viernes, 22 de enero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 1

Namche Bazaar Mayo

Paula veía cómo el guía desviaba la mirada para no mirarla a los ojos.

—Lo siento, señora Chaves, no puedo ayudarla. Tiene que preguntar por Pedro Alfonso, de Expediciones Aoraki. Él es quien sabe dónde están los cuerpos… —la sonrisa pretendidamente cómplice de Mario Serfontien titubeó.

—Gracias por su ayuda.

Paula se dió la vuelta para evitar que Serfontien, el último guía en su lista, pudiera ver el temblor que agitaba sus labios. Nada. Seguía sin conseguir nada.

No quería tener que suplicar a ninguno de aquellos rudos hombres; sólo le quedaba una esperanza, Pedro Alfonso. Intentó sonreír pero sólo consiguió una mueca de dolor antes de darse la vuelta de nuevo.

—Y supongo que ninguno de ustedes sabe donde está, ¿verdad? Nadie parece haberlo visto en los últimos días.

Tanto el guía como el resto de su equipo negó con la cabeza.

Era la quinta vez que pedía un guía que la acompañara hasta la cima del Everest. Había oído rumores sobre Alfonso y le daba la sensación de que la estaban retando a que lo encontrara, como si ellos supieran algo que ella no. Tenía muy mal aspecto. Por lo que a ella se refería, aquel hombre podía ser el hermano perdido de Frankenstein. Lo único que le importaba era que la llevara hasta el lugar en que el último miembro que quedaba de su familia, su hermana, Delfina Martínez, había muerto.

El accidente había ocurrido unos días después de que recibiera la carta. No habían alcanzado la cumbre tal como esperaban y, aunque eso no parecía tener importancia en ese momento, deseaba que Delfina y Fernando hubieran conseguido hacer realidad su sueño antes de morir.

Llevaba la carta de Delfina en el bolsillo interior de la chaqueta, junto al corazón, como si eso pudiera cambiar el pasado. La noche que escuchó la noticia en la televisión, se había negado a creerlo. Los cuerpos no habían sido recuperados. Sin perder la esperanza de recibir alguna noticia, se había puesto a hacer la maleta rumbo a Namche Bazaar.

Llegó a Nepal y desde allí tomó camino desde Lukla a Namche Bazaar pero la esperanza ya no era una opción. Tocó la carta a través de su anorak. El papel estaba muy sobado.

Estaba harta de recibir siempre la misma respuesta: «Siento mucho lo ocurrido a Fernando y Delfina. Eran una pareja muy simpática, pero no podemos hacer que los grupos se desvíen para ayudarla a encontrar sus cuerpos. Con quien tiene que hablar es con Pedro Alfonso».

El hombre invisible. Comenzaba a tener la sensación de que le estaban dando largas. Paula giró sobre los talones, los hombros hundidos por la decepción, y cuando ya se dirigía hacia el hotel, alguien le tocó el codo.

—Perdone, señora —dijo una voz.

Paula se giró. A su lado, la joven que la había tocado bajaba la mirada avergonzada. Era muy bella, con la piel suave y muy lustrosa. Era una pena que la ruda vida en las montañas no tardaría en hacer estragos en aquellos rasgos perfectos. —Namaste —saludó la joven con delicioso acento.

—Namaste —Paula repitió el saludo que significaba «yo saludo todas las cualidades divinas que hay en ti».

La joven sherpa no desentonaba en el ambiente de aquel pueblo de montaña al contrario que Paula y su ropa de montaña comprada en París. Era la primera vez que subía a una montaña en su vida.

Pero no le importaba. Estaba decidida a escalar la más alta o, al menos, parte de ella. Dejaría la cumbre para los que realmente disfrutaban con aquellas cosas. Ella sólo quería encontrar a su hermana.

—Me llamo Kora. Yo sé donde está Pedro. Lo ví ayer.

—¿De veras? —dijo Paula conteniendo la respiración esperanzada.

La chica asintió con la cabeza un par de veces aunque en realidad todo su cuerpo se sacudió con el movimiento así como sus ropas multicolores.

—Mi hermano, Sherpa Rei, trabaja para él.

Paula no pudo evitar sonreír.

—Bien. ¿Y cómo es? ¿Qué clase de hombre es?

—Pedro  es un hombre grande, muy grande —dijo Kora haciendo un gesto con los brazos, pero Paula  no estaba muy segura de cómo tomárselo: sería su estatura o su ego lo que impresionaba tanto a aquella joven. Aun así, estaba demasiado emocionada.

—¿Y dónde vive Pedro? ¿Podrías llevarme hasta allí?

—Ahora vive en la taberna de la parte vieja del pueblo.

¿La antigua aldea? Paula miró a su alrededor. Aunque se encontraban a las afueras de un mercadillo demasiado cercano a la ladera de la montaña, ninguna de las construcciones al otro lado parecía excesivamente vieja. Suponía que Namche Bazaar debía de haber sido en sus comienzos una pequeña aldea construida en lo alto de la montaña cuya paz había quedado destruida por las hordas de visitantes que se acercaban dispuestos a probar sus habilidades como escaladores.

La chica asintió.

—Kora puede mostrarte el camino.

—Estupendo. ¿Podemos ir ahora mismo?

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