domingo, 24 de enero de 2016

Una pasión Prohibida: Capítulo 8

—Me enteré por la CNN. Siempre veo las noticias de la noche para estar al día con lo ocurre en casa —dijo ella con un profundo suspiro—. Dos o tres días antes de la tragedia, recibí una carta de mi hermana. Su muerte despertó un montón de sentimientos enterrados, además de la tristeza, claro. Habíamos planeado encontrarnos… en París —Paula agachó la cabeza, pero aun así Pedro pudo ver las lágrimas que se deslizaban por sus pestañas. Sabía que tenía que convencerla para que cejara en su empeño. Sería un suicidio subir a una montaña que no tenía piedad alguna. Tanto para un escalador novato como para alguien experimentado, bastaba un paso en falso para caer y encontrar una muerte segura.

El Everest no hacía prisioneros.

—Si hubiera alguna forma de poder ayudarte, lo haría, lo sabes ¿verdad? Seré sincero. Necesito el trabajo. Circulan muchos rumores por Namche Bazaar y ninguno es cierto —dijo Pedro poniendo la mano sobre la de ella encima de la mesa, aunque no sabía si para tranquilizarse o tranquilizarla a ella.

A pesar de no ser una mujer pequeña, su mano le pareció diminuta y delicada en comparación con la suya. La tentación de apretarla lo puso en tensión, un reflejo basado en los mismos instintos que lo habían llevado a comprobar la feminidad que exhalaba aquella mujer desde que entró de puntillas en su habitación.

—Hay una forma de ayudarme: dame la oportunidad de llevarme a mi hermana a casa.

—¿Sigues teniendo hambre? Porque he pedido un buen montón de comida — dijo él cambiando de tema sin aviso.

Las lágrimas se secaron en las pestañas de Paula y Pedro tuvo la esperanza de haberla hecho cambiar de opinión respecto a subir a la montaña. Hacía mucho tiempo que no tenía oportunidad de hablar con una mujer, excepto con Delfina. Desde que la conociera a ella y a Fernando tres años antes, Delfina había sido como una hermana, más que su propia hermana, Luciana, a quien hacía años que no veía.

La diferencia entre Delfina y Paula era que con la primera no había sentido jamás el íntimo cosquilleo sexual que sentía en ese momento. Una parte de él deseaba poder hacer realidad el deseo de la mujer y llevarla con él, no sólo por el dinero que ello pudiera suponer. Estaba prácticamente arruinado pero tenía unos hombros fuertes y sabía trabajar. Saldría adelante.

Paula liberó su mano y se llevó el vaso a los labios.

—¿Qué tipo de comida?

—Tiras de cordero a la barbacoa y pan de pita para envolverlas. Pensé que eso llenaría más que un simple kebab.

—Estupendo. Me parece que tengo hambre desde que llegué a Nepal —dijo ella dando un nuevo sorbo. Pedro habría jurado que el escalofrío que vió debía de haberle llegado hasta la punta de los dedos de los pies—. Será por el aire puro.

Pedro encontró otra sonrisa que le dedicó con verdadero placer mientras echaba un vistazo a la sala llena de humo.

—Eres fácil de satisfacer.

—En eso te equivocas. No estoy nada satisfecha y no lo estaré hasta que suba a esa montaña y recupere el cuerpo de mi hermana.

Pedro reconoció el tono de pobre niña rica en el eco que sobrevino cuando Paula golpeó la mesa con el vaso vacío.

Fernando había sido buen amigo suyo. Un hombre rico sin contar con el dinero de su esposa, un hombre que no había pretendido nunca ser mejor que los demás. Y al oír a Paula no le gustó nada que nunca lo mencionara.

—Me he dado cuenta de que sólo mencionas a tu hermana cuando hablas de recuperar el cuerpo. ¿Qué me dices de su marido? ¿Dónde encaja Fernando en tu plan?

Había sido demasiado obvia. ¿Acaso Pedro había logrado leer sus pensamientos y ver la rencilla que había arrastrado durante quince años?

—Vale, me has pillado. Nunca me gustó Fernando.

Pedro se apoyó contra el respaldo de su silla.

—¿Y por qué no te gustaba? Era un tipo estupendo, nunca le hizo daño a nadie.

—No es que quiera dejarlo allí arriba. Es sólo que Fernando es el motivo de que Delfina y yo nos distanciáramos. Con el beneplácito de mi padre, claro.

Aunque Pedro se había separado un poco, y ya no tenía las piernas estiradas debajo de la mesa, Paula se sintió aliviada cuando lo vió apoyar los codos en la mesa y juguetear con el vaso en las manos.

—Me he perdido. Empieza por el principio porque tenemos que estar hablando de un hombre diferente. Fernando era uno de los hombres más amables que he conocido.

Cuando abrió la boca para rebatirlo, Paula se dió cuenta de pronto. Se humedeció los labios pero las palabras no querían salir. Se acababa de dar cuenta de que la imagen que le estaba dando a Pedro no era muy agradable.

—¿Puedo tomar otro? —dijo señalando la botella.

—¿No crees que deberías esperar a que llegara la comida?

—No. Lo necesito ahora —dijo sosteniendo el vaso.

Pedro le sirvió y la miró a los ojos tras ello. Paula dió un gran sorbo pero el líquido ya no le quemaba la garganta. Era como si los dos primeros sorbos la hubieran anestesiado. Había oído que era posible contarle a un extraño lo que jamás te atreverías a contarle a un amigo. En un momento de lucidez, se había dado cuenta de que no tenía muchos amigos que la hubieran escuchado sin utilizar la información después, lo que no decía mucho a su favor a la hora de buscar amigos. Era una pena que Pedro no tuviera pinta de cura. Se lo habría puesto mucho más fácil.

—Sólo tenía trece años cuando ellos se enamoraron y…

Se detuvo para reagrupar todos sus pensamientos. Aquello había sonado a excusa. Tenía que contárselo todo y desde el principio.

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