viernes, 22 de enero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 5

—Me han dicho que tú eres el guía perfecto.

Pedro frunció el ceño, una sombra cubrió sus ojos y su expresión se endureció.

—¿Entonces sólo Expediciones Aoraki puede guiarte?

—Hay otros pero me han dicho que tú estabas disponible.

Dió un sorbo de la taza pero si lo hacía para ocultar sus sentimientos no le estaba dando resultado. No había nada enigmático en la mueca que formaba su boca ni en la manera en que su nariz se expandía cada vez que inspiraba profundamente.

—¿Y te han dicho por qué?

—No ha sido necesario. Soy la hermana de Delfina Martínez y sé que tú fuiste su guía hacia la cumbre del Everest.

Una mezcla entre un gemido y un gruñido afloró a los labios de Pedro al tiempo que se ponía en pie inclinando el hombro hacia ella en el movimiento. Ella hubiera preferido que se hubiera quedado donde estaba. La mirada que le dirigió no auguraba nada bueno.

Fue un alivio notar que dejaba de mirarla mientras se disponía a apurar la taza. Cuando terminó, se limpió la boca con el dorso de la mano.

—Veo que no tenías prisa por contármelo. Entonces, ¿qué será, duelo con pistolas al amanecer, me empujarás por un precipicio en un descuido o harás que tu abogado me ponga una demanda? Te advierto que no conseguirás mucho. Todo lo que poseo está empaquetado en un cobertizo destartalado en Aoraki, Nueva Zelanda, y ya te aviso que nada es de gran valor.

—No tengo intención de demandarte. ¿Acaso crees que soy tan estúpida como para no haber revisado el expediente del caso en el juzgado local? No soy tan tonta como parezco.

—Eso desde luego, porque de no ser así no estarías aquí.

—Lo tomaré como un cumplido aunque en este momento poco me importa que pensaras que tengo dientes de conejo y soy bizca. Lo único que quiero es que me ayudes a recuperar el cuerpo de mi hermana.

—No estoy muy seguro de que eso vaya a ser posible. Aun en el caso de que llegáramos al punto en el que se encuentran, transportarlos desde allí es casi imposible. Todo lo que se sube o se baja de la montaña se hace con sherpas. Se necesitan las dos manos para escalar. Además, muchos sherpas creen que los cuerpos de los montañeros muertos deberían permanecer con la diosa montaña.

Paula se acercó al borde de la cama. Tenía un aspecto estúpido sujetando el vaso pero aquello no la disuadió, especialmente cuando el hombre estaba considerando su propuesta.

—Dámelo —dijo Pedro  tomando el vaso de la mano de ella mientras ésta se levantaba de la cama.

Paula  permaneció frente a él y entonces se percató de lo alto que era.

—No pareces un hombre supersticioso.

—Y no lo soy, pero sí soy cuidadoso. Un montañero no puede andar por la montaña como alma que lleva el diablo. No se puede ir alocadamente por la montaña.

—Bien. No hay en mí ni un ápice de superstición —dijo ella y Pedro recorrió su cuerpo con una mirada encendida que la hizo pensar en cómo su mano la había sostenido por el pecho al entrar por la puerta. Aun sintiendo miedo por su vida no había podido evitar reparar en la calidad sexual del contacto ni en la forma en que su pecho se adaptaba al tamaño de la mano de él.

Pedro dió un sorbo al vaso de Paula pero ésta no se atrevió a decir ni hacer nada que pudiera reducir el poder persuasivo del whisky. A pesar de sus muchas faltas, su padre había hecho un buen trabajo en la educación de sus hijas.

—No te saldrá barato. Si logramos recuperar los cuerpos, necesitaremos un gran equipo de sherpas para formar una cadena y poder bajarlos hasta aquí.

—El dinero no es problema. Lo único que me importa es llevar a mi hermana a casa —dijo ella.

A Paula  se le antojó que tal afirmación sonó demasiado ostentosa, un golpetazo sobre el tejado metálico de aquella buhardilla en la que el dinero era, obviamente, escaso.

No perdió de vista a Pedro a la espera de encontrar algún indicio de que él pensaba lo mismo. Éste se pasó la lengua por los dientes mientras consideraba la situación. Entonces, como si de pronto se hubiera dado cuenta de que tenía en la mano el vaso de ella, se lo ofreció.

—No, puedes terminarlo —dijo ella con frialdad—. Yo lo prefiero con soda.

—De acuerdo. Quiero que estés preparada para dentro de una semana o un poco más mientras lo organizo todo. ¿Dónde te hospedas?

—En el hotel Cumbres.

Pedro Alfonso se limitó a arquear una ceja dándole a entender que ése era el hotel más caro de la zona de Namche Bazaar.

—¿Has escalado alguna vez con Delfina y Fernando? Será mejor que me digas la experiencia que tienes —dijo él expectante.

—No. Nunca he salido a escalar con ellos. No nos veíamos tan a menudo. Yo vivo en París y… bueno, ya sabes dónde vivían ellos.

—¿Entonces dónde? ¿Los Alpes franceses? ¿El Mont Blanc?

—Ninguno de los dos. Casi nunca salgo de París pero voy a un gimnasio que cuenta con un rocódromo y mis avances en ese terreno han sido rápidos.

Pedro dejó escapar un grito que recorrió la buhardilla, sacudiendo las paredes a su paso y resonando en los oídos de Paula una y otra vez. ¿Qué sabía él? Paula había alcanzado nivel de experta en su centro.

—¿Un rocódromo? —logró preguntar finalmente—. Verdaderamente tienes valor, pero no voy a subir a una principiante al Everest. Mi reputación ya está bastante deteriorada. Sería mi fin si aceptara subir a alguien tan inexperto. Fue muy duro perder a tu hermana y a tu cuñado. Si perdiera a una tercera persona no podría soportarlo.

—Pero…

—No. No intentes convencerme, ni hacerme ojitos. Si crees que eso resultará conmigo, entonces sí que eres más tonta de lo que pareces.

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