miércoles, 10 de febrero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 66

—Te entiendo. Yo no he dejado de ocuparme de situaciones a cada cual más tensa y difícil pero sólo podía pensar en tí. Hubo un momento en que recé para que no me devolvieras el dinero que te había enviado y entonces llegó el contrato de sociedad y los informes y pude respirar tranquila de nuevo —Paula suspiró profundamente dando a entender el tremendo alivio que sentía ahora que todas las desagradables situaciones que los habían mantenido separados se habían solucionado. Aunque era difícil pensar teniendo el miembro erecto y caliente de su «socio» presionando contra su estómago.

Se deseaban tanto…

Pero Paula quería cerrar, antes de nada, todos los asuntos pendientes externos a su pasión para que no pudieran molestarlos mientras se dedicaban a los planes que ella tenía para ese día: hacer el amor sin parar.

—Puede que tenga que volver a Estados Unidos para declarar en el juicio del primo Pablo. De hecho, puede que nos llamen a los dos, a menos que llegue a un trato con el fiscal de la acusación. En cualquier caso, espero que esté en la cárcel mucho tiempo.

Se había sentido tan triste y solo durante tanto tiempo que ahora Pedro se limitó a darle un beso en la punta de la naríz.

—Me alegra oírlo. Lo que quieras o tengas que hacer a partir de ahora lo haremos juntos. No podría soportar otra vez estar lejos de ti durante tantos meses.

—Entonces te alegrará saber que Magui consiguió ponerlo contra las cuerdas. No sé cómo lo consiguió, pero obtuvo el número de la cuenta en un banco de Suiza a la que estaba desviando dinero de la compañía.

Paula metió un dedo entre el hueco de los botones de la camisa para tocar su piel. No era suficiente… Tenía que acabar de contárselo todo para poder tenerlo desnudo para ella sola.

—Y he vendido todas mis acciones de la compañía. Mi padre debe de estar retorciéndose en su tumba pero decidí que quería una vida, y si tenía que venir a Nueva Zelanda para encontrarla, lo haría.

Pedro  bajó la vista a tiempo para ver cómo Paula le desabrochaba el primer botón de la camisa y empezaba con el siguiente.

—Supongo que pensé que la tristeza no podía durar para siempre. Desde el día que nos conocimos, supe que eras una mujer que sabía lo que quería y cómo conseguirlo. Te prometí un tour. ¿Qué quieres ver primero?

Antes de salir de Estados Unidos, se había jurado no guardarle ningún secreto más como había hecho antes. La sinceridad ante todo.

—Quiero ver tu dormitorio.

—Me has leído el pensamiento —dijo él poniéndole el brazo alrededor de los hombros y acercándola más a sí. Juntos, recorrieron el pasillo mirándose a los ojos—. ¿Te importa que paremos en la cocina de camino?

—Si está de camino al dormitorio, vale —dijo ella frunciendo los labios y tirándole un beso.

—Está justo aquí —dijo cuando llegaron a un recodo del pasillo en forma de «T» y giraron a la derecha. Mónica estaba en la cocina ayudando a un hombre vestido de chef, con pantalón de cuadritos y chaqueta blanca.

—Hugo, Mónica. Quiero que conozcáis a la segunda mitad de mi equipo. Ésta es Paula Chaves —y se giró para murmurarle algo al oído a Paula—. Pronto Paula Alfonso.

Paula  se quedó con la boca abierta.

—¿Podrías abrirme una botella de ese espumoso que se está enfriando en la nevera? —le preguntó a Hugo con una sonrisa—. Y me llevaré dos copas para beberlo.

¡Menuda sorpresa! Era la primera vez que le pedían matrimonio en una cocina y con público. Lo mejor era que Pedro lo había hecho por su cuenta y riesgo sin que ella lo hubiera empujado a hacerlo.

—Hasta el final, última puerta a la izquierda —dijo Pedro siguiéndola con las copas de champán en una mano y la botella balanceándose en la otra.

—¿Te he dicho que ya he empezado los preparativos para el monumento conmemorativo para Delfina y Fernando? Mi abogado está ocupándose de los detalles. Pensé que era mejor dejárselo a un profesional aunque he elegido a la universidad en la que estudió Fernando para que otorgue las becas —dijo ella deteniéndose en la puerta que Pedro le había indicado—. Pensé en Colorado, que está menos de moda que Aspen, pero la decisión final la tomarás tú.

—Lo decidiremos juntos. Y ahora, abre la puerta.

Las bisagras bien engrasadas cedieron y la puerta se abrió en silencio. Paula se detuvo y miró a su alrededor con Pedro a su espalda. Notaba el calor que despedía su cuerpo y deseaba que tomara sus pechos en sus manos igual que hiciera la primera vez que se conocieron.

—¿Qué te parece? ¿Es lo que esperabas?

Los tonos de color azul grisáceo de las telas combinaban a la perfección y la madera oscura de la cómoda añadía el toque masculino.

—Sobrepasa mis expectativas. Esta habitación, toda la casa, las sobrepasa. Me enamoré de un montañero austero y he terminado con un hombre cultivado con unos talentos decorativos muy superiores a los míos.

Pedro se rió y las copas chocaron en su mano.

—Osito, tengo que decirte que confié en el talento de una decoradora de interiores para conseguir esto. Debo admitir que la preocupaba mi elección demasiado atrevida de los colores. Pero ahora que estás aquí sé que los elegí con tus propios ojos. Y los dos sabemos que cuando tú y yo estamos juntos somos una bomba sexual. Entra y echa un vistazo en profundidad.

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