miércoles, 10 de febrero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 65

Lo más duro había sido redactar todos aquellos informes que la liberarían del CISI. Había hecho muchos amigos allí y por experiencia sabía que Juan seguiría vigilándola. Era algo natural teniendo en cuenta los secretos que conocía, secretos que podrían afectar a la seguridad mundial.

Miró hacia el monte Aoraki. Si se hubiera acordado, habría traído un poco de harina de cebada para tirarla al viento y algunas ramas de enebro para quemar. Las montañas que había a la espalda del albergue parecían aún más grandes que su diosa y si les hubiera rogado tal vez habría conseguido su bendición.

Pero era demasiado tarde. Ya estaba allí y tendría que hacerlo por su cuenta, como siempre. Aunque, tal vez ésa iba a ser la última vez que haría algo por su cuenta.


Ramiro y Luciana  le había dado a la familia mucho de lo que hablar, y por un momento, Pedro no se dió cuenta de que Mónica había entrado en la habitación.

—Señor Alfonso —dijo, y al momento cuatro pares de ojos se centraron en ella. Mónica rió y miró detrás de sí—. Creo que es al señor Pedro Alfonso a quien busca esta señorita.

Pedro estaba sentado con la espalda a la puerta del gran salón pero, a juzgar por las miradas de los demás, pensó que sería mejor que se diera la vuelta.

El corazón empezó a latirle con fuerza en los oídos en el momento que sentía un presentimiento enviado directamente por su hermano Federico. ¿Quién más podía saber lo que más deseaba?

—Paula —dijo levantándose de golpe de la silla y sintiéndose un poco torpe mientras se acercaba a ella.

Sin hablar, le acarició la mejilla con el dorso de la mano. Era de carne y hueso. Se quedó con la mente en blanco.

—Creía que no habías recibido ninguno de mis mensajes —fue lo único que se le ocurrió.

—Claro que los recibí. Te quiero, tonto.

Pedro  le tomó el rostro en sus manos. Era más hermosa de lo que recordaba y guardaba preciosos recuerdos de ella.

—Bienvenida a casa, osito.

Paula levantó la cara hasta que sus labios quedaron a escasos centímetros de Pedro y éste terminó de cubrir el espacio hasta rozarlos. Nunca le había parecido tan agradable el sabor de una mujer. Bebió de sus labios, sofocando la sed que había sentido en aquel desierto que había sido la vida sin ella.

Los pitidos del público les recordaron que no estaban solos.

—Sólo será un minuto. Hay personas que no crecen nunca.

Se giró hacia su familia, orgulloso de poder presentarle a todas aquellas buenas y generosas personas.

—Familia, quiero presentaros a mi socia anónima, Paula Chaves—«y pronto, mi esposa».

Paula  no protestó cuando Pedro la sacó de la habitación tras las presentaciones. Había sido bastante abrumador estar rodeada de cinco hombres altos y fuertes, todos ellos más altos que ella.

La condujo al vestíbulo que llevaba a la entrada.

—Me gusta tu fam… —empezó a decir ella pero no pudo continuar. En mitad del pasillo, Pedro se giró hacia ella y la puso de espaldas contra la pared. Las sonrisas que había mostrado delante de los otros habían desaparecido de su rostro, que se había convertido en una máscara de concentración.

La desagradable sensación de que Pedro no la quería allí se coló por un momento en su cabeza y no pudo evitar sentir que había fracasado. El miedo se apoderó de ella mientras Pedro la tomaba por las muñecas y las ponía contra la pared por encima de sus cabezas y apoyaba todo su cuerpo contra el de ella.

Todas las dudas que pudiera albergar desaparecieron como si nunca hubieran existido en el momento en que los labios de Pedro tomaron con ansia los suyos. Se dejó llevar arrastrada por un torrente de emociones que Pedro le transmitía.

Se había sentido vacía sin él pero ya nunca más sería así. Pedro llenaba todo el vacío que pudiera haber en ella. Segura ya de que había hecho lo correcto yendo a Nueva Zelanda, Paula le rodeó el cuello con sus brazos y lo abrazó con fuerza. Sus besos la colmaban, llenando todos los huecos que había en su corazón y su mente.

Había apostado fuerte al corazón y había ganado.

Sin aliento, gimió cuando sus labios se separaron, la respiración de Pedro entrecortada igual que lo había estado en lo alto del Everest. Tomó los brazos de Paula y los colocó de nuevo junto a los costados mientras ella lo miraba tratando de poner en su rostro una expresión capaz de explicar todas las emociones que estaba experimentando. Pedro lo resumió en una sencilla frase.

—Dios, osito, cómo lo necesitaba.

—Yo también aunque al principio simplemente me alegré de no haber roto ninguna de tus normas. Y después me sentí feliz cuando no me rechazaste.

—Olvida las normas. Seguiremos la corriente —dijo Pedro mientras le tomaba el rostro con una mano y la acercaba a sí—. Además, ¿cómo podría hacerlo? Ahora somos socios.

Le rozó los labios de nuevo y dejaron de hablar por unos momentos.

—Poco antes de que llegaras había tomado la decisión de reservar un vuelo y llamarte para decirte mi hora de llegada —continuó—. Estos últimos meses he estado rodeado de contratistas, albañiles, decoradores, fontaneros. No hacían más que preguntas y sin embargo nunca me había sentido más solo y vacío en mi vida.

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