miércoles, 6 de enero de 2016

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 53

—Sí que lo eres —replicó ella tomándole la mano.

Durante los siguientes minutos, charlaron de cosas sin importancia y su conversación divagó. Al final, Pedro le preguntó acerca de los pretendientes que insistían en acompañarla a casa, y ella se puso a reír mientras entornaba los ojos y le explicaba que era algo que formaba parte del trabajo.

—Cuanto más agradable soy, mejores son las propinas. Lo que pasa es que siempre hay quien lo malinterpreta.

La intrascendente charla resultó relajante, y Paula hizo lo que pudo para mantener la mente de Pedro apartada del accidente. Recordaba que, de pequeña, cuando tenía pesadillas, su madre hacía lo mismo: la distraía hablándole de otras cosas hasta que ella se tranquilizaba.

También pareció funcionar con Pedro. Poco a poco, éste empezó a espaciar sus comentarios y a dar cabezadas. Los ojos se le fueron abriendo y cerrando lentamente, abriendo y cerrando, y su respiración se hizo más profunda a medida que las tensiones del día empezaron a cobrarse su tributo.

Paula le sostuvo la mano todo el rato mientras contemplaba cómo el sueño se apoderaba de él. Luego, se levantó y fue a buscar otra manta a su dormitorio. Cuando le dió un golpecito en el hombro, Pedro se tumbó sin decir palabra, y ella pudo taparlo sin dificultad.

Medio dormido, murmuró algo acerca de que debía marcharse; pero Paula le susurró que todo estaba bien.

—Duerme tranquilo —murmuró al tiempo que apagaba la lámpara.

Subió a acostarse y se puso el pijama. Se deshizo la cola de caballo, se cepilló los dientes y se limpió el sudor del rostro. Luego, se deslizó entre las sábanas y cerró los ojos.

Lo último que recordó antes de dormirse fue que Pedro Alfonso dormía en el salón.

—¡Oha, Pepe!—exclamó Nico alegremente.

Pedro  abrió los ojos y parpadeó ante la luz de la mañana que entraba a chorros a través de la ventana. Se apartó el sueño de los ojos frotándoselos con el dorso de la mano y vió a Nico, que lo miraba desde muy cerca, con el apelmazado cabello completamente despeinado. Tardó un segundo en darse cuenta de dónde se encontraba.

Nico  dió un paso atrás, sonriendo. Pedro se incorporó, se pasó las manos por el pelo y miró su reloj: eran poco más de las seis. La casa estaba en silencio.

—Buenos días, Nico, ¿cómo estás?

—«E etá omido.»

—¿Dónde está tu madre?

—«E etá omido en ofá.»

Pedro  se puso en pie, notando la rigidez de sus miembros. El hombro le dolía como solía hacerlo todas las mañanas cuando despertaba.

—Y que lo digas —respondió.

Estiró los brazos y bostezó.

—Buenos días —oyó que una voz decía a sus espaldas. Miró por encima del hombro y vió que Paula salía del cuarto, vestida con un pijama rosa y calcetines.

—Buenos días —contestó dándose la vuelta—. Supongo que anoche me quedé dormido sin darme cuenta.

—Estabas cansado.

—Lo siento.

—No te preocupes —dijo ella.

Nico se había ido a un rincón de la sala y estaba jugando con sus juguetes. Paula se le acercó y le dio un beso en la cabeza.

—Buenos días, cariño.

—«Beños ías.»

—¿Tienes hambre?

—«O.»

—¿Quieres un yogur?

—«O.»

—¿Quieres seguir jugando con tus juguetes?

Nico asintió, y Paula se volvió hacia Pedro.

—Y tú, ¿cómo vas de apetito?

—No quiero que tengas que cocinar nada especial para mí.

—Sólo pensaba ofrecerte unos Cheerios —repuso, provocándole una sonrisa. Se ajustó la chaqueta del pijama—. ¿Has dormido bien?

—Como un tronco. Gracias por lo de anoche. Fuiste más que paciente conmigo.

Paula  hizo un gesto, restándole importancia. Parpadeó bajo la luz de la mañana; su cabello, largo y enmarañado, le acariciaba los hombros.

—¿Para qué están los amigos, si no?

Incómodo por alguna razón, Paulase agachó, recogió el cobertor y empezó a doblarlo con cuidado, agradecido por tener algo que hacer. Se sentía fuera de lugar en casa de Paula, tan temprano. Ella se le acercó.

—¿Estás seguro de que no quieres quedarte a desayunar? Tengo media caja de cereales.

Pedro  dudó.

—¿Y leche? —preguntó finalmente.

—No, aquí nos tomamos los cereales con agua —contestó Paula, muy seria.

Él la miró como si no supiera si debía creerla o no. Cuando ella soltó una carcajada, su risa sonó melodiosa.

—Claro que tenemos leche, bobo.

—¿Bobo?

—Es un apelativo cariñoso. Quiere decir que me gustas —le dijo guiñándole un ojo.

Pedro  encontró aquellas palabras inesperadamente agradables.

—En ese caso, me quedaré de buena gana.

—¿Qué tienes previsto hacer hoy? —preguntó Pedro.

Habían terminado de desayunar y Paula lo estaba acompañando hasta la puerta. Él aún debía ir a su casa para cambiarse de ropa antes de reunirse con sus operarios.

—Lo de costumbre. Trabajaré con Nico durante unas cuantas horas. Luego, no estoy segura.

Dependerá un poco de lo que le apetezca: jugar en el jardín, dar una vuelta en bici, lo que sea. Por la noche volveré al trabajo.

—¿A servir otra vez a esa panda de tipos lascivos?

—Mira, esta nena tiene un montón de facturas por pagar —contestó con un punto de coquetería—. Además, no son todos tan malos. La verdad es que el de ayer por la noche era bastante agradable; tanto que le permití que pasara la noche en mi casa.

—¡Vaya! Con que un conquistador, ¿eh?

—La verdad es que no. Resulta que me dio tanta pena que no tuve coraje para ponerlo de patitas en la calle.

—¡Ay!

Cuando llegaron a la puerta Paula  se apoyó en él y le dió un golpecito amistoso.

—Sabes que estoy bromeando.

—Eso espero.

El cielo estaba limpio de nubes y el sol asomaba en el este por encima de los árboles mientras ellos salían al porche.

—Bueno, yo... Escucha, gracias por lo de anoche.

—Ya me has dado las gracias antes, ¿te acuerdas?

—Lo sé —dijo Pedro con firmeza—, pero quería dártelas de nuevo.

Se quedaron en el sitio sin moverse, hasta que Paula se le acercó con la mirada fija en el suelo; luego, levantó la vista hacia él, ladeando ligeramente la cabeza. Se aproximó y pudo ver la sorpresa que aparecía en los ojos de Pedro cuando lo besó suavemente en los labios.

No fue más que un roce, pero él no pudo evitar quedarse contemplándola mientras pensaba en lo hermosa que era.

—Me alegro de que fuera a mí a quien recurrieras —dijo Paula.

Allí, en el porche, vestida con un pijama y con el cabello revuelto, tenía un aspecto soberbio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario