lunes, 1 de febrero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 35

Pedro tenía la terrible sensación de un déjà vu. No hacía mucho tiempo, había estado sentado alrededor de un fuego parecido, planeando la ruta que seguiría en compañía de los Martínez, Lucas  Nichols, Rei y Ang Nuwa.

Contó las cabezas:  Paula, Rei y su primo. Las posibilidades no eran muchas contando sólo consigo mismo, dos sherpas y una absoluta principiante. No era una combinación que inspirara demasiada confianza. Apretó los dientes pero eso no evitó que la preocupación se instalara en aquel escenario.

No dejaba de preguntarse qué ocurriría si su suerte no era mejor esta vez. Parpadeó muy rápidamente en un intento por ahuyentar el pensamiento. Era difícil tener una actitud positiva y no podía evitar los repentinos ataques de preocupación. Lo peor era que no podía confesar sus preocupaciones a los demás.

—Bien, hablemos de seguridad. Nos mantendremos en cordada la mayoría del tiempo y utilizaremos ascendedores allí donde haya cuerdas fijas. En otras palabras, no correremos riesgos —dijo haciendo un gesto de asentimiento a Rei y Nuwa—. Sí, me refiero a todos.

—Lo que digas, jefe.

—Cuenta con nosotros, Pedro—sonrió Nuwa—. No correremos riesgos con la bella dama.

—Eh, chicos. Estoy aquí. Pueden  hablar conmigo, no de mí —dijo Paula suavizando la petición con una sonrisa. Se llevaba bien con los sherpas.

—No correremos riesgos. Punto. Y que les  quede bien claro: bajaremos de allí todos juntos, más los dos cuerpos. Nuestro mayor problema será cómo llevar los cuerpos de los Martínez hasta el campamento cuatro. La ruta de la cara sudeste no es lugar para porteadores —dijo Pedro asintiendo al grupo de hombres que lo escuchaban sentados alrededor del fuego—. Lo más probable es que los cuerpos sigan en el mismo sitio, en el regazo de la diosa madre.

No había discutido ese aspecto del trato con Paula pero esperaba que estuviera de acuerdo. La miró antes de empezar y cuando la explicación empezó a tomar forma se dió cuenta de que no sería así.

—Martínez y su esposa eran gente importante en América. Estamos hablando de mucho dinero pero los abogados no llegarán a ningún acuerdo si no encontramos los cuerpos. Quieren pruebas.

A Pedro no le gustaba tener que usar unas connotaciones tan mercenarias a la insistencia de Paula de que tenía que estar presente cuando recuperaran los cuerpos. De pronto, un frío helador lo invadió. Había visto a Paula engañar a Mario Serfontien. ¿Sería mejor actriz de lo que imaginaba? ¿Estaría siendo manipulado por una profesional, seducido para ayudarla? No le había hecho falta pensar mucho cuando le dijo que no sabía quién saldría más beneficiado con las muertes, como si no le importara.

Se maldijo por la dirección que estaban tomando sus pensamientos. Además, había tenido la última palabra al decir que su relación no iba a ninguna parte.

Todavía podía haberse puesto más en ridículo teniendo en cuenta lo que sentía por ella.

«Mira antes de saltar». Y él había saltado y metido las botas hasta el cuello. Cuando los planes de Martí se fueron al garete, su abuela solía decir: «El dinero llama al dinero, hijo. Tú no tienes más que un buen cerebro y una buena nariz para el buen vino. No estaba destinado a ocurrir».

Lo único que tenía Pedro era un cobertizo derruido y el deseo de hacerlo funcionar.

Tenía que recordarlo. Pero daría la mitad de lo que tenía por saber por qué Paula estaba tan decidida a arriesgar su vida para recuperar el cuerpo de su hermana cuando tenía suficiente dinero para pagar a otros, alguien como él, para que lo hiciera.

Cuando terminaron la cena, Paula volvió a la tienda en la que había dormido sola la noche anterior. Después de compartir el refugio con Pedro, un hombre que ocupaba bastante espacio, sentía que le sobraba sitio. Por fin, le había pedido el teléfono por satélite y podía utilizarlo en privado. Lo único que tenía que hacer era explicar por qué iba a tardar un mes más en regresar.

Desde que llegaran al campamento base, en la falda de la alta cima del Everest, su experiencia en el Ama Dablam resultaba insignificante.

¿Qué pasaría si, al igual que Delfina y Fernando, ella tampoco lograba regresar? Delfina lo había arreglado para que el primo Pablo recibiera su castigo por las trampas cometidas al contárselo todo. Ahora ella tenía que hacer lo mismo.

Sólo había un hombre en quien confiar. Mac. Los que lo conocían pensaban que era funcionario de la embajada. Menos de seis personas sabían que en realidad era uno de los agentes especiales de la agencia y no les estaba permitido contárselo a nadie. Pero ninguno se atrevería. El castigo sería muy severo.

Esperó a que fuera hora de llamar teniendo en cuenta la diferencia horaria, tal vez un poco pronto para asegurarse de que Mac estuviera todavía en el despacho. Vivía por y para la agencia. Probablemente no aprobara el plan de Chelsea pero ésta necesitaba confiárselo a alguien. Aunque ella no fuera agente de campo conocía todos los secretos porque los traducía al inglés y después lo pasaba a un código secreto para hacérselo llegar a Juan Hernández en Washington, D. C.

La operadora tardó un poco en pasarla con él. Su extensión cambiaba cada pocas semanas y no sabía cuál era la nueva. Acordarse de apuntar el número de Mac no había sido una de sus prioridades cuando preparaba una bolsa y salía para Bangkok.

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