miércoles, 3 de febrero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 41

Paula se levantó las gafas hasta la frente.

—Si se supone que lo decías para darme ánimos, Pedro, no te dediques a la neurocirugía. Tus modales de compañero de cama apestan.

Pedro  también se levantó las gafas y le sonrió hasta hacerla derretirse, como si Lucas no estuviera a su lado. ¿Qué había ocurrido con la decisión de no dejar que nadie supiera que había algo entre ellos? Supuso que Lucas no contaba. ¿Acaso Pedro lo había descartado como el causante de los rumores? Tenía que admitir que era difícil comportarse como verdaderos extraños las veinticuatro horas del día.

—¿Intentas decirme que mis habilidades diplomáticas y mi tacto necesitan mejorar?

Deseó que Pedro no le hubiera sonreído de esa manera. Su costumbre de levantar una comisura del labio la hacían estremecerse. Debería haber previsto su respuesta antes de decir «modales de compañero de cama».

—Lo que quiero decir es que tienes que aprender a tranquilizar, no a asustar a la gente.

—En eso tiene razón, tío —interrumpió Lucas riéndose—. Ahora me estoy pensando dos veces si cruzar.

—Déjalo ya —dijo Pedro dando una palmada a Lucas en el brazo—. A Paula la podría pasar sobre los hombros pero a tí no.

—¿Qué quieres decir? —Lucas miró a Paula de arriba abajo—. Es más alta que yo.

—Sí, pero ¿no te has dado cuenta? Es una mujer.

Indignada, Paula quería apretar los puños pero le costaba con tanta ropa así que se puso a dar patadas en el suelo.

—Por todos los santos, basta ya, chicos. Puedo hacerlo y lo saben. Puedo con mi peso. No necesito que ninguno me lleve a cuestas.

Lucas le pasó el brazo debajo del suyo y la acercó hacia sí.

—Lo sabemos. Estábamos bromeando. No hace daño relajar tensiones. ¿Te habría parecido mejor que hubiéramos empezado a reírnos al borde de la grieta?

Pedro se colocó las gafas en su sitio y empezó a sacudir la cuerda para evitar que se hicieran nudos.

—Lucas podría estar riéndose encima de la escala sobre la grieta. Este tipo me ha tenido despierto con su interminable reserva de chistes malos y es incapaz de no reírse antes de terminar de contarlos.

—Lo he oído.

—¿Lo ves, Lucas? Has tenido a Paula despierta también. Sigamos antes de que se nos quede dormida.

Si alguien la mantenía despierta, era Pedro. Nunca se había sentido tan sola como cuando tenía que dormir en esa tienda tan vacía; nunca había sentido tanto frío como cuando no lo tenía a su lado. Lo echaba de menos. No sólo por el sexo, por muy fabuloso que fuera, sino también por escuchar su respiración mientras dormía.

En vez de dormir, Paula había pasado la noche tumbada con los ojos cerrados especulando sobre el futuro y lo que ocurriría una vez que recuperaran los cuerpos de su hermana y de Fernando Martínez.

¿Esperaría acaso que ambos se separarían y continuarían con sus vidas como si aquella loca pasión no hubiera tenido lugar, como si no la hubiera hecho responder como nunca le había respondido a ningún otro hombre?

No podía retroceder. A la primera oportunidad, dimitiría en su trabajo.

«¿Y después qué?».

Estaba en el regazo de la diosa, como había dicho Pedro, y esperaba que la estuviera mirando con bondad. ¿Acaso no le había rezado el día antes de abandonar el campamento base? Los porteadores habían plantado un poste del que colgaban banderolas de oración. Después, el lama había llegado y se había puesto a rezar al tiempo que golpeaba los tradicionales tambores. Antes de terminar, habían espolvoreado harina de cebada al viento y habían quemado ramas de enebro a modo de ofrenda para terminar cubriéndose el cuello con pañuelos blancos de seda. Un precioso ritual, sagrado por la esperanza que implicaba.

Pedro  cruzó la grieta el primero. Desde el otro extremo, Paula lo observaba deslizando las manos por las cuerdas. Sus grandes zancadas y su peso hacían que el frágil puente consistente en tres escaleras de aluminio se hundiera.

—Vale. Ahora tú, Paula, pero quítate la mochila. Después iré yo a buscarla cuando llegues sana y salva.

Lucas la ayudó a quitársela y Paula no puedo evitar un escalofrío cuando dejó de sentir el calor en la espalda.

—No te pongas nerviosa —dijo Lucas—. No es diferente a las demás que hemos cruzado. Pon un pie y después otro, y pronto llegarás al otro lado —y diciendo esto le dio un suave golpecito en la espalda—. Vamos. Respira hondo y ánimo.

Paula  pensaba que era fácil decirlo cuando no era él quien estaba al borde de la profunda grieta al fondo de la cual se veían las aguas verdosas de un río. Inspiró profundamente un par de veces y se preparó. Trató de calmarse. Sus pensamientos tomaron la forma de las palabras que utilizaba con los caballos. Lo único que tenía que hacer era darlo todo.

—Lo estás haciendo muy bien —decía Pedro cuando estaba llegando a la mitad, pero ella no levantó la cabeza.

Desde el otro extremo, Lucas también la animaba.

—Ya no te queda nada. Sabía que podías hacerlo. Eres una gran luchadora, Paula.

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