viernes, 15 de enero de 2016

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 74

Lo que le ocurría con Pedro era que tenía la impresión de que él se había dejado arrastrar por la ola sin pensar en las consecuencias y que, cuando se había percatado de ellas, había empezado a nadar a contracorriente; quizá no todo el tiempo, pero sí a veces. Seguramente era eso lo que había notado en él últimamente: era como si estuviera utilizando el trabajo como una excusa para escapar de la realidad de su nueva situación.

Naturalmente, también entendía que cuando alguien se obsesiona en buscar un problema, tarde o temprano acaba por encontrarlo; así que deseó que ése fuera su caso con Pedro, que se estuviera equivocando en sus apreciaciones. Cabía la posibilidad de que el trabajo fuera el único responsable de todo. La verdad era que, a juzgar por las apariencias, quizá a Pedro no le faltara razón: una noche que había ido a recogerla, lo había visto tan cansado que Paula tuvo la certeza de que no mentía cuando afirmaba que no paraba en todo el día.

Así pues, se mantuvo tan ocupada como pudo y procuró no perder el tiempo dándole vueltas inútilmente a lo que fuera que pudiera estar sucediendo entre ellos dos. Pedro se sumergió en su trabajo y ella volvió a emplearse a fondo con Nico. Dado que el niño ya empezaba a hablar con más soltura, Paula empezó a practicar con él frases e ideas más complejas, amén de otras habilidades relacionadas con la escuela. Una a una, fue enseñándole órdenes sencillas y lo entrenó para pintar mejor; también lo introdujo en los conceptos numéricos, aunque para Nico el asunto no tenía sentido.

Limpió la casa a fondo, puso orden en los armarios, atendió los turnos del restaurante y pagó sus facturas. En pocas palabras, llevó el mismo tipo de vida que había llevado antes de que Pedro Alfonso apareciera. No obstante, y a pesar de que era una rutina a la que estaba acostumbrada, por las tardes no dejaba de asomarse a la ventana de la cocina con la esperanza de ver aparecer a Pedro por el camino.

Pero eso no sucedía con frecuencia.

Entonces, a su pesar, volvía a recordar las palabras de Melisa: «Todo lo que sé es que un día las cosas parecían ir sobre ruedas y que, de la noche a la mañana, se acabó todo. Nunca entendí el porqué.»

Paula movió la cabeza en un intento de quitarse aquella idea de la cabeza. A pesar de que se resistía a creer que fuera cierto, cada vez le resultaba más difícil convencerse. Incidentes como el del día anterior sólo servían para reforzar sus dudas.

Había ido a pasear en bicicleta con Nico  hasta la casa en la que Pedro estaba trabajando, y habían visto su camioneta aparcada delante. Los propietarios habían decidido reformarla completamente por dentro —baños, cocina y salón—, y el montón de cascotes y tablones amontonados fuera demostraba que se trataba de una obra mayor. Se asomó al interior con la intención de saludar, y los albañiles le dijeron que Pedro estaba en la parte de atrás, bajo un árbol, almorzando. Cuando al fin dio con él, Pedro adoptó un aire culpable, como si acabaran de pillarlo cometiendo una fechoría.

—¡Paula! —exclamó.

Nico, ajeno a su expresión, corrió hasta él.

—¡Hola, Pedro! ¿Qué tal?

—Bien —contestó, limpiándose las manos en los vaqueros—. Estaba tomándome un bocado rápido.

Su almuerzo provenía de Hardee's, lo cual significaba que había tenido que pasar por delante de casa de ella para ir a comprarlo al otro extremo de la ciudad.

—Sí. Ya lo veo —contestó, intentado disimular su preocupación.

—¿Y a qué has venido?

«No es la respuesta que esperaba escuchar», pensó.

Haciendo de tripas corazón, exhibió su mejor sonrisa y contestó:

—Simplemente pasaba por aquí y se me ocurrió acercarme a saludar.

Al cabo de un rato, Pedro los acompañó dentro y les enseñó las obras como si se tratara de la visita de unos desconocidos. Paula sospechó que sólo se trataba de un ardid para evitar enfrentarse a la pregunta de por qué había preferido comer solo en lugar de con ella, como había hecho durante todo el verano, o por qué no había parado a saludarla al pasar por delante de su casa.

Más tarde, aquella misma noche, cuando fue a buscarla, tampoco se mostró mucho más locuaz.

El hecho de que aquello ya no fuera algo infrecuente le tuvo los nervios de punta toda la noche.

—Serán sólo unos días —dijo Pedro encogiéndose de hombros.

Estaban sentados en el sofá de la sala mientras Nico veía una película de dibujos en la tele.

Había transcurrido una semana y la situación seguía igual. Mejor dicho, había cambiado radicalmente, aunque eso dependía de cómo se mirase. En aquellos momentos, Paula se inclinaba poderosamente hacia la segunda actitud. Era martes, y él había ido a recogerla como de costumbre para llevarla al trabajo. El placer que le había causado verlo llegar antes que de costumbre se evaporó tan pronto como Pedro le comunicó la noticia de que se ausentaba.

—¿Cuándo lo has decidido? —preguntó Paula.

—Esta mañana. Un grupo de colegas va a ir y me preguntaron si quería acompañarlos. En

Carolina del Sur la temporada de caza empieza dos semanas antes que aquí. Lo pensé y me dí cuenta de que me apetecía ir con ellos. Necesito tomarme un descanso.

«¿De mí o del trabajo?», se preguntó Paula.

—Entonces, ¿te vas mañana?

Pedro  se movió, incómodo.

—De hecho nos vamos esta noche. Saldremos alrededor de las tres de la madrugada.

—Estarás agotado.

—Nada que un buen termo de café no pueda arreglar.

—Entonces será mejor que no vayas a recogerme esta noche —sugirió Paula—. Te irá bien dormir el rato que puedas.

—No te preocupes, allí estaré.

Paula negó con la cabeza.

—No. Hablaré con Zaira. Ella me traerá a casa.

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