lunes, 8 de febrero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 60

—Bueno, también tenemos el informe de la compañía Chaves que prueba la conexión. Maldita sea, hay una foto en la que el primo Pablo está estrechando la mano a Mario.

Paula se sentía saciada después de tanto sexo. Era la frustración de saber que nunca podría volver a sentirse igual lo que le hacía estar tensa.

—Sabía que me resultaba familiar. ¿Quién habría pensado que una vez trabajó para mí? Y si Lucas  Nichols hubiera hecho su trabajo bien habría filtrado las llamadas de teléfono de Mario. Sus métodos están muy atrasados.

—Ya habló mi pequeña espía.

—Lo único que hago es traducir.

—Y por eso… —se detuvo cuando Paula lo amenazó con un dedo, riéndose— . ¿Ese tipo de cosas que si me hablaras de ello tendrías que matarme?

No le estaba dejando opción. Pedro  tendría que explicarle lo de Horacio Alfonso. Pero no hasta que salieran de la cama. Pedro no podría soportar verla alejarse de él cuando descubriera que era el hijo de un hombre que había vendido droga en la parte trasera de un coche de policía.

Los pecados de su padre lo habían visitado más de una vez en su vida. No esperaba que esta vez fuera diferente. Y aunque Paula lo pretendiera, no podría evitar que los tiburones de la prensa rosa hicieran de ella su siguiente presa.

El anonimato del que Paula había disfrutado en París antes del accidente no continuaría. No ahora que era extremadamente rica. Aparte de que Fernando no tuviera familia, Paula heredaría su fortuna junto con la de su hermana porque el disparo en el pecho demostraba que murió antes que su mujer.

Paula había dicho que tenía la intención de dejar su trabajo cuando regresara. A juzgar por la manera en que Mac y su jefe, Juan Hernández, habían hablado, sentirían mucho su marcha pero no era un trabajo que pudiera dejar alegremente sin hacer los informes debidos. Su amor por ella no lo había cegado tanto como para no ver que tenía responsabilidades con la organización igual que con Alimentos Chaves.

No necesitaría volver a trabajar. En poco tiempo, entraría a formar parte de círculos aún más selectos, con mucho más postín que los rigurosos agentes secretos con los que se había movido hasta el momento.

Era demasiado rica para él y eso era casi tan malo como Paula lo era para su equilibrio, algo que le parecía imposible de recobrar cuando ella estaba cerca. Pero ahora las aguas volverían a su cauce. Lo único que no podía olvidar era que Paula estaría mucho mejor sin él.

—¿Podría mandar a alguien a por mis maletas? Señorita Chaves, número 312. Saldré después de desayunar.

Dejó la zona de recepción con su aspecto impecable y su aire reservado de celebridad que quiere ocultar sus pensamientos a los medios de información que tanto preocupaban a Pedro. Cuando se despertó esa mañana, Pedro ya no estaba en la habitación.

Y en el momento que lo vió, su pose se disolvió y se mostró radiante. Seguro que una sonrisa no haría daño a nadie, se dijo.

—¿Quieres desayunar conmigo? —le preguntó.

—Suena bien. Tomemos algo ligero en la terraza, sí —dijo él sin devolverle la sonrisa.

—Tú primero —dijo ella.

Se preguntaba si Pedro se habría dado cuenta del cambio que se había operado en ella, cómo había cambiado su actitud desde que compartieron una comida en aquella misma terraza. Ya no era la mujer controladora y molesta de dos meses antes.

Pedro eligió una mesa al fondo, lejos de la entrada por la que fluían continuamente los clientes desde el vestíbulo.

—¿Te parece bien un croissant? —preguntó cuando el camarero se acercaba.

—Perfecto —dijo ella tragándose los nervios que la atenazaban, incapaz de recordar la última vez que se había sentido tan inquieta. Tal vez la primera vez que saltó un seto con su caballo, cuando era pequeña. No, hacía menos tiempo. Un año antes, Mac no había dado señales de vida durante más de una semana y nadie sabía si estaba vivo o muerto. Recordaba las miradas que los demás le echaban, como si hubiera algo más entre Mac y ella. Ella lo quería mucho, pero como a un amigo, el único al que había sido capaz de contarle la traición de Facundo.

La terraza estaba tranquila y su camarero era muy eficiente. Enseguida tuvieron una cafetera, croissants y todo lo demás en la mesa.

Paula esperó a que Pedro tuviera la boca llena de bollo y lanzó su pregunta.

—Ibas a decirme por qué casarme contigo sería la peor decisión de mi vida. Estoy lista para oírlo.

Pedro inspiró profundamente y casi se atragantó con el trozo de croissant con mermelada de mora que estaba comiendo.

—Debí haber pensado que no lo dejarías estar, claro.

Se limpió la garganta con un sorbo de café y rellenó su taza con la esperanza de que la cafeína hiciera su efecto, y dio un sorbo más del líquido negro, el mismo color que su humor. La última vez que le había contado a una mujer lo de su padre, una mujer de la que creía estar enamorado, le había faltado tiempo para dejarlo plantado.

—Cuando yo tenía trece años, mi padre se suicidó. Despeñó su coche por un acantilado.

—¡Pedro! Pero eso debió de ser terrible —dijo ella inclinándose sobre la mesa y tomándole la mano.

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