domingo, 28 de febrero de 2016

Necesito Tu Amor: Capítulo 55

Su expresión ya no era de sorpresa, sino calculadora, y ella no pudo soportarlo. No quería oír las razones de por qué deseaba amarla si no quería que ella lo correspondiera.

Era todo una cuestión de que él tenía que tener el control sobre ella, para aumentar su ego masculino. Y compasión. Se compadecía de ella porque sabía cuánto lo amaba, ya se lo había dicho una vez. Así que le hacía el amor por compasión. Tal vez también fuera una especie de pago por tener a su hijo.

Ella no quería ninguna recompensa. Quería ser amada. Dejó escapar un sollozo y escapó de sus brazos.

—Quiero tener mi propia habitación.

—¿Qué? —él se levantó como si lo hubieran golpeado.

—No quiero seguir durmiendo contigo.

Él apartó las mantas revelando sus boxers de seda granates.

—¡Ni hablar! Eres mi mujer y dormirás en mi cama.

Ella estaba tan enfadada, que no podía dejar de temblar.

—Soy tu incubadora —le gritó—, no tu mujer.

Su piel olivácea se tornó blanca y sus ojos parecieron cegados.

—¡No!

Él intentó alcanzarla, pero ella se giró con rapidez y se encerró en el baño.

Ella oyó un golpe y toda una serie de juramentos en italiano. Unos segundos más tarde, él llamaba a la puerta del baño.

—Sal de ahí, Paula.

—¡No! —sus mejillas estaban surcadas de lágrimas. No podía soportar la idea del sexo por compasión.

—Sal, tesoro. Tenemos que hablar —hablaba con una calma que no sentía.

—No quiero.

—Por favor, Paula.

—No... no quiero que me vuelvas a tocar —dijo ella entre sollozos.

—De acuerdo. No te tocaré.

—¿Lo prometes? —una parte de su mente era consciente de que su reacción estaba siendo desmesurada, pero sus emociones estaban fuera de control.

—Te doy mi palabra.

Ella desbloqueó la cerradura. Él abrió la puerta y se apoyó contra el marco. Tenía una expresión dolorida y apretaba las mandíbulas con fuerza.

—No soy un violador.

Ella lo miró sintiéndose mal.

—Ya lo sé.

—Entonces ven a la cama, esposa mía.

¿Era de verdad su esposa o tan sólo una fábrica de bebés? En ese momento no importaba. Agotada para seguir luchando, se metió en la cama y se arropó.


Él la siguió lentamente, con pasos cuidadosos y gesto de determinación. Ella se dio cuenta de que el golpe que había oído probablemente fuera porque él se había caído. Se sintió culpable a la vez que alegre por ver a su marido andar por primera vez desde el accidente. La felicidad mitigaba en parte el dolor por su rechazo. Cuando llegó a la cama, él se tumbó a su lado y ella apagó la luz.

—Tesoro.

—No quiero hablar —interrumpió ella.

—Tesoro, tengo que decirte algo.

—¡No! No hay nada que decir. Por favor, déjame dormir.

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