miércoles, 24 de febrero de 2016

Necesito Tu Amor: Capítulo 40

Una vez tomada la decisión, empezó a quitarse el camisón por encima de la cabeza.

Unas manos cálidas y seguras le tomaron los pechos cuando su cabeza aún estaba atrapada en la tela. La sensación fue tan increíble que todo su cuerpo se detuvo arrobado por la sensación. Y se quedó, literalmente, en la oscuridad.

Pedro le acarició los pezones con los pulgares, dibujando círculos  a su alrededor hasta que ella pensó que se volvería loca de deseo. Ella gimió y arqueó el cuerpo ante su tacto, con todo su ser concentrado en dos pequeños puntos y el placer que le estaban dando.

Él soltó una carcajada y una de sus manos abandonó su pecho. Ella hizo un ruidito de protesta y después sintió que le quitaba el camisón del todo. De repente pudo verlo y sentirlo, y lo que vio fueron unos ojos ardientes de deseo. Él se movió para atraerla a sus brazos y ella aterrizó contra los suaves rizos negros de su pecho, temblando por la reacción de sentir por primera vez su cuerpo sin más barreras que los boxers de seda.

—¿Estás bien, verdad?

Ella lo besó entre el cuello y el hombro, deseosa de probar la sal de su piel y oler su inconfundible aroma ligeramente picante.

—Sí.

El brazo que le rodeaba la cintura la apretó más hasta que le resultó difícil respirar. Él la soltó de inmediato, pero ella estaba tan orgullosa de la reacción que había provocado que repitió el beso, esta vez lamiendo delicadamente su piel hasta la clavícula. Él le acarició los pechos, pellizcando los pezones y enviando oleadas de sensaciones a sus lugares más femeninos.

La otra mano se movió hasta que llegó a la vulnerable suavidad entre sus muslos. Ella se encogió ante la caricia, buscando el placer que recordaba con ciega pasión. Él la acostó de espaldas y se puso sobre ella, acostado sobre un hombro.

—Quiero hacerte el amor.

—Sí.

El asentimiento apenas tuvo tiempo de salir de su boca, porque sus labios vinieron a su encuentro. Él inmediatamente se perdió en la profundidad del beso y tomó el mando dejándola sin aliento y deseosa de más. Mientras la besaba con fervor, ella se encontró totalmente a su merced, y sus manos la recorrieron de arriba abajo en repetidas caricias eróticas que la hacían desearlo aún más.

—Eres tan apasionada, píccola mía.

Desde luego, ella no se sentía pequeña, sino toda una mujer, pero tal vez su desinhibida respuesta no fuera buena idea. Quizá a él le gustase una pareja más comedida. Pensando en Giuliana, Paula pensó en que él debía estar acostumbrado a una pareja más sofisticada.

—No puedo evitarlo —respondió, avergonzada.

Si mirada era masculina y primitiva:

—No quiero que lo evites.

—¡Oh!

Ella se mordió un labio, preguntándose por qué había dejado de besarla y por qué su mano estaba quieta sobre su cintura.

Entonces él hizo algo muy extraño. Le colocó el pelo sobre la almohada, con tanta calma que ella estaba ansiosa cuando acabó.

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