miércoles, 20 de enero de 2016

Fuiste Mi Salvación: Epílogo

Pedro  se había ido con Nico a pescar temprano, pero Paula había preferido quedarse. Todavía le quedaban unas cuantas cosas por hacer en la casa antes de que Judy llegara a almorzar.

Además, necesitaba un descanso. Nico había empezado a ir al colegio y, aunque había progresado mucho a lo largo del último año, todavía tenía algunas dificultades de adaptación. Ella no había dejado de practicar el diálogo con él, y también lo ayudaba con otras materias para que Nico no se quedara rezagado con respecto a sus compañeros. Afortunadamente, el reciente cambio a la nueva casa no había parecido afectarlo. Su nueva habitación, que era mucho más grande que la anterior, lo había entusiasmado tanto como el hecho de que mirara al mar.

Paula tenía que reconocer que a ella también le gustaba. Desde su asiento en el porche podía divisarlos a los dos, sentados en el espigón, con sendas cañas de pescar en las manos. Sonrió pensativamente mientras reflexionaba acerca de lo natural que le resultaba verlos juntos. Como si fueran padre e hijo. Como lo que eran en realidad, porque, tras la boda, Pedro había adoptado a Nico.

El chico les había llevado los anillos durante la discreta ceremonia que había tenido lugar en la iglesia. Ella había invitado a algunos amigos de Atlanta, y él, a unos cuantos de los alrededores. Melisa había hecho de dama de honor y Ana había llorado como una Magdalena cuando intercambiaron los anillos.

Luego, Paula y Pedro desaparecieron para pasar unos días de luna de miel en Ocracoke, en un pequeño hotelito a la orilla del océano. En su primera mañana como recién casados, antes de que amaneciera, se fueron a pasear por la playa y contemplaron la salida del sol mientras las marsopas nadaban entre las olas. Con Pedro sentado tras ella, rodeándola con los brazos, Paula se recostó sintiéndose confortada y segura mientras el nuevo día se desplegaba ante sus ojos.

Cuando regresaron de la luna de miel, Pedro la sorprendió con unos planos que había dibujado.

Eran los de una bonita casa de campo, rodeada de un porche, con una moderna cocina y suelos de madera. Compraron un terreno en las afueras de Edenton y se pusieron manos a la obra. Se trasladaron justo antes de que empezara el curso escolar.

Entre tanto, Paula había dejado de trabajar en Eights. Ella y Pedro iban de vez en cuando por allí para saludar a Rafael, que seguía como siempre. Los años no parecían pasar por él. Cuando se marchaban, siempre les hacía la misma broma: le decía a Paula que podía recuperar su empleo cuando quisiera. No obstante, ella no lo echaba de menos, ni siquiera a pesar del buen humor de Rafael.

Aunque Pedro  había seguido sufriendo ocasionales pesadillas, a lo largo del año transcurrido no dejó de sorprenderla con su dedicación. Tenía las responsabilidades del trabajo y estaba construyendo un hogar para los dos, pero fue a comer a casa todos los días y se negó a trabajar hasta más tarde de las seis; entrenó al equipo de Nico durante la primavera —el chico no era el mejor jugador del mundo, pero tampoco el peor—, y pasó todos los fines de semana con ellos.

Durante el verano se fueron de viaje a Disney World, y en Navidad compraron un jeep Cherokee de segunda mano. Lo único que les faltaba era una cerca alrededor de la casa, que se disponían a empezar en una semana.

Paula  oyó que sonaba el reloj de alarma en la cocina y se levantó de la mecedora. Había metido un pastel de manzana en el horno. Lo sacó y lo depositó en una bandeja. En el fuego hervía un guiso de pollo, cuyo aroma flotaba por toda la casa.

Su casa. El hogar de los Alfonso. A pesar de que llevaban un año casados, a Paula la seguía emocionando el sonido de aquellas palabras: «Paula y Pedro Alfonso.» Para ella sonaban de manera especial.

Removió el guiso; hacía una hora que hervía, y estaba en su punto. Aunque Nico  todavía evitaba comer carne, ella había intentado que probara el pollo. Al principio, Nico había protestado, pero finalmente había tomado un bocado. Durante los días siguientes fue comiendo un poco más. En aquel momento ya se reunían a la mesa como una familia normal y compartían los mismos alimentos, tal como una familia de verdad debe hacer. «Una familia.» También le gustaba aquella palabra.

Se asomó por la ventana, y vió que Pedro y Nico regresaban y se encaminaban hacia el cobertizo donde guardaban las cañas de pescar. Contempló cómo Pedro colgaba la suya y la del chico, y cómo Nico dejaba la caja de los cebos en el suelo. Pedro la empujó con la punta de la bota y unos instantes después subían los escalones del porche.

—¡Hola, mamá! —gorjeó Nico.

—¿Han pescado algo?

—No. Ni un pez.

Como casi todo en la vida de Maite, la capacidad de hablar de Nico había mejorado espectacularmente. No era perfecta en todos los sentidos, pero estaba acortando la distancia que lo separaba de los otros niños. Y lo que era más importante, ella había dejado de angustiarse.

Pedro  le dió un beso mientras Nico entraba.

—Y bien, ¿dónde está el pequeño? —preguntó.

Paula hizo un gesto en dirección a un rincón del porche.

—Duerme todavía.

—¿No debería estar despierto ya?

—Dentro de poco. No tardará en tener hambre.

Ambos se aproximaron a la cuna y Pedro se inclinó para mirarlo, como solía hacer siempre, como si todavía le costara creer que él hubiera ayudado a crear una nueva vida. Tendió la mano y acarició el cabello de su hijo. Con apenas siete semanas de vida, aún tenía muy poco pelo.

—Parece tan tranquilo... —murmuró casi con temor reverencial.

Paula le apoyó una mano en el hombro y pensó que ojalá el día de mañana el niño se pareciera a su padre.

—Es precioso.

Pedro  miró a la mujer que amaba y al recién nacido. Se agachó y le dió a su hijo un beso en la frente.

—¿Has oído eso, Matías? Tu madre opina que eres una preciosidad.



FIN

3 comentarios:

  1. Esta historia fue impresionantemente buena!!!

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  2. Re tierna esta historia, me encantó!!!!!!!!!

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  3. Hermoso final!!! En estos capítulos se cerraron muchas cosas!!! Que horrible la culpa que vivió siempre Pedro! Gracias por compartirla!

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