domingo, 17 de enero de 2016

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 80

—Para ser sincera, no lo sé. Nunca lo he sabido. Pero Pedro siempre reacciona de la misma manera cuando una relación empieza a ir en serio.

—Pero ¿por qué?... Me refiero a que nos llevamos bien, y es tan fantástico con Nico...

—No puedo hablar por Pedro. De verdad que no puedo. Como te he dicho, nunca lo he comprendido.

—Pero seguro que tienes alguna idea...

Melisa dudó.

—No se trata de ti, créeme. El día en que cenamos en casa no bromeaba cuando te dije que realmente se interesa por ti. Es evidente. De hecho, nunca lo he visto tan pendiente de nadie. Matías opina lo mismo. Pero a veces me parece que Pedro  se niega a sí mismo el derecho a ser feliz y que estropea todas las oportunidades que se le presentan. No creo que lo haga a propósito, más bien tengo la impresión de que no puede evitarlo.

—Eso no tiene sentido.

—Puede que no, pero pienso que es eso lo que está sucediendo.

Paula lo meditó. Más adelante se divisaba el restaurante y, tal como le había dicho Rafael, a juzgar por la cantidad de vehículos aparcados, no debía de haber muchos clientes. Cerró los ojos y apretó los puños de pura frustración.

—En cualquier caso, la pregunta sigue siendo la misma: por qué.

Melisa no respondió de inmediato. Puso el intermitente y giró para aparcar.

—Si me lo preguntas, te diré que es por algo que le ocurrió hace mucho tiempo —contestó finalmente.

Por su tono de voz, el significado saltaba a la vista.

—¿Por su padre?

Melisa asintió.

—Se culpa a sí mismo de su muerte —dijo, hablando lentamente.

Paula sintió que se le hacía un nudo en la boca del estómago.

El coche se detuvo.

—Quizá deberías hablar con él sobre el asunto —sugirió Melisa.

—Ya lo he intentado.

Melisa hizo un gesto con la cabeza.

—Sí. Me lo imagino. Todos lo hemos intentado.

Paula  trabajó su turno sin apenas poder concentrarse en lo que hacía; por suerte, como no había muchos clientes, no tuvo demasiada importancia.

Por su parte, Zaira, que en circunstancias normales la habría acompañado a casa, se marchó temprano, lo cual dejó a Rafa como el único capaz de ofrecerle un medio de transporte. A pesar de que ella le agradecía que estuviera dispuesto a llevarla, sabía que su jefe solía quedarse limpiando una hora después de haber cerrado y que eso significaba regresar a casa aún más tarde. Al final, Paula se resignó. Estaba empezando a recoger, cinco minutos antes del cierre, cuando la puerta de entrada se abrió.

Pedro.

Entró y saludó con la mano a Rafael, pero no hizo ni el menor intento de acercarse a Paula.

—Melisa me ha llamado y me ha dicho que necesitas que alguien te lleve —dijo él.

Ella se había quedado sin palabras. Se sentía furiosa, confusa, pero... todavía enamorada; aunque ése era un sentimiento que se iba apagando con el paso de los días.

—¿Dónde te habías metido?

Pedro se movió, incómodo.

—Estaba trabajando. No sabía que hoy ibas a necesitar que te acompañara.

—Pero si lo has estado haciendo diariamente durante los últimos tres meses —contestó ella, tratando de mantener la compostura.

—Mira, he estado toda la semana fuera y la última noche no me lo pediste. Pensé que Zaira lo haría. Disculpa, no sabía que me había convertido en tu chófer particular.

—Lo que acabas de decir es una bajeza, Pedro, y lo sabes —repuso Paula fulminándolo con la mirada.

Pedro se cruzó de brazos.

—Mira, no he venido hasta aquí para que me echen una bronca. He venido por si me necesitas para que te acompañe. ¿Es así o no?

Paula  frunció los labios.
—No —replicó llanamente

Si aquello supuso una sorpresa para Pedro, no lo demostró.

—Muy bien —contestó, desviando la mirada. Bajó los ojos un instante y volvió a mirarla—. Siento lo de antes, si es que te sirve de algo.

Paula pensó que en parte servía y en parte no, pero no se lo dijo. Cuando él comprendió que Paula  había dado por concluida la conversación, dio media vuelta y abrió la puerta para salir.

—¿Necesitarás que te lleve mañana? —preguntó por encima del hombro.

Paula lo meditó.

—¿Te presentarás?

Pedro  hizo una mueca.

—Sí. Me presentaré —repuso en voz baja.

—Entonces, conforme.

Él hizo un gesto de asentimiento y se marchó. Paula se volvió y vió que Rafael estaba limpiando la barra como si su vida dependiera de ello.

—Rafa...

—Dime, cariño —dijo, haciendo ver que no se había enterado de nada.

—¿Te importa si mañana me tomo la noche libre?

Él la miró como si se tratara de su propia hija.

—Creo que es lo mejor que puedes hacer —replicó con toda franqueza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario