lunes, 8 de febrero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 56

Revivió las emociones que lo habían embargado mientras esperaba en lo alto hasta que los otros hubieron descendido. Si hubiera perdido a Paula, ¿La vida habría tenido sentido? Le parecía que no. Había necesitado que una tragedia casi hubiera tenido lugar para darse cuenta de algo que hacía tiempo debería haber sabido. Que la amaba con todo su ser. Eso no significaba que fuera a confesárselo. Sería mejor no decir nada, lo haría más fácil para los dos cuando tuvieran que separarse.

Porque eso era lo que iba a suceder.

Sin embargo, su decisión no logró reducir el ritmo cardíaco que golpeaba su corazón. Siguió a los otros y trato de fingir que amarla desde lejos sería suficiente, aunque ni su cabeza ni su corazón lo creían.

Si llegaba a los cien años, Paula nunca olvidaría el momento en que quedó suspendida en el aire mientras sus ojos buscaban, desesperados, los de Pedro.

Cuando oyó que gritaban su nombre, había tenido la seguridad de que era él quien había caído. Inmediatamente, sintió una punzada de dolor y de culpa. Si Pedro moría sería por su culpa. Ella, y sólo ella, era la culpable de convencerlo para llevarla a la escena de la tragedia.

Sintió como si el corazón se negara a seguir latiendo sin saber si Pedro seguía vivo. Cuando sus ojos se percataron de su figura vestida de rojo recortándose contra el cielo azul en la parte superior de la cornisa, su corazón empezó a bombear sangre de nuevo a todo su cuerpo. Estaba completamente conmocionada.

Rei había evitado que cayera. Su voz le había dado instrucciones urgentes hasta que consiguió tenerla sujeta, sonrojada y exhausta, en el punto de partida.

Aquel momento había sido muy tenso. No importaba lo que Pedro  le hubiera dicho, ni lo que protestara diciendo que no era lo suficientemente bueno para ella. Ella sabía que nunca podría querer a alguien con la misma fuerza abrumadora con que amaba a Pedro. Lo difícil iba a ser convencerlo de ello.

Cuando era joven, si algo le parecía difícil, su padre solía decirle: «Debes de haber sufrido un cortocircuito. La próxima vez lo harás bien». Dejaría en paz a Pedro hasta que cumpliera con sus obligaciones. Después, sería suyo.

Pero antes de eso, Lucas Nichols, tenía que explicar muchas cosas. Ahora que el incidente había pasado, lo que la preocupaba era por qué le había fallado su habilidad para leer la mente de los demás. No se había dado cuenta de lo calculador que podía ser aquel hombre, y todo en nombre de la verdad y la reconciliación.

Bueno, el infierno se helaría antes de que ella pudiera reconciliarse con él sabiendo que la muerte de su hermana y su cuñado podrían haberse evitado si los hubiera avisado de sus sospechas. Y desde luego no era por él por quien estaba allí escuchando las mismas excusas que le había relatado a Pedro.

Las emociones la invadieron cuando Pedro se unió a ellos y agradeció en silencio a la diosa que Pedro no tuviera que añadir su muerte a la culpa que ya arrastraba después de lo ocurrido a Delfina y Fernando. Y lo más trágico era que sus muertes podrían haberse evitado.

Pedro se mostraba serio y silencioso. Dejó las excusas de Lucas a un lado y, tomando la cuerda, empezó a dar órdenes para el siguiente descenso.

—Bien, Rei, tú irás primero, después tú, Lucas. Paula y yo nos quedaremos al final hasta que os veamos alcanzar la cascada inferior.

No habían pasado ni tres segundos desde que la cabeza de Lucas había desaparecido de la vista cuando Pedro se dirigió a Paula.

—Ven aquí conmigo —dijo soltando cuerda con una mano y haciendo un gesto con la otra para que Paula entrara en el círculo que formaba su brazo—. ¿Cómo estás, osito?

Escuchar el apodo cariñoso que Pedro utilizaba con ella le calentaba más el corazón que todos los absurdos halagos que Facundo solía utilizar.

—Mejor ahora que estás tú aquí —dijo ella levantando el rostro para mirarlo—. Y estaría mejor aún si me dieras un beso.

—Por mucho que quisiera hacerlo, y dejar que Lucas cayera, tendré que dejarlo por esta vez. Puede que sea una rata pero ya he tenido suficiente matando a un hombre hoy.

—Me conformaré con el abrazo —respondió Paula abrazándose a él—. Me has salvado la vida, Pedro. Si consigo superar lo que queda y consigo hacer que el primo Pablo pague por lo que ha hecho, será todo gracias a tí.

—Osito, no es para tanto. Parte del mérito es tuyo. Yo he matado a un hombre hoy. Es fácil para Lucas llegar a la conclusión de que Mario se lo merecía, pero para mí era la primera vez. Ahora que el caos ha terminado y veo que estás bien, vuelvo a hacer lo que mejor hago pero con un mal sabor de boca.

Paula  extendió la mano y le acarició la mejilla rasposa con un dedo enguantado.

—Pareces un verdadero un chico malo con esa cara sin afeitar, pero la diferencia entre esos dos y tú es evidente para todo aquél que te conozca.

—Gracias por el voto de confianza.

Sintió que la cuerda daba un tirón en su mano indicador de que su momento de asueto y conversación íntima había terminado.

—Bien, osito, te toca. Despacio. Con seguridad. Enseguida estaré de nuevo contigo.

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