miércoles, 10 de febrero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 64

—Qué buenas noticias, Luciana. Ramiro y tú han hecho un buen trabajo… —Pues aún hay más —lo interrumpió—. Tenemos un hermanastro.

El silencio cayó sobre el salón durante un segundo. Todos volvieron su atención hacia Jo, en espera de más datos sobre él. Todos menos Federico, cuyo rostro se había puesto pálido a pesar de su tono bronceado. Pedro entendía el dolor de su hermano, lo sentía como suyo. Probablemente, sólo él, por el nexo que compartían como gemelos, comprendía que la necesidad de Federico por arreglar los daños de Horacio se debía al gran amor que profesaba a su padre.

—Vale, vale, si me dejan se los contaré. Parece que ninguno de nosotros sabía nada de la vida paralela de nuestro padre. La aventura que hizo que lo mataran debió de empezar poco después de la muerte de mamá y duró años —los cuchicheos se alzaron pero Jo los cortó y continuó hablando—. Lo sé. Yo sentí lo mismo cuando me enteré, pero tenemos que recordar que papá no era el dios que todos creíamos cuando éramos niños, ni tampoco el villano en que trataron de convertirlo. Simplemente, era un hombre como vosotros.

—No me digas que era el mocoso que vivía en la casa de al lado.

—Lo dió en adopción. Sabiendo el hombre con quien se había casado, la mujer sabía que matarían a su hijo si su ex marido se enteraba. Fue una adopción privada hecha con un abogado. Nunca supo los nombres de la pareja. Lo único que le importaba era que era una pareja americana y sacarían al bebé de Nueva Zelanda, pero dijo que pensaba que el padre adoptivo iba a venir a finales de año a la embajada americana. Y ahí es donde empieza.

—Yo lo haré.

Todos miraron a Federico.

—Admitámoslo. Por mi trabajo, yo tengo más contactos en Estados Unidos que ninguno de nosotros. De todas formas —se encogió de hombros—, ya es hora de que eche una mano. Dime el año y me pondré a buscarlo en cuanto vuelva a la agencia.

Tras ese momento, la conversación se relajó y cambiaron de tema. Pedro empezaba a sentirse como la oveja negra de la familia al estar solo. No sabía si Martín pensaría lo mismo. Cuando todo el mundo se marchara para vestirse para la cena con la que iba a celebrar la apertura del albergue, iría a reservar un vuelo para Estados Unidos y llamaría a Paula para decirle cuándo llegaría. Esperaba encontrarla en casa. Sería tarde en la Costa Oeste. ¿Y si había salido con alguien?

Pensar en otro hombre lo torturaba. Después de que le hubiera pagado más dinero del que habían acordado, había pedido a su abogado que redactara un contrato de sociedad. Después, le habían enviado los papeles de la sociedad con la esperanza de que Paula no se negara a firmar, pero no fue así. Aunque lo cierto era que ni siquiera recibió unas pocas líneas personales acompañándolos.

Eso no evitó que le enviara cada cierto tiempo informes sobre el progreso del proyecto. Y al final, le había enviado hasta una revista en la que había insertado un anuncio en el que figuraba la fecha de apertura.

Tenía que admitir que había albergado esperanzas de que apareciera pero parecía que finalmente tendría que ponerse de rodillas y suplicarle. Y lo haría. También tenía que admitir que se había equivocado, aunque ella ya sabía que no era perfecto, sabía que no era la primera vez que se equivocaba con ella.

—Está acordado, entonces. Le dejamos el asunto del hermanastro a Federico. Luciana y yo queremos hacer algo más, pero como es algo que concierne a toda la familia, necesitamos que estéis todos de acuerdo. A través de ciertas fuentes con las que hemos estado en contacto dentro de la policía, queremos ofrecer una recompensa de cincuenta mil dólares a cambio de información sobre el tipo que mató a nuestro padre. Sabemos quién es, pero necesitamos pruebas.

—Yo voto por ello —dijo Pedro y un revuelo de asentimiento se levantó en la habitación.

—Si no les importa, me gustaría ocuparme de la cantidad. Es parte de mi regalo de bodas para Luciana. Le dije que la ayudaría a demostrar que habían tendido una trampa a Horacio. No nos dimos cuenta de que acabaríamos buscando a un asesino. Sólo necesito el consentimiento de la familia y podré completar mi regalo.


Paula condujo por el camino de entrada hacia el Albergue Namche Bazaar. Desde luego, Pedro era un sentimental al haber elegido ese nombre para su albergue.

La gravilla roja crujía bajo las ruedas del coche que conducía lentamente hacia la puerta mientras contemplaba el gran trabajo que Pedro había hecho. Aquel lugar no tenía nada del cobertizo medio derruido que le había descrito Pedro una de aquellas noches en Nepal.

Tras ingresar el dinero en la cuenta de Expediciones Aoraki, a Paula le había agradado encontrar en el correo los papeles para formar la sociedad. Y cuando los informes habían empezado a llegar, no había podido evitar sonreír pensando que sus deseos iban a cumplirse. La revista que le había enviado consolidaba el trato. Había aparecido en el correo justo cuando acababa de terminar el trato que la liberaría de Alimentos Chaves para siempre. Podrían mantener el nombre pero no a ella. Ella tenía que estar con Pedro.

Había tomado la revista como una invitación especialmente dirigida a ella y ahora estaba a punto de comprobar si había sido así.

Y esperaba que así fuera. Había echado mucho de menos a aquel idiota que había pensado que la forma de hacerla feliz era privarla de lo que más quería en el mundo.

En cuanto subió al avión con rumbo a Nueva Zelanda, había sentido una felicidad absoluta después de que lo peor hubiera pasado y Pablo estaba finalmente en la cárcel.

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