miércoles, 3 de febrero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 40

Empezó a toser y se tapó la boca con la mano. Tenía el guante tan frío como el aire pero le dio la fuerza que necesitaba para terminar. Tenía que encontrar a su hermana y la llave, no dejar que su cuerpo antepusiera sus necesidades básicas a la que debía ser su prioridad.

Deseaba volver a besar a Pedro, sentir su cuerpo cubriendo el suyo con toda su fuerza masculina, pero Pedro tenía razón en lo de los rumores. Ella lo había sentido en el campamento base cada vez que Pedro le presentaba a alguien que pasaba junto a ellos y comprendían quién era ella.

Tenía que dejar a un lado el sexo.

—Nadie que no haya estado antes aquí puede saber lo que es. No importa lo en forma que estés —y créeme, yo lo estaba— aclimatarse no es divertido. Así que no me ayudes más. A menos que esté cayendo por una grieta, deja que me las arregle yo sola.

Vió que Pedro palidecía. Estaba enfadado y no lo culpaba, pero si su truco funcionaba, habría valido la pena.

Pedro retrocedió, el ceño fruncido y la cara seria.

—No vuelvas a decir algo así, ni siquiera en broma. Y no te preocupes. A partir de ahora, guardaré las distancias —y diciendo esto se alejó, se aseguró con el mosquetón a la cuerda y no miró hacia atrás. Paula suspiró. Había aprendido lo que era la manipulación desde bien pequeña, pero ni siquiera su difunto padre podía tener razón siempre. Elegir al primo Pablo  no había sido una buena idea. Cuando regresara a casa llamaría a unos auditores para que revisaran las cuentas, tal como se hacía cuando su padre dirigía la compañía.

Paula  se aseguró también a la cuerda y usó el piolet para guardar el equilibrio cuando cruzaban zonas más complicadas, lo que ocurría casi todo el tiempo. Pedro no parecía tener el mismo problema. Iba pensando en ello y llegó a la conclusión de que debía de ser por sus grandes pies. Era lo que cualquiera esperaría de un hombre de su estatura, grandes pies, una gran nariz, grandes manos, un gran… se maldijo por haber llegado a esa parte. No quería hacerlo pero le bastaba con mirarlo y sólo podía pensar en… sexo.

Al fin, divisó unos bultos de color amarillo en el horizonte.

—¿Son nuestras tiendas? —gritó.

—Sí —dijo Pedro girándose—. Nuwa ha llegado pronto y si tenemos suerte nos recibirá con un regalo. El café nunca te habrá parecido tan delicioso. A cinco mil quinientos metros, sabe a gloria.

No eran los únicos grupos acampados allí. Mario Serfontien y los sudafricanos habían montado sus tiendas cerca de ellos y un equipo ruso lo estaba haciendo al otro lado.

Paula vió que Pedro fruncía el ceño y se giraba hacia Lucas.

—Esto está abarrotado.

¿Por qué Pedro estaba tan enfadado? A sus ojos inexpertos parecía que había mucho sitio.

—¿Qué importa?

—Es un problema de higiene. Algunos escaladores no son muy cuidadosos con el lugar donde echan los desperdicios. Lo más probable es que ésa fuese la razón por la que Lucas se indispuso la otra vez; a esta altura es muy peligroso.

Paula  se dió cuenta de que Lucas se acercaba muy a menudo a las tiendas de sus compatriotas y cuando regresaba parecía sentir añoranza de su país.

—Alimentos Chaves tiene una fábrica en Port Elizabeth. ¿Conoces la ciudad? —dijo Lucas y ya no pudo parar. Al momento, le estaba contando historias de Sudáfrica, preguntándose qué tendrían las montañas de Nepal para haberlo arrastrado tan lejos de casa.

Después de un día y dos noches, continuaron camino hacia el campamento dos sin salir aún de la cascada. Nunca había esperado encontrar tanto tráfico en la montaña.

Hasta el momento, se había adaptado bien. Correr le había hecho desarrollar más capacidad pulmonar y había aprendido a controlar su respiración. Estaba segura de que la estaba ayudando pero pasar a un nivel superior era como empezar de nuevo.

Pedro seguía fiel a su palabra. Estaba dejando que se manejara ella sola pero tendría que haber estado ciega para no reaccionar ante el hombre que le había enseñado tanto sobre ella misma sin casi darse cuenta.

Era producto de una educación privilegiada. Era duro olvidar todo eso en unas pocas semanas. Tenía un trabajo, sí, pero no era agente. Algunos días, sus horas se hacían interminables pero todo podía hacerlo en una oficina. En París, iba a correr, al gimnasio y al rocódromo; pero cuando terminaba se daba una ducha y se iba a casa, o tal vez a un spa moderno a hacerse la manicura y a arreglarse el pelo.

Nunca había tenido que enfrentarse al sacrificio del día a día que se requiere para llegar a ser un buen escalador. En aquellos parajes, no había posibilidad de descansar en una mullida cama como la que se había imaginado compartiendo con Pedro.

No tardó en darse cuenta de que su hermana había madurado como persona mucho antes de que Paula supiera que un estado así existía.

Al final del día, estaba cansada, muy cansada, pero no era el cansancio que sentía después de haber estado bailando toda la noche con gente como ella, que no tenía ni idea de que ese tipo de vida existía, y si lo sabían, no les importaba.

Sus experiencias le daban una noción más acertada de lo que significaba ser un sherpa, y vivir año sí año no en el Parque Nacional de Sagarmatha.

Hacia media tarde, Pedro se detuvo hasta que Lucas y  ella llegaron hasta él.

—Vamos a llegar a la última grieta de la cascada. Recuérdalo, Lucas—se detuvo un momento antes de continuar y la miró—. Ésta es la mayor, pero sé que puedes cruzarla. Sólo es un poco más larga. No dejes que la distancia te asuste. Sólo son unos pocos pasos más.

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