lunes, 8 de febrero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 58

—Te he echado mucho de menos, cariño. Mucho —lloró y Pedro en ese momento le puso una mano en el hombro.

—Tienes que dejarla ir, osito. Es hora de decir adiós —dijo separándolas con ternura y devolviendo a Delfina a su hueco en la nieve.

Los sollozos de Paula le partían la voz. Tomó la mano de su hermana.

—Es duro decir adiós.

—No te queda opción, osito. Si no permitimos que el helicóptero salga, no conseguirá bajar de la montaña antes de que anochezca.

—He estado pensado en ello. Fue muy egoísta por mi parte esperar que otras personas arriesgaran sus vidas para que yo pudiera llevar a mi hermana de vuelta a casa. Creo que tal vez ella y Fernando deberían quedarse juntos. ¿Podríamos hacerlo? ¿Enterrarlos aquí, en la nieve? ¿O en la grieta?

—Claro, cariño, pero tienes que darte cuente de que la montaña está en constante movimiento. Tarde o temprano acabarán en el fondo del glaciar.

—Está bien —contestó ella sin poder evitar el hipo mientras trataba de recuperar la compostura—. Ya volveremos entonces y recuperaremos los cuerpos.

Pedro  no mencionó la presuposición implícita en el plural. Ayudó a Paula a ponerse en pie.

—¿Estás bien para venir a ver esto?

—Sí… oh, no. Se me olvidaba la llave. Imagínate —se rio con amargura—. Se me había olvidado.

Pedro la abrazó. Su risa era un poco histérica, incluso a ella también se la parecía. Estaba demasiado emocionada para sentir otra cosa que no fuera dolor.

—No te preocupes. Yo la recogeré.

—No, no. Yo lo haré. Debo hacerlo. Mi hermana murió por ello. Al menos, puedo guardarla por ella.

Se quitó los guantes para sentir la piel del cuello de Delfina temiendo que la llave se hubiera perdido en la caída, pero allí estaba, donde Delfina le dijo que estaría.

Se puso en pie y se colocó la cadena en el cuello. El metal helado ardía al contacto con su piel pero no le importaba. En su cabeza oyó a Delfina suspirar y sintió que su espíritu se aligeraba por primera vez desde que conoció la noticia de la muerte.

—Todo saldrá bien, mami. Esta vez, yo me ocuparé —y diciendo esto reunió el coraje necesario y se dirigió hacia donde Pedro estaba esperándola.

—Echa un vistazo a Fernando. He tomado fotos pero después de la forma en que he sufrido por rumores infundados, preferiría no ser el único que sabe la verdad ahora que Mario está muerto.

Paula  parpadeó sorprendida. El agujero en el pecho de Pedro no dejaba lugar a dudas. Conmocionada, retrocedió un paso. Lo mismo podría haberle pasado a Pedro o a ella.

—Lo sé —dijo Pedro malinterpretando el movimiento—. Debería haberle dado la vuelta. Entonces la razón de sus muertes habría sido obvia. La bala debió de entrar en su mochila. Si Lucas  encuentra el arma y coincide con la bala, tendremos la prueba definitiva de quién los asesinó. Creo que no hace falta decir que Fernando murió antes.

Paula asintió mirando al hombre a quien había culpado durante años por haberle robado a su hermana. Sabía que no merecía ese final. Había sido un peón inocente en el juego que el primo Pablo estaba jugando con sus vidas y ahora era hora de que ella gritara «jaque mate».

Estiró los hombros pero era incapaz de liberarse del peso, y era una carga que no podía transferir a nadie, ni siquiera a Pedro. Ya le había pedido demasiado. Dos veces en un mes un miembro de la familia Chaves había puesto su vida en peligro. Una tercera vez era esperar demasiado de un hombre que había empezado esa aventura con ella siendo extraños.

Una extraña que no quería saber que lo amaba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario