viernes, 26 de febrero de 2016

Necesito Tu Amor: Capítulo 48

—La mujer que la hizo me dijo que había tardado meses en acabarla. Y esto hubiera sido un precioso velo de novia —dijo, sacando una mantilla blanca comprada en la costa española.

Paula se sintió enrojecer ante la indirecta.

—En el registro... Los Alfonso no se casan en sitios así, sin amigos ni sacerdote que bendiga la unión, ni regalos... —Ana le colocó la mantilla sobre el pelo castaño y admiró el resultado— Sí, así es como tenías que haber estado el día de tu boda.

—Pedro no quiso exponerse a las miradas curiosas de los invitados estando  obligado a utilizar la silla de ruedas.

—Entonces tendría que haber esperado... casarse sin sus padres...—sacudió la cabeza en gesto de reprobación. Paula no dijo nada—Tenemos que planear una boda de verdad para cuando recupere la movilidad.

Paula  dejó escapar un sonido que podía ser interpretado como un asentimiento y Ana pronto se perdió en un mar de planes de boda a la italiana con todas las tradiciones y una bendición religiosa formal.

Dejó a Paula diciéndole que tenía que hacer listas y pensar muchas cosas, y ella no tuvo tiempo de replicar que, como novia, tenía que tener algo que decir en todo aquello.

Si su madre hubiera estado viva, habría hecho lo mismo que ella, sólo que hubiera llamado a Ana para pedirle consejo.

Paula fue a la biblioteca e intentó olvidarse de todo leyendo un rato, pero lo que había pasado por la tarde no la dejaba tranquila. Aunque estaba muy aliviada de que los padres de Pedro aprobaran su boda, le preocupaba que su claro desprecio hacia Giuliana causara problemas a Pedro.

Sus temores se justificaron más tarde, cuando Pedro y ella se cambiaron para bajar a cenar. Ella se cambió en el baño y se puso un vestido de seda marrón oscuro con un colgante y pendientes a juego en forma de rosa que había heredado de su madre. Se había dejado el pelo suelto, recogiéndose sólo una parte con un clip dorado.

Los ojos de Pedro llamearon al verla y después se tornaron heladores.

—¿Quieres avivar la imagen que mis padres tienen de ti de una mujer inocente, cara? —dijo con un sarcasmo letal en la voz, y el apelativo cariñoso sonó a insulto esa vez.

Ella echó una mirada a su vestido. No era muy distinto de los otros trajes que se había puesto para cenar los días anteriores.

—No sé a qué te refieres.

Sus cejas oscuras se arquearon sorprendidas.

—¿Ah, no?

—No —respondió ella apretando los puños.

—Giuliana se quejó de cómo Fede y tú la hacían sentir mal cara vez que iba al hospital, y yo no le hice caso, pero después de lo que mis padres y Fede dijeron ayer, me pregunto si ella vió las cosas con más claridad que yo.

Paula recordó las acusaciones. Se había sentido aliviada cuando Pedro no se tomó en serio aquellas mentiras, pero le molestó terriblemente que volvieran a resurgir ahora, cuando ya había suficientes asuntos dolorosos en su matrimonio. Por la expresión de su cara, Pedro no iba a creerla fácilmente, pero tenía que intentarlo.

—Tal vez tu hermano no la aprecie, pero eso no significa que no la tratara con amabilidad mientras era tu prometida. Te respeta demasiado para hacer lo contrario.

—¿Eso crees? —Pedro había avanzado hasta ponerse sólo a un paso de ella.

—Lo sé. Yo estaba allí, ¿no te acuerdas? —respondió ella, nerviosa por su cercanía.

—Sí, estabas allí, pero si ayudaste a mi hermano a quitarle a mi prometida su sitio a mi lado, no me lo dirás, ¿no?

La furia la inundó. ¿Cómo podía cuestionar su integridad? Giuliana era peor que un dolor y Paula se negó a entrar en su juego.

—Yo no le quité nada a nadie, porque ella no estaba allí en primer lugar. Cuando yo llegué al hospital, tu prometida — y recalcó bien esta palabra— no estaba disponible. Se había marchado mientras tú estabas en coma a pesar de que los médicos le habían dicho que tener a las personas queridas cerca podía hacer que recuperaras la consciencia. Si no me crees, pregúntale a Fede.

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