

—No te preocupes. Siempre me pareció que olías como una cachorrito adorable —dijo Lucas riéndose también.

Paula notó que Pedro se ponía rígido y una rápida ojeada le confirmó que tenía el vello de los brazos erizado.

—Quieres decir que huelo a bebé. Tengo que agradecérselo a Pedro. Él me dió toallitas de bebé. Me dió hasta su última caja. Sólo espero que no se me agoten antes de terminar.

—Puede que ya no quede tanto, Paula. Creo que estamos cerca. ¿Qué dices, Pedro? ¿Crees que hay suficientes cuerdas fijas y anclajes suficientes para llegar al corredor? Es realmente pequeño en comparación con el Hornbein.

—Tienes razón en eso. Apenas es un diminuto garabato en el mapa del Everest, pero aun así es duro. En cuanto a las cuerdas, sí, creo que hay suficientes. Sólo tendremos que llevarnos unas cuerdas extra para descender hasta el punto donde cayeron los Martínez. Eso no significa que vaya a ser fácil, de todas formas. ¿Estás seguro de que puedes hacerlo? No importa que hayamos tomado todas las precauciones necesarias, subir por la cara suroeste es muy arriesgado.

Pedro  se detuvo. Paula lo oyó tomar aliento para terminar de hablar. Cuando Lucas trató de decirle algo, Pedro le hizo un gesto con la mano.

—Para Paula y para mí, hay demasiado en juego como para no correr el riesgo. Tenemos que hacerlo. Pero, tú, Lucas, no es necesario que arriesgues tu vida cuando no vamos a llegar a la cumbre.

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