miércoles, 13 de enero de 2016

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 69

—A Pedro siempre se le han dado bien los niños. A los míos les pasa lo mismo: a veces lo llaman para que venga a jugar con ellos.

—¿Y él viene?

—A veces, aunque va a menos. Te lo has quedado todo para tí.

—Lo siento.

Melisa hizo un gesto quitándole importancia.

—No lo sientas. Me alegro por él y por tí. Empezaba a preguntarme si no iba a encontrar a nadie. Tú eres la primera chica que nos ha presentado en años.

—O sea, que ha habido otras...

Melisa sonrió con ironía.

—¿Tampoco te ha hablado de ellas?

—Para nada.

—¡Pues qué suerte que hayas venido a esta casa! —contestó Melisa en tono confidencial.

Paula  rió.

—¿Qué quieres saber?

—¿Cómo eran?

—Muy diferentes de tí, de eso puedes estar segura.

—¿En serio?

—En serio. Tú eres mucho más atractiva y además tienes un hijo.

—¿Qué pasó con ellas?

—Mira, no te lo sabría decir. Pedro tampoco explica mucho. Todo lo que sé es que un día las cosas parecían ir sobre ruedas y que, de la noche a la mañana, se acabó todo. Nunca entendí el porqué.

—Caramba, no sabes cómo me anima saberlo.

—¡Oh! No quiero que pienses que eso es lo que va a suceder contigo. Tú le gustas más que las otras, mucho más diría yo. Lo veo por la forma en que te mira.

Paula  rogó para que Melisa estuviera en lo cierto.

—A veces... —Hizo una pausa porque no sabía exactamente cómo expresarlo.

—A veces te asusta lo que pueda estar pensando. ¿Es eso?

Paula  la contempló, sorprendida por la agudeza de la deducción. Melisa prosiguió.

—A pesar de que Matías y yo llevamos mucho tiempo juntos, todavía no conozco todo lo que le hace vibrar. A este respecto, a veces se parece a Pedro. No obstante, al final las cosas han funcionado porque los dos lo hemos querido así. Mientras vosotros podáis mantener ese espíritu, serán capaces de enfrentaros a lo que sea.

De repente, una pelota de playa pasó volando y golpeó a Melisa en la frente. Se oyeron unas risas que procedían de la mesa de los niños.

La mujer puso cara de resignación, pero no les hizo el menor caso.

—Como te decía —prosiguió—, hasta es posible que consigáis echar al mundo a cuatro fieras como las mías.

—No sé si me veo con ánimos.

—Claro que sí. Es fácil. Todo lo que tienes que hacer es levantarte temprano, coger el periódico y leerlo despacio mientras te tomas unos cuantos cócteles de tequila.

Paula  soltó una risita.

—No. En serio, ¿nunca has pensado en tener más hijos?

—Pocas veces.

—¿A causa de Nico? —preguntó Melisa, a quien Paula había explicado un rato antes los problemas de lenguaje de su hijo.

—No es sólo por eso, sino también porque no creo que sea algo que una pueda sobrellevar sola.

—Pero ¿y si estuvieras casada?

Al cabo de un instante, Paula sonrió.

—Entonces sería diferente. Quizá sí.

Melisa asintió.

—¿Crees que Pedro sería buen padre?

—Estoy convencida.

—Y yo —coincidió Melisa—. ¿Nunca lo han hablado?

—¿Casarnos? No. Ni siquiera lo ha mencionado.

—Hum. Veré si puedo enterarme de lo que piensa.

—No hace falta que te molestes —replicó Paula ruborizándose.

—Es que me interesa. Tengo tanta curiosidad como tú; pero no te preocupes: seré sutil, tanto que ni se dará cuenta de por dónde voy.

—A ver, Pedro, ¿vas a casarte con esta preciosidad o no?

A Paula estuvo a punto de caérsele el tenedor de la boca; y Pedro, que estaba a mitad de un trago, dió un respingo, se atragantó y consiguió que la bebida se le fuera por el sitio equivocado. Tosió ruidosamente y se tapó la boca con la servilleta; tenía los ojos llorosos.

—¿Cómo has dicho?

Los cuatro estaban dando cuenta de la cena: filetes, ensalada verde, patatas asadas con queso y pan de ajo. Habían comido y bebido entre bromas y risas y estaban a medio terminar cuando Melisa soltó el bombazo. Paula notó que se ponía colorada como un tomate mientras la anfitriona proseguía como si tal cosa.

—Me refiero a que... Mírala, es una muñeca y, además, inteligente. No se presentan muchas como ella todos los días.

Aunque el comentario había sido hecho en broma, Pedro se puso en guardia.

—Lo cierto es que no lo he pensado —respondió a la defensiva.

Melisa le apoyó la mano en el brazo para tranquilizarlo mientras reía de buena gana.

—Pedro, de verdad, no tienes que responderme: estaba bromeando. Sólo quería ver la cara que ponías. Has abierto unos ojos grandes como platos.

—Eso ha sido porque me estaba ahogando —protestó él.

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