viernes, 15 de enero de 2016

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 73

A la mañana siguiente, temprano, mientras Paula daba cuenta de una taza de café, sonó el teléfono. Nico estaba en la sala, tumbado y coloreando las figuras de un cuaderno; le costaba mantenerse dentro de los contornos de los dibujos. Ella descolgó el auricular y reconoció al instante la voz de Pedro.

—¡Ah, hola! Me alegro de encontrarte levantada —dijo él.

—Siempre lo estoy a estas horas —repuso Paula mientras sentía una sensación de alivio al escuchar su voz—. Te eché de menos anoche.

—Y yo... Probablemente, lo mejor habría sido que me hubiera quedado. La verdad es que no he dormido demasiado bien.

—A mí me ha ocurrido lo mismo. No he dejado de despertarme. Ya sabes, por una vez he tenido los cobertores para mí sola y no estoy acostumbrada.

—Oye, yo no acaparo las sábanas, así que debes de estar refiriéndote a otra persona.

—¿Ah, sí? ¿Cómo a quién, por ejemplo?

—No sé, quizá a algunos de esos tipos del restaurante.

—No lo creo —respondió Paula soltando una risita—. ¿Me llamas porque has cambiado de opinión respecto a lo del almuerzo?

—No. No puedo. Hoy no. Pero me pasaré cuando termine y te acompañaré al trabajo.

—¿Y qué tal una cena temprana?

—No, tampoco. No creo que pueda arreglarlo. De todos modos gracias por la oferta. Me entregan un pedido de paneles de yeso muy tarde y no creo que llegara a tiempo.

Paula se dió la vuelta, tensando el cordón del teléfono a su alrededor.

«¿Alguien hace repartos pasadas las cinco de la tarde?», se preguntó, pero se guardó de expresarlo en voz alta. En cambio, respondió alegremente:

—¡Oh! Está bien. Te veré por la noche.

Le pareció que él tardaba más de lo normal en contestar.

—De acuerdo —repuso Pedro al fin.

—Nico se ha pasado toda la tarde preguntando por tí —dijo Paula sin el menor asomo de contrariedad.

Fiel a su palabra, Pedro esperaba en la cocina a que ella recogiera las cosas. Había llegado con el tiempo justo y faltaba poco para que tuvieran que marcharse. Le había dado un beso fugaz y parecía más distante de lo normal, aunque se había disculpado por ello, atribuyéndolo a los agobios del trabajo.

—Ah, ¿sí? ¿Dónde está?

—Fuera, en el jardín de atrás. No creo que te haya oído llegar. Voy a buscarlo.

Paula  fue hasta la puerta y lo llamó. Nico echó a correr y al cabo de un instante irrumpía en la casa.

—«¡Oha, Pepe!» —exclamó con una gran sonrisa mientras corría a precipitarse en sus brazos y pasaba al lado de su madre sin prestarle atención.

Él lo levantó del suelo con suma facilidad.

—¡Hola campeón! ¿Cómo te ha ido el día?

A Paula no se le escapó el cambio que se produjo en la actitud de Pedro cuando agarró al chico.

—«¡Etá quí!» —dijo Nico, contento.

—Siento haber estado tan ocupado hoy —declaró Pedro con sinceridad—. ¿Me has echado de menos, campeón?

—Sí —respondió Nico—, te he echado de menos.

Era la primera vez que respondía a una pregunta correctamente y sin que tuvieran que ordenárselo.

Pedro y Paula se quedaron estupefactos, y, durante un segundo, ella se olvidó de todas las preocupaciones de la noche anterior.

Sin embargo, si Paula había pensado que la simple frase de su hijo la iba a librar de la inquietud respecto a Pedro, se equivocaba.

No es que las cosas entre ellos se estuvieran estropeando a toda velocidad; al contrario, en muchos sentidos parecieron funcionar normalmente al menos durante la semana siguiente. A pesar de que Pedro adujo razones de trabajo para no pasar las tardes con ella, no dejó de acompañarla a Eights por las noches y de recogerla al terminar. También habían hecho el amor la noche que Nico había hablado correctamente por primera vez.

No obstante, aunque no fuera de manera espectacular, saltaba a la vista que su relación había cambiado. Fue más como si hubieran retrocedido lentamente, deshaciendo las costumbres que habían ido afianzando durante los meses previos: menos tiempo juntos quería decir menos charlas y menos caricias. A causa de todo aquello, a Paula le resultó cada vez más difícil hacer caso omiso de las señales de alarma que se habían disparado la noche que cenaron en casa de Melisa y Matías.

Incluso en aquel momento, una semana y media después y por mucho que a veces pensara que le estaba dando demasiada importancia a un problema que quizá no la tenía, las palabras dichas aquella velada seguían preocupándola. En cierto sentido, Pedro no había hecho nada malo, lo cual hacía su conducta aún más difícil de explicar. Se negaba a admitir que algo pudiera preocuparlo, y no había levantado la voz ni en una sola ocasión. Lo cierto era que ni siquiera habían tenido una verdadera discusión. Habían pasado la tarde del domingo a la orilla del río, como muchas tardes anteriores. Pedro seguía portándose estupendamente con Nico, y a ella le cogía la mano muchas veces cuando la llevaba al restaurante por la noche. Aparentemente, todo seguía igual, y la única novedad era aquella desconocida pasión por el trabajo que él aún no había explicado. No obstante...

No obstante, ¿qué?

Sentada en el porche mientras Nico jugaba con sus camiones en el jardín, Paula intentó resolver la incógnita. Tenía la experiencia suficiente para saber algo acerca de cómo funcionan las parejas. Sabía que los primeros sentimientos en una relación amorosa podían tener la potencia de una ola y actuar como una irresistible fuerza de atracción, y también sabía que era posible dejarse llevar por ellos al calor del momento; pero era consciente de que ese impulso no duraba eternamente porque no estaba pensado para ello; que si dos personas que estaban hechas la una para la otra se encontraban, entonces, de aquel impulso inicial, podía surgir un tipo de amor más duradero y auténtico. Por lo menos eso era lo que creía.

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