lunes, 8 de febrero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 61

Un leve roce y los dedos de Pedro se convulsionaron como si hubieran sufrido un cortocircuito. Se preguntó si Paula lo habría notado y espero que no hubiera sido así. Sólo quería contarle toda la historia y no dejarse embaucar por su piel, suave como pétalos de magnolia.

Igual que el magnolio que había junto a la entrada de la casa en la que había vivido de niño. Fue sólo un salto desde allí a la imagen del coche de policía aparcado junto al árbol, y de ahí a recordar el día que salió corriendo, feliz, al ver que su padre había llegado pronto a casa. Recordó también cómo retrocedió al ver salir dos agentes con los rostros serios sin que se le ocurriera que estuvieran allí para informar de la muerte de su padre.

Paula no se había dado cuenta del alejamiento que estaba viviendo Pedro.

—Trece años es muy mala edad, llena de reproches hacia todos. Mira si no lo que nos ocurrió a mi hermana y a mí. La pubertad tiene la culpa de todo.

—Ahí no termina todo. La siguiente noticia que tuvo la familia fue que unos reporteros estaban asediando a mi abuela, acosándola a preguntas sobre la relación de mi padre con el mundo de la droga —dijo Pedro. Entonces fue cuando comenzó su odio por los medios de comunicación, cuando descubrió que una pluma podía hacer más daño que una espada. Apuró la taza—. Mi padre era un policía corrupto que se dedicaba al tráfico de drogas. La abuela Norma siempre me había parecido una anciana, pero a mis ojos de niño de trece años envejeció cien años más de la noche a la mañana. Aquello me disgustó mucho, me dolía ver lo que la insistencia de los periodistas le estaban haciendo. Cuando mi padre murió, ella fue lo único que nos quedó. Éramos cuatro chicos y nuestra hermanita, Luciana. Cada uno de nosotros ha sufrido de una forma u otra lo que nuestro padre hizo. Hemos sufrido por sus pecados.

—¿Y eso es lo que crees que va a hacerme daño? Lo que hizo tu padre no puede afectarnos ahora. Forma parte del pasado.

—¿De veras? Cuando mi hermano mayor decidió casarse y el padre de su prometida se enteró de la historia, hizo todo lo que pudo por romper el matrimonio, y lo consiguió. Martín lo pasó muy mal. Lo que hizo mi padre tuvo la culpa de que se arruinara su carrera como productor de vinos. La amargura no se va. Cada vez que aparece un policía enviado por Asuntos Internos, la historia resurge de los archivos de la hemeroteca. Puede que Nueva Zelanda sea pequeña, pero los medios de comunicación tienen buena memoria. ¿Tú también quieres ser la protagonista de esa basura de prensa rosa?

—Podría soportarlo si te tengo a mi lado —dijo ella apretándole los dedos y sintiendo que Pedro también apretaba los suyos.

Pedro se sentía como un idiota. Se estaba conteniendo de decirle a Paula, su osito, la mujer que amaba, lo que realmente quería. Tenía que contentarse con rozar sus dedos cuando lo que realmente deseaba era hacerle el amor igual que la noche anterior. Quería volver a oírla gemir su nombre cuando alcanzara el orgasmo en sus brazos, pero eso no volvería a ocurrir.

—¿Qué clase de hombre sería si dejara que sufrieras semejante acoso? —dijo él sacudiendo la cabeza—. De ninguna manera. No dejaré que ocurra. Ya es bastante malo que cuando vuelvas a casa, tanto Alimentos Chaves como tú personalmente seáis objeto de escrutinio público como para darle más motivo —y diciendo esto soltó su mano de la de Paula y tomó lo que quedaba de su croissant. Si comía no tendría que responder a más preguntas.

Además —continuó—, tengo que pensar en mi familia. Mi hermana se ha casado hace poco. Mi hermano gemelo trabaja en la costa del Pacífico desarticulando redes de drogas, intentando deshacer el daño que sabe que nuestro padre hizo. Lo siento, Paula. Mi padre ya nos ha hecho sufrir bastante y yo no puedo implicarte a tí.

Terminó el croissant pero lo salvó la llegada del recepcionista a la mesa.

—Señorita Chaves, su equipaje está en la recepción listo para ser conducido al helicóptero.

—Yo me ocuparé —dijo Pedro levantándose.

Paula lo miró con aquellos lindos ojos grises que lograban conmover su corazón.

—Lo siento, osito. Nunca debí dejar que te enamoraras de mí —murmuró a continuación.

—No necesité tu ayuda para enamorarme. Creo que la diosa tuvo algo que ver.

—Tienes razón. Probablemente fue por la altura. Cuando estés de nuevo en tu medio natural de vida, las cosas volverán a la normalidad.

—Maldito seas, Pedro Alfonso—dijo Paula enrojeciendo de la impotencia—. ¿Cómo te atreves a despreciar así mis sentimientos? —miró a su alrededor consciente del secretismo que Pedro le había pedido que guardara. Cuando terminó con el reproche, su voz bajó de tono como si hablar le doliera—. No se te ocurra despreciar mi amor por tí, Pedro. Yo no puedo, ¿cómo puedes hacerlo tú?

El dolor que le estaba causando a Paula se clavaba en su carne más y más profundamente a cada paso que lo separaba de ella. Nunca le había dicho que fuera a ser fácil. Sólo le había dicho que no había salida.

Las grandes aspas del Alouette III giraban mientras el corazón de Paula intentaba calmarse. Se frotó el pecho con los nudillos como queriendo calmar el dolor pero no lo consiguió. Nada podría reconfortarla.

—Me alegro de que tu amigo Mac haya venido para llevarte de vuelta a casa. Parece un buen tipo. Alguien como él es lo que necesitas ahora. Te protegerá de todo daño hasta que tu primo Pablo reciba su merecido. Me gusta. No te irá mal.

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