lunes, 8 de febrero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 57

Pedro  dejó una cuerda en caso de que las cosas con el helicóptero no salieran como se esperaba y la necesitaran para el viaje de regreso. No quería dar nada por hecho.

Cada vez que miraba a Paula no podía evitar sentir alivio. Bastante le había costado revivir uno a uno los movimientos que había hecho con Delfina y con Fernando el día que cayeron. Si le hubiera ocurrido eso a Paula…

La idea lo ponía malo. No podía evitar pensar que el escenario era de lo más propicio. No podía seguir así. Necesitaba tiempo y distancia para verlo todo con perspectiva, algo que no ocurriría a corto plazo.

Paula se mantuvo a un lado mientras los demás comprobaban el estado de Mario. Pedro le puso una mano en el hombro y la animó a ir con él.

—Vamos, acabemos con esto.

Paula nunca había visto un cadáver, al menos no antes de que lo hubieran adecentado en la funeraria. Mario se iba a quedar allí. Seguramente no habría nadie capaz de subir una montaña para llevarlo de vuelta a casa.

—Si es demasiado duro para tí, no mires, pero el juez puede que te pregunte por ello cuando le demos los datos. No te preocupes. Yo estoy contigo —dejó escapar un suave risa, algo de lo que no se habría creído capaz en semejantes circunstancias.

—Incluso te dejaré que me tomes de la mano.

—Como Lucas tiene más que temer de los medios de comunicación que nosotros, acepto.

Mario estaba más golpeado que Fernando y  Delfina así que no dejó que Paula se quedara por allí. Le dejó a Lucas una cámara.

—¿Has tomado suficientes fotos? —preguntó cinco minutos después—. Paula y yo vamos a bajar al lugar en el que descansan los otros cuerpos. Necesito la cámara para tomarles unas fotos.

—Si no te importa, Rei y yo buscaremos la pistola —dijo pasándole la cámara—. Voy a registrar el cuerpo y preferiría que Paula no lo viera.

—Bien. Paula, hay alguna grieta, así que pondremos una cuerda de seguridad. Estamos buscando una marca. Se trata de un piolet con un pañuelo atado al mango. Y si mal no recuerdo, está a varios metros.

Paula sabía que Pedro le estaba dejando encontrarlo. Estaba siendo cuidadoso, casi tierno con ella y sus sentimientos. Lo malo era que sabía lo que iban a encontrar cuando vieran la marca.

La marca del lugar de descanso de los Martínez no era nada llamativo, nada como lo que merecían. Nada de barras y estrellas, sólo un pañuelo congelado sujeto al mango del piolet.

—Aquí estamos —dijo ella y esperó.

—Delfina es la que está más cerca. Es ese bulto cubierto de nieve en el medio. Fernando está boca abajo. No quise moverlos. Lo único que hice fue comprobar su pulso y asegurarme de que estaban muertos.

Se giró entonces y Paula vió cómo se pasaba el dorso de la mano enguantada por la cara antes de continuar.

—Puede que suene duro, pero mientras descendía, recé porque hubieran muerto. Yo solo no habría podido bajarlos hasta el campamento. Y cuando los encontré, le di gracias a Dios porque su sufrimiento había terminado.

Pero ni siquiera Dios podría solucionar el problema de Alimentos Chaves, sólo ella. Se quitó la mochila y se arrodilló junto al cuerpo. Pedro estaba detrás de ella.

—¿Quieres que te ayude a desenterrarla?

Paula levantó la vista. Desde aquel ángulo, Pedro parecía muy grande, muy reconfortante, pero había cosas que tenía que hacer ella sola. La culpa estaba muy dentro de ella. Debería haberse preocupado más por la compañía familiar. Las dos deberían haberlo hecho, pero ella había sido la que se había ido a Francia en busca de nuevas emociones.

—Estoy bien. Ve a ver a Fernando. Una cosa antes de que te vayas —tragó con dificultad el nudo que se le había formado en la garganta—. ¿La reconoceré aún? Quiero decir, es la cara de mi pobre hermana… ¿se golpeó? —preguntó ella incapaz de preguntar si estaría ensangrentada y destrozada.

—No, murió antes de que las magulladuras salieran, y no creo que eso haya cambiado. No te preocupes, seguirá pareciéndose a Delfina.

—Gracias.

Empezó a desenterrarla. Descubrió primero un hombro, cubierto por el anorak verde. Reconoció el color por las fotos que Pedro le había enseñado. Siguió con el resto del cuerpo sin atreverse a descubrir la cara.

Lo que la detenía era la sensación de que allí acababa todo realmente y que no le quedaría más remedio que creer que su hermana estaba muerta. No habría camino de vuelta cuando viera la cara de Delfina.

La cara de su mami. Todos esos años sin verse para encontrarse así. Nunca tuvieron su viaje de compras por París, ni compartieron la risa que ella recordaba de los días antes de que Fernando apareciera en escena. Y ya nunca tendrían nada de eso.

Paula estuvo, a punto de cortarse con los crampones de las botas de Delfina, y la sorprendió pensar que no podía seguir posponiendo las cosas.

Reunió todo su coraje y comenzó a quitar la nieve pero no podía, y se detuvo a mirar cómo iba Pedro antes de continuar. Le había dado la vuelta a Fernando para tomar fotos. Enseguida se acercaría para hacer lo mismo con Delfina. El tiempo se le terminaba.

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