lunes, 1 de febrero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 38

—Me vendrá bien un té fuerte. Hablar de la higiene de las mujeres me ha hecho entrar en calor.

—Y que lo digas —dijo Pedro recordando su primer encuentro con Paula—. Pero recuerda que ella es la dueña de la chequera y tienes que tratarla con respeto.

—Puedes estar seguro. Veo que es una mujer independiente y ésas siempre me asustan. ¿Te has dado cuenta de que es más alta que yo?

Pedro asintió. Paula sólo medía un metro ochenta y siempre se estaba comparando con los demás.

—Me he dado cuenta, pero no hay duda de que es una mujer.

Uno de los rasgos más bonitos de Lucas era su amplia sonrisa. Partía en dos su rostro con una banda de dientes blanquísimos que resaltaban sobre la piel oscura.

—Ya me he dado cuenta, y eso también me asusta. Apuesto a que es una tigresa en la cama.

Pedro no podía culpar al hombre pero si se mostraba nervioso ante una conversación tan típicamente masculina podría levantar sospechas. Así que optó por decir:

—Me temo que eso nunca lo sabremos.


Paula se quedó muy sorprendida de lo rápidamente que se había acostumbrado a madrugar tres horas más de lo habitual. También Pedro estaba sorprendido, cuando la vio fuera de la tienda antes que Lucas y él, terminándose la barra de proteínas y la taza de té del desayuno.

Era de noche aún en el Himalaya, los frontales de la gente estaban encendidos, de forma que todos parecían Cíclope y su brillante ojo.

—Muy bien, señorita Chaves. Nos ha ganado esta mañana —dijo Pedro felicitándola en voz alta aunque cuando pasó a su lado susurró—: ¿Impresionando al nuevo?

Paula se quedó pensando a qué se referiría con aquello. No podía creer que Pedro estuviera celoso de Lucas. Para ella no había comparación posible.

—¿Por qué no empiezan a llamarme Paula? Dentro de poco seremos como trillizos unidos por el mismo cordón umbilical, y si hay un accidente, no me gustaría que perdierais el tiempo gritando «cuidado, señorita Chaves», cuando es mucho más rápido decir «cuidado, Paula».

—Paula entonces. Y tú puedes llamarme Pedro—dijo éste.

Paula esperaba que Pedro estuviera aplaudiendo en silencio por haberse colado sigilosamente por uno de los eslabones de la cadena de formalidad que había estado usando para mantener las distancias.

Cada vez que la llamaba «señorita» apretaba los dientes. ¿No era suficiente que tuviera que estar sola en la tienda, echando terriblemente de menos la compañía que habían compartido en el refugio? Echaba de menos oírlo hablar de las montañas que había escalado y de las aventuras que había vivido en compañía de Delfina y Fernando. Historias que la ayudaban a quedarse dormida.

Ahora, lo único que escuchaba eran los ruidos de los porteadores moviéndose fuera y el murmullo de Pedro mientras hablaba con Lucas en la otra tienda.

Lo echaba de menos.

Y no le gustaba dormir sola mientras su cabeza no dejaba de dar vueltas. No había tenido noticias de Mac aún, pero las cosas no eran fáciles. Tal vez cuando llegaran al campamento dos mientras se quedaban aclimatándose un par de días antes de avanzar hasta el siguiente. El plan era subir y bajar entre los campamentos hasta que se acostumbraran a la altitud. Cuando lo lograran, Pedro dijo que establecería un segundo campamento base en la cima del West Cwm. Y volverían a hacer lo mismo.

Pedro no había dicho que fuera fácil y ella se estaba dando cuenta de que nada que mereciera la pena era un paseo de rosas. La condición humana se crecía ante los retos.

Ang Nuwa había salido delante de ellos con un grupo de porteadores y los otros lo seguirían porque ellos no tenían problemas de aclimatación con la delgada capa de aire.

Pedro ocupó el puesto del líder mientras que ella iba a continuación, después Lucas y, finalmente, Rei. El suelo que pisaban era todavía de roca pero para cuando el sol saliera, estarían ya cerca de la traicionera Cascada Khumbu.

Allí comprobaría si le había servido de algo el entrenamiento.

—Pedro, has subido al Everest varias veces —dijo Paula—. ¿Has visto alguna vez uno de los famosos yetis?

—Lucas ha oído hablar de esas historias. Deja que te lo cuente él cuando lleguemos al campamento. Hasta entonces, reserva las fuerzas para subir. Las necesitarás.

Eso por distraerse. Tras ella, Lucas maldecía al levantar una piedra con la bota, lo que le recordó a Paula que tenía que prestar atención.

El vello de la nuca se le erizó. Se cerró bien la capucha pero no sirvió de nada. Tal vez se debiera a que aquel extraño iba detrás de ella. A pesar de lo que habían hablado la noche anterior, no sabía nada de él.

Sus facciones delgadas y bronceadas y el pelo oscuro lo describirían automáticamente como el tipo que lleva el sombrero negro en las películas del oeste.

Por delante, las luces de los demás equipos ya no parecían luces amarillas en medio de la oscuridad. La mañana había amanecido de un gris pálido teñido de rosa en la cumbre de la montaña por donde el sol se levantaba en el Tibet, lo que facilitaba la visión de lo que se le venía encima.

Sintió un nudo en el estómago por la excitación al pensar que podría estar a punto de conseguir su objetivo. Ella siempre jugaba a ganar.

Lo único que tenía que hacer era recordar que aquello no era más difícil que la primera vez que había tenido que saltar un seto con su caballo. Lo que había al otro lado era igualmente desconocido pero tenía que superarlo y eso haría.

Lo malo era no poder evitar escuchar la vocecilla que le decía: «¿Y qué pasará si no lo consigues?».

Era un consuelo saber que, si no lo conseguía, al menos Mac podría poner freno a la carrera del primo Pablo.

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