martes, 12 de enero de 2016

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 65

—Pareces nerviosa —comentó Pedro, estudiando el reflejo de Paula en el espejo.

Se hallaba de pie en el baño, mientras ella acababa de retocarse el maquillaje.

—¡Estoy nerviosa!

—Pero si sólo se trata de Matías y Melisa. No hay motivos para que te pongas así.

Sosteniendo dos pendientes distintos cerca de la oreja, Paula dudó entre el aro y el botón.

—Para tí, puede. Tú los conoces; pero yo sólo los he visto una vez, de eso hace tres meses y tampoco tuvimos ocasión de hablar mucho. ¿Qué pasará si les causo mala impresión?

—No te preocupes, no se la causarás —contestó Pedro, dándole un leve apretón en el brazo.

—Pero ¿y si se la causo?

—A ellos no les importará. Ya lo verás.

Paula descartó las esclavas y se puso los botones.

—De acuerdo, pero no estaría tan nerviosa si me hubieras llevado a verlos antes. Has tardado un montón en empezar a presentarme a tus amigos.

Pedro alzó las manos en un gesto a la defensiva.

—A mí no me eches la culpa. Eres tú quien trabaja seis noches a la semana. Lo lamento si resulta que te quiero para mí solo la única noche que tienes libre.

—Sí, pero...

—Pero ¿qué?

—Pues que empezaba a preguntarme si te molestaba que te vieran conmigo.

—No seas ridícula. Te aseguro que mis motivos son plenamente egoístas: soy avaro cuando se trata de compartir mi tiempo contigo.

—¿Eso es algo por lo que voy a tener que preocuparme en el futuro? —preguntó ella, mirándolo de reojo.

Pedro  contestó con una sonrisa taimada.

—Eso dependerá de si sigues teniendo que trabajar seis noches a la semana.

Ella acabó de ajustarse los pendientes y suspiró.

—Bueno, no creo que dure mucho. Pronto habré ahorrado lo suficiente para comprarme un coche, y entonces, créeme, le suplicaré a Rafael que me reduzca los turnos.

Pedro  se le acercó por detrás y la rodeó con los brazos mientras la miraba en el espejo.

—Hum. ¿Te he dicho ya que tienes un aspecto fantástico?

—Estás cambiando de tema.

—Lo sé, pero mírate: estás guapísima.

Después de contemplarse por última vez, Paula se dió la vuelta.

—¿Lo bastante para ir a cenar a casa de tus amigos?

—Estás estupenda —repuso él con franqueza—, pero aunque no fuera así te querrían lo mismo.

Media hora más tarde, Pedro, Paula y Nicolás caminaban hacia la puerta principal de casa de
Matías. En ese instante, éste apareció rodeando la casa y con una cerveza en la mano.

—¡Eh! Hola a todos. Me alegro de verlos. Vengan por aquí. La pandilla está ahí detrás.

Los tres lo siguieron a través del arco de entrada, al lado de los columpios y las azaleas.

Melisa estaba sentada frente a la mesa exterior viendo cómo sus cuatro hijos se tiraban al agua y chapoteaban entre gritos y chillidos. La piscina había sido instalada el verano anterior, después de que hubieran descubierto más de una vez las huellas de los mocasines de sus hijos cerca del río. Como solía decir Matías: «Nada como una serpiente venenosa para quitarle a uno las ganas de zambullirse en la madre naturaleza.»

—Hola, chicos —saludó Melisa—. Gracias por haber venido.

Pedro le dió un fuerte abrazo y un leve beso en la mejilla.

—Ustedes  dos ya se conocen, ¿no es así? —preguntó.

—Sí, nos vimos en el festival —dijo Melisa con naturalidad—, pero de eso hace mucho. Además, ese día te encuentras con tanta gente... Qué tal, Paula, ¿cómo estás?

—Bien, gracias —repuso ella, todavía nerviosa.

Matías señaló la nevera.

—Eh, pareja, ¿les apetece una cerveza?

—Me parece estupendo —contestó Pedro—. Paula, ¿quieres tú?

—Sí, por favor.

Mientras Pedro sacaba las bebidas, Matías fue hacia la mesa y ajustó la sombrilla para que el sol no les diera de lleno. Melisa se había vuelto a sentar y Paula la imitó. Durante todo ese rato, Nico, que llevaba puesto el traje de baño y una camiseta, se mantuvo pegado a su madre, jugueteando tímidamente con la toalla que tenía colgada del cuello. Melisa se inclinó hacia él.

—Hola, Nico, ¿cómo estás?

Nico no respondió.

—Nico, contesta: «Estoy bien, gracias» —le dijo Paula.

—«Toy ben, asias.»

Melisa sonrió.

—¡Estupendo! ¿Te apetece darte un remojón con los chicos? Me parece que te han estado esperando todo el día.

Nico  la miró y, luego, a su madre.

—¿Quieres nadar? —le preguntó Paula, planteando la pregunta de otra manera. Nico asintió entusiasmado.

—«¡I!»

—Muy bien, pero ve con cuidado.

Paula le quitó la toalla mientras el chico se acercaba a la piscina.

—¿Usa flotador? —preguntó Melisa.

—No. Sabe nadar. Aunque debo vigilarlo, naturalmente.

Nico llegó al borde y se metió. El agua le llegaba a las rodillas. Se agachó y empezó a salpicar, como si comprobara que estuviera a su gusto. Acto seguido, sonrió encantado y se puso a dar brazadas. Paula y Melisa lo observaron.

—¿Cuántos años tiene?

—Cumplirá cinco dentro de unos meses.

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