miércoles, 17 de febrero de 2016

Necesito Tu amor: Capítulo 18

Él la lanzó la misma mirada que hacía que los directores de banco huyeran despavoridos en busca de refugio, pero ella permaneció allí, inmóvil, con los brazos cruzados.  Se volvió al fisioterapeuta y le dijo:

-Dame algo que hacer.

El hombre se sobresaltó ante su tono de voz y Pedro  sintió una leve oleada de satisfacción al ver que, a diferencia de Paula, había conseguido intimidar al fisioterapeuta.

Paula  llamó suavemente a la puerta de Pedro, pero ninguna voz respondió.

Había tomado la costumbre de llegar después del desayuno y quedarse durante la sesión de terapia matinal. Tal vez ya hubieran bajado a Pedro a la sala de tratamiento... Llegaba algo tarde porque se había quedado dormida; el día anterior había sido agotador y se había acostado tarde.

Había ido y vuelto a Massachusetts en el día para recoger sus cosas del apartamento de la universidad, del que la habían echado. Su presentimiento de que el jefe de departamento no sería comprensivo con su ausencia se había cumplido, pero por fin había encontrado algo por lo que estar agradecida a la debacle que siguió a la muerte de su padre.

Cuando su madrastra vendió la casa, Patricia tiró todo lo que no quiso conservar y aquello significaba que las pertenencias de Paula cabían con facilidad en su coche y no tendría que pagar un guardamuebles.

Paula empujó la puerta de la habitación. No le importaba perderse la sesión; cada vez le resultaba más difícil de sobrellevar. El fisioterapeuta insistía en que Pedro se pusiera pantalones cortos de deporte y una camiseta ajustada, lo que dejaba cada centímetro de la musculatura de Pedro visible a su obsesivo escrutinio. Se sentía como una voyeur admirando su increíble cuerpo.

No pasaría nada si ella pudiera animarlo objetivamente, pero no era el caso. Quería y deseaba a Pedro desde los quince años y una parálisis temporal no iba a acabar con esos sentimientos. Se sentía como una amiga depravada.

Lo que vió al cruzar la puerta la dejó sin aliento. Pedro sentado a un lado de la cama, desnudo excepto por los calzoncillos más sexys que había visto nunca. No era que hubiera visto muchos, pero eso daba igual. Era Pedro. El único hombre importante para ella en todo el mundo.

-Yo... tú... la puerta -era incapaz de hablar con coherencia.

Giró la cabeza hacia ella y su mirada resultó reveladora. Estaba como hipnotizado.

-¿Pedro? ¿Qué...?

-Te cuesta pronunciar una frase seguida, cara.

Ella afirmó con la cabeza.

Su sonrisa se iluminó y sus ojos brillaron triunfales.

-Puedo sentir los dedos de los pies.

Tardó un momento en asimilar las palabras, pero cuando lo hizo cruzó la habitación en un segundo y se abalanzó sobre Pedro, que cayó de espaldas con sus brazos rodeándole el cuello.

-¡Lo sabía! ¡Sabía que podrías hacerlo!

Su firme y masculino cuerpo se agitó entre risas bajo ella.

-Píccola mía, ¿esto lo he hecho yo o il buon Dio!

Sus risas se entremezclaron.

—Un poquito cada uno, creo yo -dijo ella, sonriéndolo-. ¿Cuándo ha ocurrido?

-Me desperté antes del amanecer con un cosquilleo en los pies. Según avanzaba la mañana, he recuperado la sensibilidad.

La emoción se mezclaba con el alivio y la satisfacción.

-¡Oh, Pedro!

-No te pongas a llorar.

-Ni lo sueñes. ¡Estoy tan felíz! -dijo ella, consiguiendo contener las lágrimas.

Después hizo algo que no hubiera soñado siquiera si hubiera podido pensar con claridad. Lo besó.

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