lunes, 25 de enero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 15

Como si hablar de comida atrajera a la comida, en ese momento llegaron sus platos. Parecían realmente suculentos cuando los habían pedido pero en aquel momento la conversación parecía algo mucho más atractivo. Pedro había dejado claro que no le importaba discutir delante de todos los camareros.

Y a Paula no le importaba quién se enterara de que quería subir al Everest en busca del cuerpo de su hermana. Sólo había un secreto que guardar, aparte de su pertenencia al CISI, y se trataba de la llave. Era la primera vez en sus veintiocho años que sentía que el futuro de miles de empleados estaba en sus manos.

No lo contemplaba como una carga. Lo único que sabía era que no quería decepcionarlos. Ni siquiera se había parado a comprobar si Delfina y Fernando habían hecho testamento. Tal vez alguien de la familia de Fernando fuera dueño de una parte de Alimentos Chaves, pero no le importaba. Ella era la última Chaves. Pablo Rowles no era más que el primo de su padre por parte de madre, pero no era un Chaves.

El camarero dejó los platos y se marchó. Paula tomó los cubiertos pero no los utilizó. No era capaz de comer. Salirse con la suya era más importante que la comida, a pesar del hambre que tenía.

Observó cómo Pedro  pinchaba una fina lámina de beicon con el tenedor. Cuando se lo metió en la boca, Paula aprovechó para avanzar, consciente de que con la boca llena, Pedro no podría hacer otra cosa que escuchar.

—Si estás preocupado por mi seguridad, no tienes por qué estarlo. Dará lo mismo. Voy a subir a la montaña, contigo o con otro; aunque tenga que traer a un guía experto desde Estados Unidos expresamente. No puede ser que estén todos en Namche Bazaar ahora mismo. Te doy la oportunidad de ver por ti mismo que puedo hacerlo. Estoy en buena forma. Tengo experiencia con cuerdas, nudos, mosquetones y puños de ascenso. Enséñame lo necesario para llegar hasta donde están Fernando y mi hermana. Sé que puedes hacerlo perfectamente. Olvida el accidente. Confío en ti para ir al lugar y volver sana y salva. ¿Qué me dices? ¿Tenemos un trato?

Apretó con fuerza los cubiertos en las manos, aunque no sirvió para disipar la urgencia que sentía, como si su vida estuviera en juego. Pensó en Magui y supo que podía ser el caso si no encontraba la llave que Delfina llevaba en el cuello. Cuanto antes lo consiguiera, mejor.

Paula  hablaba en serio. Confiaba en Pedro Alfonso pero no podía decirle que su vida corría peligro realmente.

Pedro la miraba con seriedad. No estaba muy seguro de si podría considerar la proposición como un chantaje. Aunque, tanto si le gustaba como si no, el destino los había unido.

—Tal y como lo expones, no me dejas demasiadas opciones —dijo dando un sorbo de vino mientras Paula aguantaba la respiración—. Conozco a alguien que puede alojarnos. Está a cuatro días andando del Everest, puede que a tres, dependiendo de tu resistencia. Se encuentra junto a una montaña mucho más baja que el Everest, así que no tendremos que preocuparnos por el oxígeno. No será necesario llevar botellas de oxígeno para llegar hasta donde tú quieres ir, en cualquier caso. No tenemos que llegar a la cumbre. Lo que tiene el Ama Dablam esun glaciar y una pared de hielo de más fácil acceso que otras. Si no consigues pasar esta pared, entonces olvídate de llegar al corredor en el que están los cuerpos.

A Paula le entraron ganas de gritar de alegría primero y de decirle «me alegra que estés de acuerdo», pero aún estaban en Namche Bazaar y ninguna de las dos cosas le parecía demasiado adecuada. Además, la cara de Pedro parecía esculpida en el hielo del que le había hablado.

Sin embargo, no podía ocultar la excitación que corría por sus venas. Lo haría lo mejor que pudiera. No le daba miedo el esfuerzo físico ni el peligro. Podía hacerlo.

—¿Cuándo empezamos?

—En cuanto estés equipada y hable con Sherpa Rei para que vuelva a contratar a uno de sus primos y a algunos otros porteadores para llevar el equipo.

—Bien. Estoy impaciente.

«Cuanto antes, mejor».

Le regaló entonces una sonrisa que no tenía nada que ver con el hecho de haberse salido con la suya sino con la expectativa de pasar tiempo con él.

—Cómetelo todo y larguémonos de aquí. No sé tú, pero de repente me encuentro llena de energía.

Pasaron tres noches de camino al Ama Dablam, durmiendo en albergues de turistas. Su primera parada fue en Tengboche, cerca de un monasterio budista.

La distancia no era grande pero el camino era empinado y discurría, serpenteante, entre altos y aromáticos árboles, que parecían nacer directamente de las rocas. Una vez que abandonaron el campamento base, la altura sobre el nivel del mar aumentó y el verdor fue desapareciendo.

En el Ama Dablam, a Paula le bastó una mirada para comprender que cuando Pedro había dicho que conocía a alguien que podría alojarlos no se refería a los lujosos refugios de Aspen, ni siquiera a los refugios de calidad media que poblaban el Parque Nacional de Sagarmatha.

El pequeño cobertizo escapaba a todo lo que hubiera podido imaginar. Su dueño, a quien Pedro conocía lo suficiente como para pedirle un favor, era un sherpa, otro pariente del hermano de Kora.

Dentro, olía a cerrado y seguro que había ratones. Estaba segura de que podía olerlos y sólo de pensarlo le entraban escalofríos. Aunque los porteadores habían acondicionado el lugar para su llegada, buscó con la mirada una escoba.

Nadie en París podría creer que Paula Chaves suspirara de alegría al encontrar una escoba despeluchada. La idea la hizo reír. Era consciente de que había llevado siempre una vida lujosa a pesar de que el entrenamiento para entrar en el CISI había sido muy riguroso.

Antes de mudarse a Francia, lo único que había limpiado en su vida había sido su habitación en la residencia de estudiantes de la universidad. En París, Madame Guignard, la conserje del bloque de apartamentos en el que vivía, se ocupaba de que alguien fuera a su casa tres veces en semana a limpiar. A Paula no le parecía un lujo. Era a lo que estaba acostumbrada y podía permitírselo.

A primera vista, había pensado que el refugio era extraño con las paredes hechas con piedras como una calle adoquinada. El tejado estaba hecho con chapa de zinc. Costaba trabajo imaginar cómo lo habrían transportado hasta allí a lomos de un yak corriendo el riesgo de caer en medio de los fuertes vientos.

El último asentamiento que habían atravesado se llamaba Syalkyo, formado por menos de una docena de casas, y para llegar hasta donde estaban habían tenido que atravesar un río helado. Pedro le había contado que se parecía al río Tekapo, cerca de su futuro albergue, en Nueva Zelanda. El puente fabricado con maderos y cuerdas por el que habían cruzado le había abierto los ojos a Paula. Los sólidos troncos que habían cruzado antes de llegar a Tengboche parecían el puente de San Francisco a su lado.

Con una mochila a la espalda, y las aguas de un azul grisáceo coronado de blanca espuma que corría veloz bajo sus pies, no se había visto muy capaz de seguir el paso de Pedro sobre los maderos, que se balanceaban en la frágil estructura.

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