miércoles, 13 de enero de 2016

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 70

—Lo siento —dijo Melisa con amabilidad—, pero no he podido resistir la tentación. Es tan fácil molestarte... Igual que a Bozo.

—¿Estás hablando de mí, cariño? —terció Matías para aliviar la evidente turbación de su amigo.

—¿Quién más te llama Bozo?

—Excepto tú y mis otras tres esposas, nadie realmente.

—Hum... Está bien. De otro modo me sentiría celosa.

Melisa se inclinó y le dio un rápido beso a su marido en la mejilla.

—¿Se portan así siempre? —le susurró Paula a Pedro con la esperanza de que no se le ocurriera pensar que había sido ella la responsable de la pregunta de Melisa.

—Desde el día en que los conocí —contestó él, pero era evidente que tenía la cabeza en otra parte.

—¡Eh! Nada de cuchicheos a nuestras espaldas —protestó Melisa, que, acto seguido, se volvió hacia su invitada y encarriló la conversación por terrenos menos comprometedores—. Paula, cuéntame algo de Atlanta. Nunca he estado allí.

Paula  suspiró mientras Melisa la miraba a los ojos con una imperceptible y traviesa sonrisa. El guiño fue tan leve que ni Pedro ni Matías se percataron.

A pesar de que la conversación entre las dos mujeres transcurrió con normalidad durante la hora siguiente, contando con las oportunas intervenciones de Matías, Paula se percató de que

Pedro  casi no abrió la boca.

—¡Te atraparé! —gritó Matías mientras perseguía a su hijo Lautaro, que lanzaba agudos chillidos en los que se mezclaban el miedo y la diversión.

—¡Ya casi has llegado a la base! —aulló Pedro.
Lautaro bajó la cabeza y cargó hacia delante mientras su padre, perdida la carrera, aminoraba. El chico alcanzó la base y se reunió con los demás.

Había pasado una hora desde la cena, el sol se había puesto, y Matías y Pedro estaban jugando a pillar con los chicos, en la parte delantera de la casa.

Matías, con los brazos en las caderas y entre resoplidos, contempló a los cinco chicos, que estaban a pocos metros de distancia los unos de los otros.

—¡No puedes pillarme, papá! —se burló Valentín poniendo los pulgares en los oídos y agitando las manos.

—¡A que no me agarras! —añadió Pedrito, sumándose a su hermana.

—¡Tienen que salir de la base! —exclamó Matías inclinándose y apoyando las manos sobre las rodillas.

Valentín y Pedrito aprovecharon el instante de debilidad y salieron corriendo en direcciones opuestas.

¡Vamos, papá! —llamó Pedrito alegremente.

—¡Muy bien! ¡Tú te lo has buscado! —soltó Matías, haciendo un esfuerzo para estar a la altura del desafío. Corrió tras su hijo y pasó al lado de Nicolás y Pedro, que estaban a salvo en su posición.

—¡Corre, papá, corre! —lo provocó Pedrito, sabiendo que era lo bastante ágil para mantenerse fuera de su alcance.

Matías persiguió a sus hijos, uno tras otro, durante los siguientes cinco minutos. Por su parte, Nico, que había tardado un poco en comprender los rudimentos del juego, captó cómo funcionaba y no tardó en sumarse, mientras Matías corría de un lado a otro por el jardín. Éste, tras unos cuantos intentos más, fue hacia Pedro.

—¡Necesito tiempo muerto! —jadeó mientras aspiraba grandes bocanadas de aire.

—Pues entonces tendrás que atraparme —contestó haciéndose a un lado y poniéndose fuera del alcance de su amigo.

Luego, lo dejó sufrir un rato más, hasta que Matías ya no pudo con su alma. Entonces fue hasta el centro del corro y se dejó atrapar. Matías se encorvó mientras intentaba recobrar el aliento.

—Corren más de lo que parece y cambian de dirección con la agilidad de un conejo —balbuceó.

—Ésa es la impresión que uno tiene cuando es viejo como tú —contestó Pedro—. Pero si estás en lo cierto, te agarraré a tí.

—Estás loco si crees que voy a salir de la base. Pienso quedarme aquí a descansar un rato.

—¡Vamos! —le gritó Valentín  a Pedro para que reanudara el juego—. ¡A que no me pillas!

Pedro se frotó las manos.

—¡Muy bien! ¡Allá voy! —anunció, y dio una gran zancada hacia ellos.

Los chicos huyeron despavoridos en todas direcciones entre risas y chillidos. No obstante, la aguda vocecita de Nico destacó entre las demás e hizo que Pedro se detuviera repentinamente.

—«¡Amos, apa!» —gritaba—. «Amos, apa.»

«¡Papá!»

Pedro se quedó mirando al chico, y Matías, que no se había percatado de la reacción de su amigo, exclamó:

—¡Caramba, Pedro! ¿Acaso te has olvidado de contarme algo?

Pero Pedro no contestó.

—Acaba de llamarte papá —añadió Matías, como si Pedro no se hubiera dado cuenta.

Sin embargo, éste apenas oyó el comentario. Estaba perdido en sus pensamientos y una sola palabra ocupaba su mente.

«Papá.»

Aunque sabía que Nico  se limitaba a imitar a los otros niños, como si llamarlo así formara parte del juego, no pudo evitar recordar la broma de Melisa: «A ver, Pedro, ¿vas a casarte con esta preciosidad o no?»

—Aquí la Tierra llamando a Pedro. ¿Me recibes, gran papá? —remedó Matías, que apenas podía contener la risa.

Por fin, Pedro dió media vuelta y le clavó la mirada.

—Matías, cállate.

—Claro que sí..., papá.

Pedro dió un paso hacia los chicos.

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