miércoles, 24 de febrero de 2016

Necesito Tu Amor: Capítulo 42

Él sonrió, como el macho primitivo reclamando a su mujer.

—Será aún mejor —prometió, y su dedo se hundió aún más.

Increíblemente, su cuerpo respondió con un nuevo ardor y ella pudo sentir cómo su cuerpo se preparaba para una nueva explosión. Él intentó llegar más lejos, pero ella sintió dolor e intentó apartarse instintivamente, pero él no la dejó.

—Confía en mí.

Sus miradas se encontraron y ella asintió, con lágrimas casi en los ojos por lo incómoda que se sentía.

Su pulgar acarició su lugar más suave mientras que empujaba inexorablemente hacia delante hasta que el calor se hizo casi insoportable. Su boca acudió a su pezón izquierdo mientras empujaba la barrera y presionaba de una forma íntima que ella no hubiera podido imaginar en las actuales circunstancias.

El dolor se transformó en un increíble placer mientras le hacía el amor como un hombre experto en la materia.

El placer creció y creció hasta que todo su cuerpo empezó a agitarse en borde del climax. Entonces le mordió el pezón suavemente y todo en su interior se convulsionó de la forma más increíble posible.

Compararlo con fuegos artificiales hubiera sido demasiado poco, y con una supernova, demasiado distante para la intimidad que habían compartido.

«Amor» era la única palabra que podía describir la reacción de su cuerpo ante lo que le había hecho su marido.

Ella se agitaba cada vez que movía la mano, hasta que se quedó adormilada.

Lo sintió moverse a su lado y ponerse en su silla, pero fue incapaz de abrir los ojos para ver qué ocurría.

Después de un rato, ella no sabría decir cuánto, él volvió a la cama y sintió el roce suave de una toalla entre sus piernas. Ella se encogió, consciente de lo que él estaba haciendo, pero él la apaciguó con una caricia.

—Sssh, tesoro. Déjame hacerlo. Es un honor para un marido.

Aún recuperándose del otro «honor de marido» que acababa de disfrutar, se relajó y le dejó hacer, sintiéndose bien aunque un poquito violenta. Después, él la atrajo hacia sí y la rodeó con sus brazos sólidos y musculosos.

—Esto, lo que acabo de hacer, no es un deber para mí.

Recordando sus bellas palabras y sus besos llenos de pasión, ella lo creyó. Ambos se habían equivocado y habían dicho cosas que no sentían, pero a él le gustaba tocarla y lo había dejado muy claro. Ella sonrió, adormilada y contenta. Se acurrucó contra él y le dijo palabras de amor.

En el borde de la inconsciencia, ella lo oyó decir:

—Ahora no puede haber anulación.

Quiso preguntarle qué quería decir aquello, pero estaba demasiado cansada.

Paula despertó desorientada. ¿Por qué hacía tanto calor? No podía mover la cabeza.

Pero el pánico sólo duró un segundo, hasta que se dió cuenta de que lo que la impedía moverse era el peso del brazo de Pedro sobre su caja torácica. También tenía una mano colocada en actitud posesiva sobre uno de sus pechos. Pedro.

Sus ojos se abrieron de golpe y vió, a la cálida luz del sol italiano, la forma acostada del hombre que estaba a su lado. Ninguno de los dos llevaba nada de ropa, aunque la sábana lo cubría hasta la cintura. De repente, ella se sintió alarmada.

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