domingo, 31 de enero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 34

—Y dime, ¿has visto a Rei? ¿Sabes dónde ha montado la tienda?

—Tus sherpas llegaron ayer. Vimos a Rei cuando regresábamos. No hacía buen tiempo para acampar en una cornisa, aunque no sería la primera vez que lo he hecho. Hemos pasado la mitad de la noche con la espalda apoyada en los clavos de la tienda para que no se salieran. Necesitamos un descanso.

Pedro no se molestó en comentar nada. Él también había vivido muchas tormentas y sabía cómo eran. Además, era a Paula a quien Mario pretendía impresionar.

—¿Dónde podemos encontrar a nuestro equipo?

—Donde estuvieron acampados la última vez. Es un buen sitio pero nadie quería ponerse allí cuando tú no estabas —dijo Mario girándose a continuación hacia Paula—. Algunos guías son tan supersticiosos como sus sherpas.

Paula quitó importancia al comentario riéndose con risa hastiada.

—Me alegro de no serlo. Lo único que quiero es quitarme esta mochila y encontrar un sitio donde sentarme con una buena taza de té. En ese orden.

Paula lo estaba haciendo bien haciéndole ver que su ascensión hasta ahí había sido dura aunque en realidad sus músculos se habían ido fortaleciendo y le habían dolido toda la semana anterior. Pedro decidió ser tan formal como Paula.

—No se preocupe, señorita Chaves. He trabajado con el mismo equipo durante varias temporadas. Los conozco y nos habrán visto llegar. Puede que haya sido un largo camino desde el hotel Cumbres pero puedo asegurarle que mis hombres la tratarán bien y la ayudarán en todo lo que necesite.

Paula se dió cuenta de sus intenciones y le siguió la corriente.

—Magnífico. Me muero por ver cómo es el interior de mi tienda —dijo ella mirando hacia la rendija por la que Mario había salido de la tienda. Arrugó la nariz como si todos sus aristocráticos ancestros estuvieran dentro de ella.

Pedro siguió su mirada. Dentro, la tienda estaba absolutamente desordenada, típico de hombres.

—No se preocupe. Las tiendas son más espaciosas dentro de lo que parece desde fuera y tendrá una para usted sola.

—Es un alivio —dijo ella —. No estoy acostumbrada a compartir —añadió sosteniéndole la mirada a Pedro.

—No habrá problema. Eso no fue nunca parte del trato —dijo él continuando con los dobles sentidos—. Y ahora que sé dónde ha acampado Rei, tendrá esa bebida caliente en un abrir y cerrar de ojos.

Le extendió la mano a Mario, que la estrechó y le dió unas palmadas en el hombro con la mano libre, riéndose.

—Buena suerte, amigo —dijo al tiempo que miraba de reojo a Paula como queriendo decir «buena suerte con ésta» —. Te veré en la montaña.

—Sí, nos vemos.

—No si te vemos nosotros primero —susurró Paula en cuanto estuvieron lejos de él. ¡Sería caradura!—. Me alegro de que Mario Serfontien no estuviera disponible cuando le pregunté por tí —dijo en voz alta—. Realmente siente lástima de tí.

Estaba segura de que Pedro sentía ganas de reír. Lo veía en sus ojos aunque no en sus labios.

—¿Acaso no era ésa la intención de toda esta pantomima? —dijo Pedro—. Se te da bien el papel de arpía.

—Tengo práctica. ¿Te lamentas por haber decidido traerme?

—¿Qué crees?

Estaban pasando junto a una tienda en la que ondeaba la bandera japonesa mecida por una brisa suave, muy lejos de los vientos de la noche anterior. No creía que fueran a entender de lo que hablaban pero, en cualquier caso, bajó el tono.

—Esa no es una respuesta. Dime la verdad. ¿Desearías no haberme conocido?

Pedro tardó un poco en contestar y cuando lo hizo, su voz era apenas audible. Apenas un susurro sólo para sus oídos.

—Desearía que no nos hubiéramos conocido en estas condiciones, que no hubiera sido la muerte de Fernando y Delfina lo que nos uniera, porque lo que les ocurrió es la razón de que tengamos que estar separados y nada de lo que puedas decir me hará cambiar de idea.

Durante un segundo, vio la llama de la pasión en sus ojos, oculta rápidamente tras las espesas pestañas antes de que sus ojos tuvieran tiempo a reaccionar al calor. Su cuerpo no tardó, sin embargo y los pezones de sus pechos se irguieron rápidamente.

Perdió el paso, dejando que se alejara un poco de ella. Sería lo mejor, pensó. Tendría que controlar sus instintos femeninos y sólo podría hacerlo si estaba lejos de él.

Si aquello era un ejemplo de cómo camuflar sus sentimientos mutuos, las semanas que les quedaban por delante iban a ser muy duras. Quizá Pedro pensara que era una gran actriz, pero desde el momento que oyó en la televisión la noticia de la muerte de su hermana se había dejado llevar por las emociones. Sería todo lo buena que le permitieran sus sentimientos pero antes tenía que saber la respuesta a una pregunta.

Vió entonces a Sherpa Rei y a los otros más adelante. Si no se lo preguntaba en ese momento, sería demasiado tarde. Le tomó el brazo y recordó la forma en que se había sacudido su mano un rato antes, al llegar al campamento.

—¡Pedro!

Éste se giró con el ceño fruncido. No la había mirado así desde que insistiera en pagar la comida en el hotel a pesar de haberle dicho que andaba mal de dinero.

Entonces fue cuando Paula supo que Pedro  iba a ser el hombre que tendría la vida de ambos en sus manos mientras durara su acuerdo. Entonces, retrocedió y, por primera vez se alegró de dejarlo todo en sus manos. Descubrir lo que era no tener que ocuparse de tomar las decisiones correctas para ella, ella sola.

—Lo siento. Es que vas muy deprisa. Tengo una sola pregunta más que hacerte y dejaré el tema. ¿Lamentas lo ocurrido entre nosotros? —Paula contuvo el aliento mientras esperaba la respuesta. Parecía que el tiempo se había detenido y, cuando por fin respondió, su rostro estaba contraído, como si lo que iba a decir le causara dolor.

—No lo lamento. ¿Cómo podría lamentar la mejor noche de mi vida? Sé que te cuesta aceptar mi decisión de no dejar que vuelva a ocurrir. Sé que te duele. Pero, demonios, Teddy, no tienes ni idea de lo angustioso que es para mí estar a tu lado.

En sus labios había una sonrisa tensa y llena de amargura cuando cruzó el espacio que los separaba. Entonces su voz susurrante flotó como la brisa, como si pudiera barrer las palabras que acababa de decir.

—Si estuviéramos solos, te tomaría la mano y te haría una demostración de lo que siento. Deseo besar tu rostro, saborear tus labios e introducirme en tu cuerpo sanador —suspiró con amargura—. Pero eso no volverá a ocurrir. No puede ocurrir. Has confiado en mí para que te proteja. Deja que haga mi trabajo.

La ruda cadencia de sus palabras se transformó en un gemido. Se dió cuenta del pulso que latía en la sien de Paula cuando se inclinó hacia ella. Cualquiera que estuviera mirando pensaría que estaban discutiendo.

—Así es que déjalo, señorita Chaves, y deja que haga el trabajo por el que me pagas.

Paula lo vió darse la vuelta sobre los talones y alejarse levantando piedrecillas del camino en su rápido avance.

«No podías dejarlo estar, ¿verdad?».

Decaída, siguió lentamente sus pasos tomándose tiempo para pensar. Tenía que encontrar la manera de atravesar sus miedos.

Cuando todo eso terminara… cerró los ojos incapaz de soportar que pudiera ser de otra manera. Si se empeñaba en ello, encontraría la manera de estar juntos, si no en Nepal, en París, Estados Unidos o Nueva Zelanda. Fuera como fuera, encontraría la solución al desastre en el que parecía haberse convertido su vida, no sólo con Pedro, sino con su primo Pablo y con el CISI.

1 comentario:

  1. Muy buenos capítulos! como le va a costar a Pedro sostener lo que dice!

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