lunes, 8 de febrero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 53

Pedro estaba muy contento. Todo el trabajo de montar cuerdas que habían hecho con anterioridad estaba dando resultados. La primera parte del ascenso se llevó a cabo sin dificultades. Dejó escapar el aire que estaba conteniendo, aunque no todo. Era demasiado pronto para relajarse y bajar la guardia.

—Detengámonos aquí a descansar —les dijo a Paula y a Rei. Costaba trabajo hablar. Cada bocanada de aire contenía menos oxígeno del necesario a pesar de haber hecho período de aclimatación. Por eso Pedro hacía frecuentes paradas para descansar.

En la última parte del viaje, apenas si habían ganado cincuenta metros de altura. Por debajo de ellos, la cascada de hielo se extendía hacia abajo dibujando blancas ondas en lo alto de otros picos menores. Era un paisaje hermoso aunque la travesía resultaba aterradora. Sin embargo, era el camino directo para llegar al lugar en el que estaban los cuerpos, trescientos metros más abajo.

Pedro tomó la cantimplora y bebió mientras echaba un vistazo a su alrededor. Paula se acercó a él y Rei se apoyó sobre uno de sus piolets. Habría tramos en los que iba a ser necesario utilizar dos.

La entrada en el corredor estaba a unos cincuenta metros del pico. Por eso, Pedro había consentido en que Fernando ayudara a Delfina a entrar mientras él rapelaba en busca de la bolsa de nylon en la que Delfina había estado sentada mientras descansaban. ¡Igual que en ese momento!

Aunque un nudo formidable se le había hecho en la garganta, Pedro revivió la cadena de acontecimientos de la anterior expedición.

Fernando lo había seguido hasta la parte superior. Los dos iban prácticamente doblados por el peso de las sacas con las cuerdas que necesitarían para cruzar la Arista Oeste. Pedro había dejado la suya en el suelo y se preparaba para sacar las cuerdas que iban a necesitar en el siguiente paso y Fernando ya se preparaba a hacer lo mismo.

Más despacio, Delfina  iba ocho metros más abajo cuando recordó que se había olvidado su saca con cuerdas. No había sido culpa suya. Él estaba al mando. Debería haberse dado cuenta.

El dolor por la pérdida de sus amigos lo golpeó de nuevo, fresco, como si no hubiera pasado el tiempo. Hacía más de siete semanas desde el accidente y la herida abierta seguía sin curar. Tal vez, hacer de nuevo la expedición fuera el bálsamo que necesitaba para restaurar su paz de espíritu, igual que le ocurría a Paula.

Si se hubiera dado cuenta de la saca faltante, no estarían allí en ese momento. Parte de la culpa que ardía en su garganta se centraba en la creencia de que si hubiera estado con los Martínez, podrían haberse evitado las muertes.

Pero entonces ni Paula ni él se habrían conocido y ahora no tendría que enfrentarse a la agonía que le suponía decirle adiós cuando llegaran a Namche Bazaar. Tenía que haber sido más fuerte y haber evitado que las cosas llegaran hastael punto en que estaban en ese momento. Paula habría discutido con él por semejante decisión, claro. No esperaba menos de la mujer que se había abierto paso hasta su corazón.

Pero Paula no sabía lo peor. No sabía nada del padre que había tenido. «La heredera y el hijo del poli corrupto». Sería un buen titular. No podía dejar que se pudiera relacionar a Paula con un personaje que tenía tan mala fama. Ya era bastante malo que alguien se diera cuenta de la pasión que hervía en cada mirada que se regalaban o que ambos ardían en deseos de tocarse.

Encerró todos aquellos pensamientos en el fondo de su cabeza. Era hora de continuar.

Mientras Paula y Rei preparaban sus mochilas, Pedro observó el borde superior del corredor.

—Parece que vamos a necesitar al menos dos o tres sacas de cuerda para subir.

—Iremos contigo —dijo Paula con una sonrisa. Pedro no pudo evitar pensar si le sonreiría igual si supiera que le había estado ocultando algo.

Rei apenas había dicho nada pero cuando habló fue directo al grano.

—Es demasiado fuerte para la señorita. Yo la llevaré abajo mientras Pedro va por la cuerda. No podemos usar demasiada —y como dándolo por hecho, Rei comenzó a organizar las cuerdas, los mosquetones y los clavos que Paula y él necesitarían para rapelar hasta el pie del corredor.

Pedro observó que Paula abría la boca para protestar y entonces se giró y habló antes de que ella hubiera podido decir nada.

—Rei sabe lo que está diciendo. La subida sería innecesariamente agotadora para tí. Si quieres que el helicóptero nos rescate antes de que anochezca, será mejor que vaya solo. Iré más rápido.

«Viaja más rápido el que lo hace solo». Una metáfora que se adaptaba perfectamente a la vida de Pedro Alfonso.

Paula dejó escapar un suspiro que formó una nube de vaho.

—Tú eres el jefe. Te veré abajo.

Pedro ya había cubierto la mitad del tramo antes de que ellos dos hubieran organizado la bajada. Había metido un clavo por el que había introducido su cuerda en el punto en el que había comenzado a subir. Si caía, el clavo evitaría que pasara de aquel punto. Sus manos trabajaban con fluidez, resultado de años de experiencia sobre el hielo.

Cubiertos dos tercios, alcanzó una protuberancia que le sirvió como repisa. Le permitió darse la vuelta para ver cómo Paula se preparaba para caminar de lado por el corredor mientras Rei preparaba las cuerdas para el descenso.

Hundió el extremo de su piolet un poco más arriba de la repisa sin problemas gracias al filo dentado que se agarraba con fuerza al hielo. Sujetándose en él, se apoyó para subir el cuerpo hasta el punto siguiente donde pudo meter la bota. Casi había llegado. Sonrió para sí imaginando la cara de Paula si se hubiera atrevido a hacer una carrera de aquello pero no, nunca la asustaría de esa manera. Ella estaría bajando con cuidado, de la forma que él le había enseñado, sin correr riesgos.

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