martes, 12 de enero de 2016

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 63

—¿Lo hiciste tú? —preguntó.

—No lo hice solo. Nico me ayudó —contestó él con un deje de orgullo en la voz al verla complacida.

—Esto es maravilloso —murmuró Paula.

Era la medianoche pasada y hacía rato que ella había finalizado su turno en Eights. Durante la semana anterior, Paula y Pedro se habían visto casi todos los días. El 4 de julio se fueron a pasear en la vieja lancha de Pedro, que éste había reconstruido, y por la tarde, para deleite de Nico, organizaron su propia exhibición de fuegos artificiales. Luego, fueron a merendar a la orilla del Chowan y recogieron almejas en la playa. Para Paula había sido un momento de aquellos que jamás había creído que pudiera hacerse realidad, mejor que el mejor de los sueños.

Aquella noche, como tantas últimas, yacía desnuda con Pedro a su lado. Él tenía las manos llenas de aceite, y el contacto de sus dedos deslizándosele sobre la resbaladiza piel le resultaba insoportablemente placentero.

—Eres una preciosidad —murmuró Pedro.

—No podemos seguir haciendo esto —gruñó ella.

—¿Haciendo qué? —preguntó él, mientras deslizaba los nudillos por su zona lumbar y relajaba luego la presión.

—Quedarnos despiertos hasta tan tarde todas las noches. Está acabando conmigo.

—Pues para ser una mujer moribunda, no tienes mal aspecto.

—No he dormido más de cuatro horas desde el pasado fin de semana.

—Eso es porque no puedes quitarme las manos de encima.

Con los ojos entrecerrados, Paula sonrió levemente. Pedro se inclinó y la besó entre los hombros.

—¿Quieres que lo deje para que puedas descansar? —preguntó, reanudando el masaje.

—Aún no —ronroneó ella—. Te dejaré que acabes.

—Con que utilizándome, ¿eh?

—Si te parece bien...

—Me lo parece.

—¡Explícame qué pasa con Paula! —dijo Matías—. Melisa me ha ordenado que no te deje en paz hasta que me lo cuentes todo, con pelos y señales.

Era lunes y se hallaban en casa de Matías, ocupados en la reparación del tejado que con tanta habilidad Pedro había aplazado. El sol era ardiente, y los dos se habían quitado la camisa mientras empleaban sendas palanquetas para arrancar una a una las tablas torcidas. Pedro se secó el rostro con el pañuelo.

—Poca cosa.

Matías esperó a que su amigo prosiguiera, pero éste no dijo nada más.

—¿Eso es todo? —bufó—. ¿Un simple «poca cosa»?

—¿Qué quieres que te explique?

—Todo. Tú empieza a contar y ya te pararé yo si hay algo que se me escapa.

Pedro miró a su alrededor a hurtadillas, como si temiese que alguien pudiera estar escuchándolos.

—¿Puedes guardar un secreto?

—¡Pues claro!

Pedro se le acercó.

—¡Pues yo también! —contestó, guiñándole un ojo.

Matías estalló en una carcajada.

—Así que piensas guardártelo todo para tí,  ¿eh?

—No sabía que tenía la obligación de contártelo todo —replicó, fingiendo estar indignado—. No sé por qué había creído que mis asuntos sólo me concernían a mí.

Matías negó con la cabeza.

—Mira, eso díselo a otros. Tal como me lo imagino, acabarás explicándomelo tarde o temprano, así que es mejor que sea cuanto antes.

Pedro miró a su amigo con una sonrisa satisfecha.

—Con que eso piensas, ¿eh?

—No es que lo piense, es que lo sé —contestó Matías mientras arrancaba un clavo del techo—. Además, como te he advertido, Melisa no piensa dejarte escapar con vida hasta que lo sepa todo. Créeme, tiene una puntería fabulosa lanzando sartenes.

Pedro se rió de buena gana.

—Bien, puedes decirle a Melisa que a Paula y a mí nos va muy bien.

Matías agarró un listón de madera con las manos enguantadas y tiró de él hasta que lo partió en dos; a continuación lo arrojó a un lado y la emprendió contra la otra mitad.

—¿Y? —preguntó.

—¿Y qué?

—Pues que si te hace feliz.

Pedro tardó un momento en contestar.

—Sí. Realmente, sí —repuso al final y, sin dejar de trabajar, buscó las palabras adecuadas—. La verdad es que nunca he conocido a otra como ella.

Matías tomó un trago de la jarra de agua con hielo mientras aguardaba que su amigo prosiguiera.

—Me refiero a que lo tiene todo —añadió Pedro mientras arrancaba más clavos y los tiraba—. Es guapa, es inteligente, tiene encanto, me hace reír... Y deberías ver cómo se porta con su hijo. Es tan paciente, tan amorosa... De verdad, se trata de una persona muy especial.

—Todo eso suena fantástico —dijo Matías, impresionado.

—Es que ella lo es.

De repente, Matías lo agarró por el hombro y lo zarandeó.

—Entonces, ¿puedes explicarme lo que hace con un tipejo como tú? —bromeó entre risas.

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