miércoles, 13 de enero de 2016

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 68

—El padre de Pedro murió en un incendio —dijo Melisa finalmente.

Cuando escuchó aquellas palabras, Paula sintió que una mano helada le recorría la espalda.


Pedro se había llevado el rascador para limpiarlo con la manguera y cuando regresó vió que su amigo sacaba otras dos cervezas. Matías abrió una mientras Pedro se acercaba sin decir palabra.

—Oye, Paula es francamente guapa.

Pedro dejó el rascador en la parrilla.

—Sí. Lo sé.

—Y tiene un hijo muy mono. Parece un buen chico.

—Sí. Lo sé.

—Creo que se te parece.

—¿Qué?

—Tranquilo. Era sólo para comprobar si me estabas escuchando —dijo Matías con una sonrisa— . Parecías un poco perdido. —Se acercó—. Escucha Pedro, lamento lo que te he dicho. No pretendía molestarte.

—No me has molestado —mintió.

Matías le entregó la otra cerveza.

—Eso no hay quien se lo crea. De todos modos, alguien tiene que mantenerte por el camino recto.

—¿Y ese alguien has de ser tú?

—Naturalmente. Soy el único que puede hacerlo.

—De verdad, Matías, no hace falta que seas tan modesto —respondió Pedro con ironía.

Matías puso cara de sorpresa.

—¿De verdad crees que estoy bromeando? ¿Cuánto tiempo hace que te conozco, treinta años quizá? Yo diría que eso me da derecho a decirte lo que pienso de vez en cuando sin que deba preocuparme de si te parece bien o no. Lo que te dije lo dije muy en serio. No lo de que abandonaras el cuerpo, porque sé que no lo harás, pero sí lo de que debes ser más prudente en el futuro... ¿Ves? —Matías se señaló la calva—. En su momento, todo esto estuvo cubierto de pelo y todavía lo estaría si no fueras un maldito temerario. Cada vez que te juegas el cuello noto que mis queridos pelos se suicidan en masa arrojándose al vacío y estrellándose sobre mis hombros. Si escuchas atentamente, incluso podrás oír sus gritos mientras caen. ¿Tienes idea de lo que significa quedarse calvo? ¿Tener que embadurnarte la coronilla siempre que sales al sol? ¿Que te salgan manchas donde antes te hacías la raya? Nada de todo eso te fortalece el ego, ¿sabes? Así que me lo debes.

Pedro  rió a su pesar.

—Y yo que creía que era hereditario.

—No, hombre. Es por tí.

—Estoy conmovido.

—Ya puedes. No tengo intención de quedarme calvo por culpa de cualquiera.

—De acuerdo —suspiró Pedro—. A partir de ahora intentaré tener más cuidado.

—Estupendo, porque dentro de poco yo no estaré ahí para echarte un cable.

—¿Cómo van esas brasas? —preguntó Melisa.

Matías y Pedro estaban ante la barbacoa, y los niños ya habían empezado a comer: Matías había asado las salchichas primero, y los cinco estaban sentados a la mesa. Paula, que había llevado la comida de Nico (macarrones con queso) en un recipiente aparte, se la había puesto en el plato.

Después de haber estado bañándose durante horas, el chico estaba hambriento.

—Faltan diez minutos —dijo Matías por encima del hombro.

—¡Yo también quiero macarrones con queso! —protestó el hijo pequeño de Melisa cuando vió que Nico comía algo diferente de los demás.

—Cómete tus salchichas —respondió su madre.

—Pero, mamá...

—Cómete tus salchichas primero —repitió ella—. Si después aún tienes hambre, te prepararé unos pocos, ¿vale?

Melisa sabía que al pequeño no le quedaría apetito, pero su respuesta fue suficiente para que el niño dejara de protestar.

Cuando las dos mujeres lo tuvieron todo bajo control, se alejaron de la mesa y se sentaron al lado de la piscina.

Desde que se había enterado de lo del padre de Pedro, Paula no había dejado de atar cabos en su mente, y Melisa no tuvo dificultad en adivinarle los pensamientos.

—¿Piensas en Pedro? —preguntó.

Paula sonrió tímidamente, avergonzada por el hecho de que se le notara tanto.

—Sí.

—¿Cómo van las cosas entre ustedes?

—Habría dicho que francamente bien, pero ahora ya no estoy tan segura.

—¿Lo dices porque no te ha contado lo de su padre? Bueno, pues te confesaré un secreto: Pedro no habla de ese asunto con nadie, nunca; ni conmigo, ni con sus amigos; ni siquiera con Matías.

Paula  pensó en aquello sin saber qué contestar.

—Eso hace que me sienta mejor —dijo, y tras una pausa, añadió—: eso creo, al menos.

Melisa puso a un lado el vaso de té frío. Como paula, había dejado de beber cerveza después de la segunda botella.

—¿Verdad que cuando quiere puede ser encantador? Además, es muy mono.

Paula se reclinó en su asiento.

—Sí. Lo es.

—¿Cómo se porta con Nico?

—Nico lo adora. Últimamente incluso diría que prefiere a Pedro antes que a mí. Cuando están juntos, no sé cuál de los dos parece más niño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario