viernes, 15 de enero de 2016

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 72

Matías vaciló mientras echaba un vaso de cartón a la basura. Tenía una desagradable sensación de déjà vu. La última vez que le había oído aquella frase en boca de Pedro había sido cuando éste salía con Lorena.

Media hora más tarde, Pedro y Paula regresaban a casa con Nico sentado entre ellos, una escena que habían repetido multitud de ocasiones. Sin embargo, en aquel momento y por primera vez, en la camioneta se respiraba un ambiente de tensión que ninguno de los dos acertaba a explicar fácilmente. Pero era tan palpable como el silencio en el que Nico se había quedado dormido.

Para Paula era una sensación extraña. No dejaba de pensar en todo lo que Melisa le había dicho y las palabras danzaban en su cabeza como un yoyó. No le apetecía hablar, y según parecía, a Pedro tampoco. Él se había mantenido distante, y su actitud no hacía más que reafirmar los sentimientos de Paula. Lo que se suponía que debía haber sido una agradable cena con unos amigos se había convertido en otra cosa mucho más importante. Paula estaba segura de ello.

De acuerdo, había faltado poco para que Pedro se ahogara con el comentario de Melisa acerca de sus intenciones respecto al matrimonio, pero semejante pregunta habría desencajado al más pintado, especialmente si se la planteaban con la «delicadeza» de Melisa, ¿o no? Intentó convencerse con aquel punto de vista, pero cuanto más lo pensaba, más dudas tenía. Tres meses no es mucho tiempo cuando se es joven, pero ellos ya no eran niños: Paula se acercaba a los treinta, y Pedro era seis años mayor. Los dos habían tenido la oportunidad de madurar, de darse cuenta del punto en que se hallaban sus vidas y pensar lo que querían hacer con ellas. Si las intenciones de Pedro con respecto al futuro de ellos dos como pareja no eran tan serias como aparentaban, entonces, ¿a qué obedecía todo el cortejo de aquellos meses?

«Todo lo que sé es que un día las cosas parecían ir sobre ruedas y que, de la noche a la mañana, se acabó todo. Nunca entendí el porqué», recordó.

Aquello también la preocupaba. Si Melisa nunca había comprendido lo que había sucedido con las anteriores relaciones de Pedro, probablemente Matías tampoco. ¿Quería decir eso que Pedro también lo ignoraba? Y si así era, ¿significaba que a ella le aguardaba el mismo final?

Paula sintió que se le formaba un nudo en el estómago y miró a Pedro de reojo. Él se dió cuenta y se volvió, en apariencia ajeno a las preocupaciones de ella. Al otro lado de la ventanilla, los árboles de los márgenes pasaban tan deprisa que parecían una masa borrosa.

—¿Te has divertido esta noche?

—Sí —respondió en voz baja—. Me gustan tus amigos.

—¿Qué tal con Melisa?

—Nos hemos entendido bien.

—Probablemente te habrás dado cuenta de que tiene la costumbre de decir lo primero que le pasa por la cabeza sin que le importe lo absurdo que pueda resultar. A veces es mejor no hacerle mucho caso.

Aquel comentario no contribuyó a tranquilizarla. Nico se movió inquieto en su regazo, y Paula se preguntó por qué las cosas que Pedro se había callado parecían cobrar, de repente, más importancia que las que sí le había dicho.

«¿Quién eres, Pedro Alfonso? —se preguntó—. ¿Realmente te conozco? Y, lo más importante, ¿qué hacemos ahora?»

Sabía que él no despejaría ninguno de aquellos interrogantes, así que respiró hondo y se esforzó por que su voz sonara tranquila.

—Pedro..., ¿por qué no me has contado lo de tu padre?

Los ojos de él reaccionaron con sorpresa.

—¿Mi padre?

—Sí. Melisa me ha explicado que murió en un incendio —aclaró ella mientras veía cómo las manos de Pedro aferraban con más fuerza el volante.

—¿Cómo salió el tema? —preguntó él en otro tono.

—No lo sé. Simplemente salió.

—¿Fue idea tuya o de ella?

—¿Y eso qué importa? La verdad es que no lo recuerdo.

Pedro  no contestó. Tenía los ojos fijos en la carretera. Paula aguardó hasta que se dio cuenta de que él no tenía intención de responder.

—¿Te hiciste bombero por tu padre?

Negó vigorosamente y soltó un suspiro.

—Mira, prefiero no hablar de este asunto.

—Quizá yo pueda ayudarte...

—No puedes —replicó él, interrumpiéndola—. Además, no es cosa tuya.

—¿Que no es cosa mía? —estalló Paula, que no acababa de creerlo—. Pero ¿de qué estás hablando? Tú me interesas, Pedro, y me preocupo por tí. Me duele pensar que no confías en mí lo bastante para explicarme lo que te preocupa.

—No hay nada que me preocupe —repuso—. Es sólo que no me gusta hablar de mi padre. Paula se dió cuenta de que podría presionarlo, pero que eso no la conduciría a ninguna parte.

El silencio volvió a apoderarse de la cabina. Sin embargo, en aquella ocasión, estaba teñido de temor. Así se mantuvo hasta que llegaron a casa.

Pedro depositó a Nico en la cama y fue al salón a esperar a que Paula acabara de ponerle el pijama. Cuando ella salió del cuarto del niño, se dio cuenta de que Pedro no se había acomodado y que permanecía de pie, cerca de la puerta, como si la aguardara para despedirse.

—¿No te vas a quedar? —preguntó ella, sorprendida.

Él negó con la cabeza.

—No puedo. Mañana tengo un día muy ocupado.

Aunque lo dijo sin el más leve rastro de acritud, sus palabras no hicieron que ella se sintiera mejor. Pedro agitó el llavero, y Paula atravesó la sala y se le acercó.

—¿Estás seguro?

—Sí. Lo estoy.

Ella le agarró la mano.

—¿Hay algo que te angustia?

Pedro negó con la cabeza.

—No. Nada.

Paula aguardó por si él añadía algo más, pero Pedro no dijo palabra.

—De acuerdo. ¿Nos veremos mañana?

Él se aclaró la garganta antes de contestar.

—Lo intentaré, pero tengo un día muy apretado. No sé si tendré tiempo de acercarme.

Paula lo contempló, intrigada.

—¿Ni siquiera para almorzar?

—Veré lo que puedo hacer, aunque no te lo prometo.

Sus miradas se encontraron, pero Pedro apartó los ojos enseguida.

—¿Podrás venir para acompañarme al trabajo mañana por la noche?

Durante un breve instante, Paula tuvo la impresión de que no le había gustado que le hiciera aquella pregunta. ¿Había sido cosa de su imaginación?

—Sí, claro. Te acompañaré —respondió él finalmente. Luego le dió un leve beso y se encaminó hacia su camioneta sin volver la vista atrás.

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