domingo, 17 de enero de 2016

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 77

—¿Y sólo porque no te he llamado? ¡Pero si te lo acabo de explicar! —Pedro dió un paso y sus facciones se suavizaron—. Ya te lo he dicho: no tuvimos tiempo. Eso es todo.

Dudando si creerle o no, Paula vaciló. Entre tanto, como si percibiera que algo no iba bien, Nico asomó por la puerta.

—«Venga, chicos, amos ento.»

Durante un instante, Pedro y Paula se quedaron sin moverse.

—Venga —repitió Nico, tirando de la camisa de su madre.

Paula lo miró y forzó una sonrisa. Luego se volvió hacia Pedro, que sonreía abiertamente en un intento de romper el hielo.

—Si me dejas entrar, te daré una sorpresa —dijo él.

Ella se cruzó de brazos mientras lo meditaba. En la distancia se oyó el canto de un arrendajo.

Nico  la miró, expectante.

—¿De qué se trata? —respondió Paula, cediendo por fin.

—Está en la camioneta. Deja que vaya a buscarlo.

Pedro dió un paso atrás y la miró cautelosamente, dándose cuenta de que aquella respuesta significaba que ella iba a permitir que se quedara. Antes de que pudiera cambiar de opinión, Pedro le hizo un gesto a Nico.

—Anda, ven, que me ayudarás.

Paula vio cómo se alejaban y se sintió hecha un lío. Las explicaciones de Pedro le habían parecido de nuevo razonables, y de nuevo volvía a ser encantador con Nico.

Entonces, ¿por qué le costaba tanto creerle?

Cuando Nico se hubo acostado aquella noche, Paula y Pedro se acomodaron en el salón.

—¿Qué te ha parecido la sorpresa?

—Estaba buenísima, pero no hacía ninguna falta que me llenaras el congelador.

—Bueno, el mío ya lo está.

—Puede que a tu madre le apetezca un poco.

—Ya se lo he llenado también.

—¿Cuántas veces sales a cazar?

—Tantas como puedo.

Antes de la cena, Nico y Pedro habían jugado a lanzar la pelota en el jardín. Luego, él había preparado la cena, o al menos parte. Junto con la carne de venado había llevado ensalada de patatas y judías con tomate que había comprado en el supermercado.

En aquel instante, relajada por primera vez, Paula se sintió mejor de lo que se había sentido en las últimas semanas. Una pequeña lámpara iluminaba la sala y de la radio salía una suave música.

—Bueno, ¿cuándo tienes intención de llevar a Nico al partido de béisbol?

—Había pensado llevarlo el sábado. Hay un encuentro en Norfolk.

—¡Vaya! —exclamó decepcionada—. El sábado es su cumpleaños y tenía previsto montarle una pequeña fiesta.

—¿A qué hora?

—No sé, supongo que alrededor del mediodía. Esa noche tengo que ir a trabajar.

—El partido empieza a las siete. ¿Qué te parece si me llevo a Nico mientras tú estás en el restaurante?

—Bueno... Es que yo también quería ir...

—Vamos, déjanos pasar otra noche a los chicos solos. Estoy seguro de que a Nico le encantaría.

—Lo sé. Has conseguido que se aficione a ese juego.

—Entonces, ¿te parece bien si lo llevo el sábado? Estaremos de vuelta justo a tiempo de recogerte.

Ella hizo un gesto de resignación.

—Está bien. Tú ganas. Pero prométeme que si se cansa lo traerás de vuelta a casa.

—Palabra de honor —dijo Pedro, levantando la mano de derecha—. Lo pasaré a buscar a eso de las cinco y al final de la noche estará comiendo perritos calientes y cacahuetes y cantando Take me out to the ball game.

Paula le dió un codazo amistoso.

—Sí, claro.

—Bueno, quizá no; pero no será porque no vayamos a intentarlo.

Ella le apoyó la cabeza en el hombro. Pedro olía a mar y a viento.

—Eres una buena persona, Pedro.

—Lo intento.

—No. Lo digo en serio. Estos últimos meses has hecho que me sintiera especial.

—Y tú también a mí.

Durante un largo momento, el silencio se apoderó de la sala como algo palpitante. Paula podía percibir cada movimiento de la respiración de Pedro. No obstante, a pesar de lo agradable que había resultado la velada, no pudo olvidarse de las preocupaciones que la habían acosado durante toda la semana.

—Pedro... ¿Nunca piensas en el futuro?

Él se aclaró la garganta antes de responder.

—Sí. De vez en cuando. Pero no suelo preocuparme más allá de mi próxima comida.

Paula  le tomó la mano y entrelazó los dedos con los de él.

—¿No piensas nunca acerca de nosotros? ¿Acerca de nuestra relación y de cómo puede acabar?

Pedro no respondió, y Paula siguió hablando.

—He estado dándole vueltas, ¿sabes?... Hace ya unos cuantos meses que nos vemos, pero todavía no sé lo que opinas ni qué planes tienes. Me refiero a que estas últimas semanas... No sé... A veces tengo la impresión de que te estás distanciando. Has tenido tanto trabajo que casi no hemos pasado tiempo juntos. Y, luego, cuando no llamaste...

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