sábado, 20 de febrero de 2016

Necesito Tu Amor: Capítulo 25

Una carcajada masculina contestó a sus súplicas mientras empezaba a pasarle una mano por la pantorrilla. Le hizo cosquillas detrás de la rodilla haciendo que ella se encogiera, y después empezó a recorrer la parte interna del muslo. Sus piernas se abrieron casi instintivamente y él siguió con su exploración hasta que llegó al centro de su feminidad.

Ella dió un respingo por la sensación y gritó. Él volvió a acariciarla por encima de las braguitas y ella gimió, acercándose más a sus dedos exploradores.

Con el pulgar, él levantó la suave tela y la tocó de la forma más íntima posible, haciéndola temblar de miedo y placer. Ella nunca había hecho aquello y nunca había pensado que dejaría que otro hombre distinto de Pedro lo hiciera. Para algunas cosas era tan inocente como una adolescente.

-¿Qué me estás haciendo? -susurró ella.

-Amarte...

Aquella palabra sonaba tan bien. Ella podía imaginarse que él estaba realmente haciéndole el amor y que la tocaba para saciar su propia necesidad. Esa dulce idea incrementó su placer hasta la inconsciencia. En aquel momento, era como si Pedro la amase tanto como ella lo amaba a él.

Entonces él la obligó a levantarse; ¿ya había acabado? La sola idea hizo que la necesidad se hiciera aún más acuciante.

Pero él le bajó la cremallera de la falda y la dejó caer sobre la alfombra. Después le quitó las bragas a juego con el sujetador y dejó que se deslizaran por sus piernas hasta llegar a sus pies.

Ella se quitó las botas y los calcetines, deseando volver a la seguridad de su regazo cuanto antes, y su deseo se cumplió casi al instante, cuando él volvió a atraerla hacia sí y siguió probando la sensibilidad de su piel.

Él quiso probar la calidez de su profundidad con un dedo mientras acariciaba dulcemente con el pulgar la zona más sensible de su cuerpo.

Otra vez los gemidos, el temblor aumentó; su cuerpo parecía un volcán a punto de entrar en erupción. Ella se sentía al borde de un precipicio, deseosa por saltar, pero aterrada por los resultados.

-Déjate ir, cara mía -dijo antes de besarla con una pasión que sólo había sentido en sueños-. Dame el regalo de tu placer.

Ella llegó al clímax entre un estallido de fuegos artificiales y terremotos. El placer duró mucho y ella gritó y gimió, pidiéndole que parara y suplicándole que continuara. El siguió tocándola hasta que las convulsiones de su cuerpo casi la hicieron saltar de su regazo, pero ella estaba agarrada a su cuerpo con firmeza.

Paula intentó decir algo, pero era incapaz de articular una frase coherente, hasta que se encontró a sí misma temblando en una serie de clímax que la dejaron agotada y casi inconsciente en sus brazos. Él la atrajo hacia sí y llevó la silla de ruedas hasta su habitación. Allí la colocó sobre la cama y la arropó cariñosamente.

-Duerme, tesoro. Hablaremos mañana.

Paula despertó antes del amanecer sintiendo el tacto extraño de las sábanas sobre su piel desnuda. Sólo tardó un segundo en recordar todo lo que había pasado el día anterior. Se notó enrojecer al recordar cómo había permitido a Pedro tocar todos sus puntos íntimos y cómo la había hecho gritar de placer y suplicar. Y él ni siquiera se había quitado la chaqueta.

¿Por qué lo había hecho? Hasta el día anterior, Pedro nunca se había fijado en ella como mujer y ahora, de repente, le había hecho el amor con una pasión que la había dejado casi en estado comatoso. De acuerdo, técnicamente no había sido sexo de verdad, pero ella sentía que no podía haber contacto más íntimo.

Sólo al recordar el modo en que la había dominado hacía que su pulso volviera a dispararse. Había cumplido su fantasía de un modo tan espectacular, que podría vivir de recuerdos toda la vida.

Pero, si él quería casarse con ella, no tendría que hacerlo. Si ella accedía, él no se echaría atrás, tenía demasiado sentido del honor como para eso.

Pero realmente no podía desear casarse con ella. Giuliana lo había rechazado y él había respondido con la típica reacción Alfonso. Le había pedido matrimonio a otra mujer y le había hecho el amor para hacer crecer su ego. Pedro era un hombre machista y necesitaba sentir que era atractivo a las mujeres.

Paula se llevó la mano a los lugares que él había tocado el día anterior y que ahora se sentían deseosos de su tacto. No parecían haber cambiado... y sin embargo se sentía mucho más mujer, mucho más femenina. Pedro le había hecho ese regalo: la había hecho sentirse mujer de verdad.

Lo menos que podía hacer era darle a su vez el regalo de su comprensión como compensación. No utilizaría su reacción emocional del día anterior para atraparlo en un matrimonio que seguro no desearía tras haberlo consultado con la almohada.

Ella aplastó sin piedad sus sueños infantiles de ser su mujer y la madre de sus hijos y se levantó para ducharse e ir al hospital. Así vería a Pedro temprano y no tendría demasiado tiempo para preocuparse por todo aquello.

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