domingo, 31 de enero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 29

Por sorprendente que fuera, Paula durmió toda la noche de un tirón. Sin embargo, cuando abrió los ojos, le bastó una mirada a Pedro para saber que no irían muy lejos. Aún estaba durmiendo. No tenía sentido despertarlo. No lo había oído irse a la cama pero probablemente había sido más tarde de lo que había dicho. Aquel hombre sólo dormía unas pocas horas al día.

El día se alargó interminablemente. Estaban solos, día y noche en aquella caja de zapatos, sin poder salir ni hacer nada. Cerró los ojos y trató de no pensar y volver a quedarse dormida. Pero no.

No tenía control alguno sobre su mente o su cuerpo. Tenía la sensación de que si no cometía asesinato primero, se lanzaría sobre Pedro.

—¿Otra taza de té?

Pedro se giró rápidamente y se chocó con Paula. Aunque era un espacio pequeño, Paula siempre se las arreglaba para acercarse a él sigilosamente.

—Esta vez no —dijo él. Una cerveza le apetecía más, o un trago de whisky malo, cualquier cosa que lo ayudara a calmar los nervios.

Paula  lo había recogido todo, había barrido la chimenea y había preparado té. Pedro metió las manos en los bolsillos de su mochila y encontró una vieja novela de misterio con los bordes doblados de estar en la mochila.

Se tiró entonces en la cama, un brazo debajo de la cabeza y el libro en la otra. Ya lo había leído tres veces, pero era lo único que se le ocurría. Si lograba perderse en él, se olvidaría de momento de Paula.

Por su parte, Paula encontró una navaja multiusos con set de manicura incluido. Se sentó en el borde de la cama y se puso a cortarse las uñas comparando continuamente las de una mano y la otra para ver que estaban igualadas.

Ninguno de los dos había pensado en llevar unas cartas y hacía dos horas que se les habían terminado los temas de conversación. Volvió a mirar el reloj. Demasiado pronto para preparar la cena. ¿Un aperitivo quizá?

Dejó la navaja y se puso en pie. Al momento Pedro la siguió.

—¿Qué? —dijo él mirando a su alrededor—. ¿Qué te pasa?

—¡Me has asustado! —dijo ella lanzando un grito de sorpresa.

—No, tú me has asustado a mí —dijo él tomándola por los hombros—. Pensé que te habías hecho un corte en una uña o algo —y mientras lo decía deslizó las manos por sus brazos y le tomó las manos para examinar sus uñas—. Bonitas, pero aquí no tiene sentido.

Paula  podía sentir el calor que irradiaba su pecho. Podía olerlo y para ella era como un afrodisíaco. Los párpados le pesaban y el corazón le latía muy deprisa pero resistió la tentación de alargar las manos para tocarlo.

—Iba a comer algo. ¿Te apetece?

Pedro tenía las pupilas muy dilatadas. Estaba tan excitado como ella. Paula notó las manos de Pedro en sus muñecas. El pulso se le aceleró, tragó con dificultad esperando lo inminente.

—No deberíamos hacer esto —continuó.

El pulso también acelerado de Pedro ensordecía el razonamiento de Paula. No tenía por qué estar de acuerdo aunque ella tuviera razón. El rugido del viento fuera del refugio se tradujo en su mente en un comentario lleno de amargo sarcasmo cuando, finalmente, le soltó las muñecas como un lobo que pierde su presa.

—Cariño, si estuviéramos haciendo algo, no te dejaría ir como voy a hacer ahora.

Y diciéndolo, le dió la espalda y se alejó, todo lo lejos que pudo. Se metió las manos en los bolsillos y trató de calmarse, algo estúpido porque su erección no atendía a razones.

En el suelo estaban sus botas y dentro de una el teléfono por satélite. Le serviría de excusa para hacer algo y dejar de pensar en Paula.

—Creo que pediré de nuevo el informe meteorológico para saber cuánto tiempo más va a durar esto.

Lo que no dijo fue a que se refería con «esto». El tiempo cambiaría, como siempre pasaba, pero la necesidad de hacerle el amor a Paula no parecía ceder.

Paula sentía que el hormigueo bajo su piel empeoraba por momentos y se alegró de poder mantenerse ocupada haciendo la cena. Pedro ya había encendido la lámpara y la había colgado de un clavo en el techo.

Su resistencia estaba flaqueando. Había comenzado a preguntarse qué estarían haciendo en ese momento si no hubiera frenado los avances de Pedro antes. ¿Tal vez estaría tumbada entre sus brazos totalmente satisfecha?

Satisfecha. ¿Cuándo había experimentado ella algo así con Facundo? Desde luego el francés nunca ocuparía un lugar de honor en la lista de amantes legendarios. Sus habilidades eran más intelectuales que físicas y, además, a él le interesaba más su dinero que su cuerpo. De hecho, cuando el atractivo Facundo la invitó a cenar por primera vez, Paula tuvo la desagradable sensación de que tal vez sus intenciones fueran descubrir los secretos de la agencia.

Pero Facundo sólo estaba interesado en hablar de Facundo. El caso era, ¿iba a dejar que su relación con aquel hombre afectara cualquier futura relación? Eso sería darle más relevancia de la que merecía.

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