viernes, 29 de enero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 25

Contempló el paisaje que se extendía ante sus ojos y no pudo evitar empezar a reír a carcajadas. La falta de oxígeno tenía que ser la causa de semejantes delirios de grandeza. Todavía estaba riéndose cuando Pedro llegó junto a ella.

—¿Qué ocurre?

—Nada que se pueda explicar. Digamos que me acabo de dar cuenta de que me estaba tomando demasiado en serio. Si algo te enseña subir a una montaña es lo pequeño que eres en el mundo —dijo haciendo un arco con la mano—. Mira eso. ¿Hemos visto algo tan bonito en los monasterios por los que hemos pasado de camino a Syalkyo? Este lugar te hace creer en Dios.

—¿Quieres decir que no creías antes?

La sonrisa de Pedro no era condescendiente. Mostraba comprensión y otra cosa que la conmocionó por dentro. Ya estaba enrollando la escala que habrían de usar en el siguiente paso. Pedro tenía una manera de hacer las cosas que parecía como si todo fuera fácil, pero Paula  reconocía el tono de confianza en uno mismo que da la experiencia.

—Antes creía, pero en una manera general. En lo alto de estas montañas es como si pudieras contemplar la mano de Dios. Esa es la diferencia.

—Bienvenida al club. Aunque debo decirte que los sherpas consideran al Everest una diosa, la Madre.

Paula  no tenía que responder. Su sonrisa lo decía todo.

Pedro iba preparando mientras tanto las cuerdas para el siguiente paso y cuando hubo terminado la miró con una gran sonrisa.

—¿Estás preparada, osito?

Sus dientes de un blanco cegador resaltaban más aún sobre la barba oscura que iba poblando su rostro. Estaba segura de que, bajo las gafas de nieve, sus ojos relucían de alegría… y de algo más. Puede que no tuvieran sexo pero la atracción de la que Pedro habló el primer día no había desaparecido. Estaba tan presente entre ellos como la cuerda que Pedro iba tendiendo y que los mantenía unidos.

Pedro miró hacia atrás. Unas delgadas nubes se estaban agrupando sobre el glaciar. El viento le golpeó la cara haciéndole más difícil respirar.

Se cambió el piolet de mano y disminuyó la velocidad para esperar a Paula.

—Tenemos que terminar el tramo. ¿Vas bien?

—No me duele nada. Marca el paso y yo lo seguiré.

Estaba a apenas novecientos metros del refugio y habían dejado la cascada de hielo atrás. La superficie que tenían bajo los pies era básicamente hielo y rocas, una superficie dura que podía infligir mucho daño antes de llegar al refugio, sin contar con el viento que estaba empezando a alcanzar los cuarenta y cinco o cincuenta nudos y cuya fuerza iba en aumento.

—Mira hacia atrás —le dijo al tiempo que hacía que se girara para que contemplara el tramo recorrido.

Paula se giró y al hacerlo su mochila dio contra el pecho de él y su cabeza quedó a la altura de sus hombros.

—¿Ves esas nubes que se arraciman sobre la cumbre? —continuó Pedro—. Buena parte de la masa blanca que ves es polvo de nieve que el viento araña de la superficie del glaciar. Es mejor no estar a la intemperie cuando el viento azota de esa manera. Es una suerte que nos hayamos dejado puesta la parka en vez de habernos cambiado.

—Querrás decir que es una suerte que hiciera tanto frío esta mañana que no nos hayamos quitado la ropa con la que dormimos anoche —dijo ella poniéndose la mano en boca a modo de altavoz.

—Sí, eso también —dijo él sujetándola por un brazo para protegerla de un violento golpe de viento. Era lo más cerca que había estado de ella, voluntariamente, desde el beso. Tal vez debiera besarla de nuevo para restarle importancia al hecho de haber ocurrido una vez.

Paula se apretó contra él al tiempo que se ponía las manos en la boca para hacerse oír.

—¿A qué estás esperando? Salgamos de aquí.

Cuando por fin llegaron al refugio, todo alrededor estaba desierto. No quedaba resto de tiendas y demás parafernalia de los sherpas. Ni un papel ensuciaba el suelo. Debería alegrarse de que los hombres que había contratado esta vez sabían cuál era su opinión de la conservación del medio, si no fuera porque un terrible pensamiento ensombrecía su mente. ¿Cómo iba a soportar una noche más sin tocarla, sin repetir aquel beso?

—Nunca pensé que me alegraría de ver este refugio.

—Veo que unos días en la montaña han bastado para reducir los estándares a los que estás acostumbrada.

La noche anterior la habían pasado en una tienda en lo alto del glaciar. Una nueva experiencia a la que Paula tendría que acostumbrarse.

Cuando terminaron el descenso del Ama Dablam, Pedro había aceptado a regañadientes que tendría que cumplir su promesa de llevarla a la cumbre del Everest. Lo que significaba, desafortunadamente para él, un mes más cerca de ella sin poder tocarla. En la emoción del momento, Paula le había echado los brazos al cuello pero él los había apartado rápidamente y tenía la sensación de que aquel movimiento deliberado de negar acercamiento físico era la razón por la que ahora se estuviera devanando los sesos recordando el beso.

Y no sólo eso. Tenía la impresión también de que Paula era mucho más que una mujer rica que disfrutaba del prestigio y los mimos de trabajar en la embajada y, que la confianza en sí misma que poseía y que él había considerado autoritarismo no se debía sólo a que fuera rica sino a que se había hecho valer siempre en la vida.

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