domingo, 3 de enero de 2016

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 43

Cuando volvieron a casa, Paula le sirvió un vaso de leche a Nico y lo acompañó al dormitorio, donde dejó el enorme panda apoyado contra un rincón para que él pudiera verlo. Luego, lo ayudó a ponerse el pijama; por último, lo acompañó en sus oraciones y le dió su leche.

A Nico se le cerraban los párpados.

Apenas había acabado de leerle un cuento, ya dormía profundamente. Paula se deslizó fuera del cuarto y dejó la puerta entreabierta.

Pedro  la estaba esperando en la cocina, repantigado en una de las sillas, ante la mesa.

—Ha caído como un tronco —dijo ella.

—¡Qué rápido!

—Ha sido un gran día para él. Nunca se va a la cama tan tarde.

La cocina estaba iluminada por una solitaria bombilla —la otra se había fundido la semana anterior—, y Paula deseó haberla cambiado, porque le pareció que la pequeña habitación resultaba de repente demasiado oscura, demasiado íntima. No quería agobios, así que hizo la pregunta de rigor:

—¿Te apetece tomar algo?

—Me tomaré una cerveza si tú me acompañas.

—Me parece que mi nevera no da para tanto.

—¿Qué tienes?

—Té frío.

—¿Algo más?

—Agua —contestó haciendo un gesto de resignación

Pedro no pudo evitar una sonrisa.

—El té me vale.

Paula sirvió dos vasos y le entregó uno. Le habría gustado tener algo más fuerte, algo que pudiera aplacar su nerviosismo.

—Aquí dentro hace calor. ¿Qué tal si nos sentamos en el porche? —propuso.

—Claro.

Salieron al exterior y se acomodaron en las mecedoras. Paula escogió la más próxima a la puerta, por si Nico se despertaba.

—Aquí se está bien —comentó Pedro, poniéndose cómodo.

—¿A qué te refieres?

—A esto de estar aquí fuera. Me siento como en un episodio de Los Walton.

Paula rió y notó que parte de su turbación se desvanecía.

—¿No te gusta sentarte en el porche?

—Claro que sí, pero es que no lo hago a menudo. Es una de esas cosas para las que parece que nunca me queda tiempo.

—¿Y eso lo dice el clásico tipo sureño? —preguntó Paula usando las mismas palabras con las que él se había descrito la noche anterior—. Siempre he pensado que a un tipo como tú le gustaría sentarse en su porche, con un banjo, tocando canción tras canción mientras su perro dormita a sus pies.

—¿Con mis cuates, una jarra de alcohol casero y una escupidera tirada por ahí? —preguntó

Pedro, fingiendo un fuerte acento sureño.

—Naturalmente —sonrió ella, con malicia.

Él hizo un gesto con la cabeza.

—Si no supiera que eres del sur, diría que me estás insultando.

—Pero como soy de Atlanta...

—Por esta vez lo dejaré pasar. —Sus labios se curvaron en una leve sonrisa—. Dime, ¿qué es lo que más echas de menos de la gran ciudad?

—Pocas cosas. Supongo que si fuera más joven y no tuviera a Nico, este lugar me pondría de los nervios. Pero la verdad es que no necesito grandes centros comerciales, restaurantes de moda o museos. Hubo un tiempo en que todo eso era importante para mí, incluso cuando me trasladé a vivir aquí y aunque estuvieran fuera de mi alcance.

—¿Echas de menos a tus amigos?

—A veces sí. Intento mantener el contacto, llamadas telefónicas, cartas y todo eso. Pero ¿y tú? ¿Nunca has sentido el impulso de hacer las maletas y largarte a otro sitio?

—La verdad es que no. Aquí soy feliz. Además, no me gusta la idea de dejar sola a mi madre.

Paula asintió.

—De haber vivido la mía, no sé si me habría mudado... No lo creo.

Pedro se encontró de repente pensando en su padre.

—Yo diría que has tenido una vida muy agitada —dijo él.

—Sí. A veces creo que demasiado.

—Pero sigues adelante.

—No tengo más remedio. Hay alguien que depende de mí.

Unos repentinos maullidos, como los de un gato, interrumpieron la conversación, y dos mapaches salieron de entre los árboles, atravesaron el jardín y corretearon cerca de la luz del porche. Paula se levantó para verlos mejor. Pedro se acercó a la baranda y escrutó la oscuridad.

Los animales se detuvieron y miraron a aquellos humanos que los observaban desde la casa; luego, reanudaron la marcha y desaparecieron.

—Pasan por aquí casi todas las noches. Creo que buscan comida.

—Seguramente. Eso, o tu basura.

Paula hizo un gesto afirmativo.

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