miércoles, 6 de enero de 2016

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 54

Aquel mismo día, más tarde y a petición del propio Pedro, Paula le enseñó el diario de Nico.

Sentada en la cocina, a su lado, fue pasando las páginas mientras las comentaba de vez en cuando. Cada hoja tenía anotados los objetivos que se había marcado, las palabras específicas y las frases que Nico debía pronunciar, así como las observaciones posteriores.

—¿Lo ves? No es más que un archivo de todo lo que hacemos. Eso es todo.

Pedro volvió a la primera página, en cuya cabecera sólo figuraba una palabra: «manzana». Más abajo empezaban las anotaciones de Paula, que se prolongaban en el reverso. Era la descripción de cómo había transcurrido el primer día que había trabajado con Nico.

—¿Me permites? —preguntó.

Ella asintió, y Pedro empezó a leer despacio, empapándose de cada palabra. Cuando hubo acabado, la miró.

—¿Cuatro horas?

—Sí.

—¿Cuatro horas para pronunciar la palabra «manzana»?

—De hecho, no la pronunció de forma completamente correcta, ni siquiera al final de la sesión. Pero fue suficiente para que yo pudiera entender lo que quería decirme.

—¿Cómo lo conseguiste?

—Me limité a trabajar con él hasta que la pronunció.

—Pero ¿cómo sabías que funcionaría?

—No lo sabía. Al menos, no al principio. Había estudiado un montón de cosas acerca del problema de Nico y de las distintas formas que había para trabajar con chicos como él; había leído los programas que algunas universidades habían puesto en marcha; había estudiado a fondo las distintas terapias del lenguaje y los efectos que producían. Sin embargo, nada de lo que había pasado por mis manos describía con precisión la dolencia de Nico. La mayor parte de los textos hacía referencia a casos de chicos diferentes. A pesar de todo, hay dos libros —Niños con retraso en el habla, de Thomas Sowell, y Déjame escuchar tu voz, de Catherine Maurice— que se acercaban bastante. El libro de Sowell fue el primero que me descubrió que no estaba sola ante el problema, que hay muchos niños que tienen dificultades para hablar aunque no sufran ninguna dolencia. El de Maurice, aunque se refiere básicamente a los autistas, me dio una idea de cómo podía enseñar a Nico.

—¿Y cómo lo haces?

—Uso un programa de modificación del comportamiento, uno que diseñaron los de la
Universidad de California en Los Ángeles. Habían tenido éxito con los niños autistas premiándoles las conductas positivas y castigando las negativas. Yo me limité a adaptar el tratamiento para el habla, ya que es el único problema de Nico. En esencia, cuando Nico dice lo que le pido que diga, recibe a cambio una golosina. Si no lo hace, se queda sin ella; y si no quiere intentarlo o se pone tozudo, lo regaño. Cuando le enseñé la palabra «manzana», le mostré una imagen de esa fruta y le repetí el nombre varias veces. Cada vez que emitía algún sonido, le daba un trocito de golosina. Después de eso, se lo daba si el sonido era correcto, aunque no fuera la palabra completa. Así fui avanzando hasta que al final sólo lo premiaba cuando conseguía articular la palabra entera.

—¿Y para conseguir eso tardaste cuatro horas?

Paula  asintió.

—Sí. Cuatro largas e interminables horas. Lloró y pataleó y no dejó de intentar bajarse de su sillita. Llegó a gritar como si le estuviera clavando alfileres. Si alguien nos hubiera oído en aquel momento, habría dicho que yo estaba torturando a mi hijo. Creo que pronuncié la palabra «manzana» unas quinientas o seiscientas veces. La repetí y la repetí hasta que nos hartamos. Fue terrible, realmente terrible para los dos. Pensé que nunca se acabaría; pero ¿sabes una cosa?...

Paula se le acercó.

—Cuando al final la pronunció correctamente, todos aquellos malos momentos quedaron olvidados de golpe. Toda la frustración, la ira y el miedo que ambos habíamos sentido se desvanecieron. Me acuerdo perfectamente de lo emocionada que estaba. No te lo puedes ni imaginar. Me puse a llorar y le hice repetir la maldita palabra una docena de veces antes de convencerme de que realmente la sabía pronunciar. Aquélla fue la primera vez que tuve la plena certeza de que Nico podía aprender. Lo había conseguido yo sola, con mis propios medios, y no te puedo explicar lo que significó para mí tras todo lo que los médicos me habían llegado a pronosticar.

Paula meneó la cabeza con un gesto de incredulidad al recordar aquel día.

—Después de eso, seguimos intentándolo con nuevas palabras, de una en una, hasta que las fue aprendiendo todas. Llegó un momento en que Nico  podía decir el nombre de cualquier tipo de flor, árbol, coche o avión. Su vocabulario era extensísimo, aunque todavía no era capaz de entender para qué servía el lenguaje. Así fue como empezamos con las combinaciones de dos palabras, como «camión azul» o «árbol grande». Creo que eso lo ayudó a captar lo que yo intentaba enseñarle: que las palabras son el modo mediante el cual las personas se comunican. Tras unos cuantos meses, Nico podía repetir casi cualquier cosa que yo dijera, así que empecé a enseñarle lo que significaban las preguntas.

—¿Y eso fue difícil?

—Todavía es difícil; más difícil que enseñarle palabras, porque ahora debe intentar descifrar los cambios de entonación, captar el significado de la pregunta y responderla adecuadamente. Todo eso le cuesta mucho. Nos hemos pasado los últimos meses practicando. Al principio, las preguntas planteaban todo un conjunto de nuevos desafíos, porque Nico pretendía repetir lo mismo que yo le planteaba. Si le mostraba un dibujo de una manzana y le decía: «¿Qué es esto?», él me respondía.«¿Qué es esto?» Si yo le decía: «Dí "esto es una manzana"», él me contestaba: «Di "esto es una manzana".» Al final opté por plantear la pregunta en voz baja y dar la respuesta en voz alta, confiando en que captara lo que pretendía enseñarle; pero durante una larga temporada se limitó a murmurar la pregunta y a repetir la respuesta con mi misma entonación y palabras. Tardé semanas en lograr que sólo dijera la respuesta. Naturalmente, siempre que lo conseguía, yo le daba su premio.

Pedro  asintió. Estaba empezando a hacerse una idea de la dificultad que entrañaba aquello.

—Has debido de tener la paciencia de una santa.

—No siempre.

—Pero hacer todo eso día tras día...

—Era necesario. Además, mira lo lejos que ha llegado.

Pedro  hojeó el diario hacia el final. De una página casi vacía con una única palabra en ella, las notas de Paula  pasaban a ocupar tres y hasta cuatro hojas.

—Ha progresado mucho —reconoció Pedro.

—Sí, lo ha hecho. Pero todavía le queda un largo camino por recorrer. Se las arregla con preguntas con «qué» y «quién», pero todavía le cuesta comprender el significado de «por qué» y «cómo». Por otra parte, aún no sabe mantener una conversación y se limita a pequeñas afirmaciones. También tiene problemas para construir frases. Por ejemplo, sabe qué quiero decir cuando le pregunto «¿dónde está tu coche?»; pero si le digo «¿dónde has puesto tu coche?», todo lo que consigo es una mirada vacía como respuesta. Éstas son las cosas que hacen que me alegre de haber escrito el diario. Siempre que Nico tiene un mal momento, y los tiene bastante a menudo, lo abro y recuerdo todos los retos que ha superado hasta ahora. Algún día, cuando esté mejor, se lo entregaré. Me gustaría que lo leyera y que supiera lo mucho que lo quiero.

—Eso ya lo sabe.

—Sí, pero en alguna ocasión me gustaría escuchar de sus labios que él también me quiere.

—¿No te lo dijo el otro día, cuando lo acostaste?

—No. Nico nunca me ha dicho semejante cosa.

—¿Y no has intentado enseñárselo?

—No.

—¿Por qué?

—Porque quiero que me sorprenda el día en que le salga de adentro.

2 comentarios:

  1. Ayyyyyyyyyy, morí con el final de este cap. Seguro que Pedro le enseña a decir "TE QUIERO MAMÁ" a Nico.

    ResponderEliminar
  2. Hermosos capítulos!!! Me emociona leer por todo lo que tiene que pasar Paula con Nico para que se supere cada día!

    ResponderEliminar