domingo, 14 de febrero de 2016

Necesito Tu Amor: Capítulo 8

—Dame un beso y no tendré que fruncir el ceño nunca más.

Ella arrugó los labios y dijo:

—¡Siempre pensando en lo mismo! Estás enfermo.

—Entonces bésame y haz que me sienta mejor —intentó él.

Una sombra atravesó sus ojos pero finalmente le ofreció los labios en un breve gesto de saludo. Él habría deseado más, pero le permitió dar un paso atrás.

—No estabas aquí anoche —dijo él.

Los ojos de Giuliana se llenaron de lágrimas y pareció dolida.

—Tu hermano y esa... —debía referirse a Paula— no me llamaron hasta horas después de que despertaras.

¿Por qué no habían llamado a Giuliana inmediatamente?

—Ellos estaban aquí y tú no.

Entonces ella estalló en lágrimas.

—¡Esa chica horrible! ¡Está obsesionada contigo! No se ha separado de tí. No había sitio para mí al lado de tu cama y la mitad del personal está convencido de que tu prometida es ella.

Él no podía imaginarse a Paula siendo tan cruel.

—Estás exagerando.

Giuliana  le dio la espalda y se cruzó de brazos.

—En absoluto.

—Ven aquí, bella.

Ella se volvió y lo miró con los ojos llenos de lágrimas.

—Ella mintió para entrar a tu habitación la primera noche. Les dijo que era pariente tuyo y ya no se marchó, como un parásito patético.

—Todo el mundo lo estaba pasando mal.

—Pero yo soy tu prometida. Quiero que le digas que deje de actuar así y que no pase tanto tiempo aquí, en el hospital. No quiero tropezarme con ella a cada instante.

—¿Estás celosa? —preguntó él, no del todo disgustado, sobre todo teniendo en cuenta su estado físico.

—Tal vez un poco—dijo ella arrugando los labios, con gesto experto.

—Hablaré con ella —prometió él.


Paula entró a la habitación de Pedro una hora después de despertarse. Era la primera vez desde hacía seis noches que dormía de un tirón. Fede había insistido en que se quedara en la habitación que había libre en su suite hasta que sus padres llegaran. Ella le había estado agradecida, puesto que el presupuesto no le llegaba para pagar un hotel de Manhattan o el traslado en taxi desde otras zonas de la ciudad más baratas. No le gustaba la idea de dormir en su coche ni de malgastar sus pocos ahorros de esa manera.

Pedro  levantó la mirada, sonriendo.

Ella se detuvo a unos pocos pasos de la cama.

—Tienes mejor aspecto.

Y así era: su piel no estaba tan pálida y sus ojos parecían más claros.

—Paula, tenemos que hablar.

Él se había enterado de que ella no había querido marcharse de su lado; sabía que lo amaba y la compadecía por ello.

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