martes, 12 de enero de 2016

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 62

Cuando hubo concluido, Pedro  se agachó y arrancó un ramillete que le entregó a Paula.

—Me gusta esa historia —dijo ella.

—Y a mí.

—Pero ¿no acabas de violar la ley?

—Claro. Pero es que así cada uno tendrá algo para mantener al otro en el buen camino.

—¿Como la confianza?

—Eso, también —dijo Pedro, besándola en la mejilla.

Aquella noche, Pedro la acompañó al restaurante; pero Nico no se quedó con ella porque él se había ofrecido para cuidar al chico en casa de Paula.

—Nos divertiremos. Jugaremos a la pelota, veremos una película y prepararemos palomitas.

Tras rezongar y protestar un rato, Paula acabó aceptando, y él la dejó en Eights poco antes de las siete. Mientras daban media vuelta, le guiñó un ojo a Nico.

—Muy bien, campeón. Primero pararemos en mi casa: si vamos a ver una peli necesitaremos un aparato de vídeo.

—«E conduse» —repuso Nico  con entusiasmo, y Pedro, que ya empezaba a estar acostumbrado al especial vocabulario del chico, se echó a reír.

—Y aún nos quedará otra cosa por hacer, ¿vale?

Nico se limitó a asentir, aparentemente satisfecho sólo con no tener que quedarse en Eights.

Pedro agarró su teléfono móvil y marcó un número con la esperanza de que al tipo a quien llamaba no le importara hacerle un favor.

A medianoche, Pedro metió a Nico en la camioneta y fue a recoger a Paula. El chico se despertó sólo un momento, cuando su madre subió al vehículo; luego se acurrucó en su regazo, como tenía por costumbre, y se quedó dormido. Quince minutos más tarde, todos estaban en la cama: Nico, en su cuarto, y Paula y Pedro, en el de ella.

—He estado pensando en lo que dijiste antes —había comentado Paula mientras se quitaba el vestido amarillo de trabajo.

A Pedro le fue difícil concentrarse cuando lo vió caer.

—¿Qué fue lo que dije? —preguntó.

—Sí, lo de que estabas triste porque nunca más volvería a ser como la primera vez.

—¿Y?

Vestida solo con el sujetador y las bragas, Paula se le acercó y se frotó contra él.

—Pues que si conseguimos que ahora sea incluso mejor que antes, puede que recobres la ilusión.

Pedro notó el cuerpo de Paula deslizándose contra el suyo.

—Y eso, ¿cómo se logra?

—Si hacemos que la última vez sea siempre la mejor, conseguiremos que esperes con impaciencia la próxima.

Pedro  la rodeó con los brazos mientras notaba cómo el deseo se apoderaba de él.

—¿Crees que funcionará?

—No tengo ni idea —respondió ella desabrochándole la camisa—, pero me encantaría averiguarlo.

Pedro, tal como lo había hecho la noche anterior, salió sigilosamente de la habitación cuando faltaba poco para que amaneciera, pero esta vez se dirigió al sofá. No quería que Nico los viera acostados juntos, así que se tumbó allí y dormitó unas horas, hasta que el chico y su madre despertaron, cerca de las ocho. Hacía mucho tiempo que Nico no se levantaba tan tarde.

Paula  miró la habitación a su alrededor e inmediatamente comprendió el motivo. Por el aspecto de la sala, era evidente que Pedro y Nico se habían quedado despiertos hasta tarde: la tele no estaba en su sitio porque la habían movido para conectar un aparato de vídeo del que salía un manojo de cables; sobre la mesa había dos vasos medio vacíos junto a unas latas abiertas de Sprite, mientras que el suelo y el sofá estaban regados de migas de palomitas. Encima de la pantalla del televisor había dos películas sobre sus respectivas cajas abiertas: El Rey León y Los rescatadores.

Paula puso los brazos en jarras mientras contemplaba aquel desorden.

—Cuando llegamos anoche no me dí cuenta de la juerga que les había corrido. Parece que se pasaron de miedo, ¿no?

Pedro se incorporó en el sofá frotándose los ojos.

—Fue divertido.

—Seguro —gruñó Paula.

—Pero ¿a que no has visto la otra cosa que hemos hecho?

—¿Te refieres a algo aparte de ponerlo todo perdido de palomitas de maíz?

Pedro rió.

—Vamos, déjame que te lo enseñe. Después limpiaré esto en un minuto.

Se levantó estirando los brazos por encima de la cabeza.

—Nico —llamó—, ven tú también. Vamos a enseñarle a tu madre lo que hicimos anoche.

Para sorpresa de Paula, el niño pareció comprender las palabras de Pedro y lo siguió obedientemente hacia la puerta de atrás. Pedro la abrió, invitó a Paula a que saliera y le hizo un gesto para mostrarle el jardín a ambos lados de la entrada.

Cuando ella contempló la escena se quedó boquiabierta.

Toda la parte de atrás de la casa era un gran plantel de flores de Jobell.

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