miércoles, 27 de enero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 22

—Lo último que esperaba de Paula Chaves era que fuera vergonzosa. Vamos, osito Teddy, puedes permitírtelo cuando estás en un trekking en el que sólo estamos los dos.

—¿Cómo me has llamado?

—Te he llamado osito Teddy. ¿Nadie te llamaba así en el colegio? —se detuvo y sonrió con aire travieso. Era algo que Paula no le había visto hacer a menudo—. Gruñes tan bien… y siempre te he provocado para morder —añadió.

—¡Ahora sí que me dan ganas de morderte!

El silencio cayó sobre ellos. Los ojos de Pedro la recorrieron de arriba abajo plenos de pasión, una sensación sorprendente que la hizo sentirse muy femenina y debilitada por dentro. Hasta que Pedro rompió la pompa.

—Será mejor que los lave antes de que se enfríe el agua. No es que se tarde demasiado en calentarla pero no podemos derrochar el combustible y eso sí cuesta mucho subirlo hasta aquí.

Consciente de que no tenía más opción, Paula se dobló y se quitó los calcetines de lana agradeciendo habérselos cambiado en un momento de descanso. No había llevado más que cuatro pares y cada noche colgaba los que se quitaba para que les diera el aire fresco. No se podían lavar.

—Los dos. Hay espacio para remojar los dos pies a la vez.

Paula  se preguntó si Pedro se habría dado cuenta del tamaño de sus pies pero obedeció de mala gana. No estaba tan caliente como creía. Sintió el calor reconfortante en las plantas doloridas y dejó escapar un suspiro como si estuviera degustando una trufa de chocolate belga. Su favorito.

Pedro la miró sin distraerse de la tarea.

—¿Qué tal?

—Maravilloso —dijo cerrando los ojos y dejándose llevar por la placentera sensación—. Me encanta que me mimen —pero abrió los ojos al notar que le caía agua sobre el puente de ambos pies de manos de Pedro. El agua y el roce con las manos de Pedro lanzó mariposas en su estómago, como si la hubiera tocado en un punto mucho más sensible de su cuerpo. Tuvo que apretar con fuerza las rodillas y los muslos tratando de acallar el deseo que se había despertado en ella. Su excitación iba en aumento.

Movió los pies dentro del agua. Era lo único que se atrevía a mover. Era humillante. No podía dejar que Pedro viera la forma en que sus acciones la estaban afectando.

—Vale. Ahora dame uno —dijo dándole unos golpecitos en un pie.

Sorprendida, obedeció y dejó el pie en sus manos.

—¿Qué vas a hacer?

—Examinar que no estén magullados ni haya ampollas. Mañana nos espera un día más duro. Todo cuidado es poco —dijo al tiempo que pasaba la palma por la planta del pie y le rodeaba el talón para masajear a continuación los hoyuelos que se formaban a ambos lados del tendón de Aquiles. Paula no pudo evitar un escalofrío.

—Tengo los pies muy sensibles —dijo Paula. Por decirlo ligeramente. Siempre había tenido cosquillas y ahora acababa de descubrir la excitación que le causaba el contacto con las manos de Pedro mientras le masajeaba los dedos. No quería que parase nunca.

—Te hace cosquillas porque hay muchas terminaciones nerviosas, igual que en los dedos de las manos. Probablemente tenga que ver con cuando éramos monos que nos columpiábamos de las ramas —sonrió Pedro relajado. Si no fuera por la barba, se diría que tenía un aspecto juvenil—. Tú Jane, yo Tarzán.

—Me temo que te equivocas de continente. Y creo recordar que era una zona llena de árboles.

—Aguafiestas —dijo él apoyando el talón de Paula sobre su rodilla—. Sólo quería caldear el ambiente.

¿Caldear? Ella se sentía al rojo. Se inclinó hacia atrás apoyando las manos en la cama y miró hacia el techo mientras Pedro se ocupaba del otro pie.

Tenía los talones apoyados en los muslos de Pedro que, al estar en cuclillas, dejaban a la vista los desarrollados y fibrosos que estaban. Entonces, se dispuso a secarle los pies con sumo cuidado.

Paula se preguntó si Pedro se daría cuenta de lo que le estaba haciendo o si, por el contrario, estaría mostrándose juguetón a propósito.

—Bien. Sube ahora los pies y ponlos en la cama. Tengo un poco de linimento que les vendrá bien.

Linimento. Recordaba haberlo usado cuando montaba a caballo y el olor no era nada sensual.

—Gracias por cuidar de mí —dijo Paula subiendo los pies y cubriéndolos con el saco para que no se le enfriaran.

—De nada —dijo Pedro incorporándose y estirando los brazos. Al hacerlo, Paula se percató de que no sólo ella se había excitado con el tratamiento. Vió que Pedro siguió su mirada y cómo éste sonreía al tiempo que se rascaba la barba, pero no lo mencionó.

—Si queda algo de agua caliente, podrías afeitarte.

—No merece la pena —dijo él tirando la toalla sobre su saco y tomando la palangana.

Paula se preguntó si le habría hecho pensar que le estaba haciendo proposiciones. Estaba claro que el beso le había gustado pero eso no significaba que estuviera dispuesta a otra cosa. No estaba preparada. No sabía si alguna vez estaría preparada para volver a intimar con un hombre. Facundo, el francés del que creía estar enamorada, le había demostrado que despreocuparse conducía al desastre.

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