lunes, 18 de enero de 2016

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 87

El fin de semana siguiente, cuando Pedro llegó a casa de Melisa con la intención de ocuparse del jardín, dió un respingo y tuvo que parpadear varias veces para asegurarse de que los ojos no lo engañaban.

Acababa de ver en la entrada un cartel con las palabras «se vende».  La casa estaba en venta.

Pedro permaneció sentado en su camioneta con el motor en marcha. Cuando por fin Melisa salió y lo saludó con la mano, él apagó el contacto y se apeó. Mientras caminaba hacia ella, y aunque no podía verlos, le llegaron los sonidos de los niños, que jugaban en la parte de atrás. Melisa le dió un abrazo.

—¿Cómo estás? —preguntó mientras le buscaba los ojos. Pero él dio un paso atrás evitando mirarla a la cara.

—Bien, supongo —repuso, distraído. Luego hizo un gesto en dirección a la calle y preguntó—: ¿Qué significa eso?

—¿A tí qué te parece?

—¿Vas a vender la casa?

—Sí. Eso espero.

—¿Por qué?

Melisa pareció encogerse cuando se volvió para contemplar la vivienda.

—Sencillamente, no puedo seguir aquí —contestó al fin—. Hay demasiados recuerdos...

Parpadeó para contener las lágrimas y se quedó contemplando la casa sin decir palabra. De repente, tenía un aspecto derrotado y cansado, como si la carga de tener que seguir adelante sin el apoyo de Matías la estuviera consumiendo. Pedro sintió una punzada de miedo.

—No pensarás mudarte, ¿verdad? —preguntó, incrédulo—. Tienes intención de quedarte en Edenton, ¿no?

Melisa tardó un momento en negar con la cabeza.

—¿Y adonde piensas ir?

—A Rocky Mount.

—Pero ¿por qué? —inquirió Pedro con voz chillona—. Has vivido aquí durante más de doce años... Tienes amigos... Me tienes a mí... ¿Es porque la casa se te ha quedado grande? —preguntó rápidamente, y a continuación añadió—: Si es por eso, yo te puedo ayudar. Dímelo y te construiré otra a precio de coste donde tú quieras.

Finalmente, Melisa se volvió hacia él.

—No es por la casa. Eso no tiene nada que ver. Mi familia está en Rocky Mount y es a ellos a quienes necesito en estos momentos. No sólo yo, también los niños. Allí viven todos sus primos. El colegio no ha hecho más que empezar. No creo que les cueste tanto adaptarse.

—Entonces ¿se van enseguida? —preguntó él sin acabar de creer lo que estaba oyendo.

Melisa asintió.

—Sí. La semana que viene. Mis padres tienen una vieja casa que solían alquilar y que me prestarán mientras vendo ésta. Está al lado de la suya. Así, si encuentro un trabajo, estarán cerca para ocuparse de los niños.

—Yo podría hacer eso, Melisa —dijo Pedro rápidamente—. Podría darte un trabajo... Podrías ocuparte de mis facturas y de los pedidos y ganar un dinero sin moverte de casa. Incluso podrías hacerlo en tu tiempo libre... Cuando tú quisieras.

Ella lo miró con una triste sonrisa.

—¿Por qué, Pedro? ¿Pretendes rescatarme a mí también?

Aquellas palabras lo hicieron vacilar, y ella lo observó cuidadosamente antes de proseguir:

—Eso es lo que estás intentando hacer, ¿verdad? Por eso has venido a casa estos últimos días y te has ocupado del jardín y de los niños... Escucha, te agradezco lo del trabajo y la casa. Agradezco lo que intentas hacer, pero no es lo que necesito. Lo que quiero es llevar esto a mi manera.

—No pretendo rescatarte de nada —protestó Pedro, intentando ocultar el dolor que sentía—. Se trata sólo de que sé lo duro que puede resultar perder a un ser querido y no quiero que tengas que enfrentarte tú sola a los problemas.

Ella meneó la cabeza lentamente.

—¡Oh, Pedro! —dijo en tono casi maternal—. Es lo mismo. —Hizo una pausa mientras una expresión de triste certidumbre se dibujaba en su rostro—. Es lo que has estado haciendo toda tu vida. Siempre que encuentras a alguien que crees que necesita ayuda, si puedes, le ofreces exactamente lo que necesita. Y no sé por qué, pero tengo la impresión de que últimamente has puesto los ojos en nosotros.

—¡Eso no es cierto!

Aquella negación no convenció a Melisa, que le agarró una mano.

—Sí lo es —contestó con calma—. Es lo que hiciste con Valeria cuando su novio la abandonó; es lo que hiciste cuando viste a Lorena tan sola; es lo que hiciste con Paula cuando descubriste la vida tan dura que llevaba. Piensa en todo lo que la ayudaste nada más conocerla. —Hizo una pausa para permitir que sus palabras hicieran efecto—. Es como si tuvieras la necesidad de hacer que las cosas le fueran mejor a la gente, Pedro, y siempre ha sido así. Puede que no me creas, pero los acontecimientos de tu vida lo demuestran. Incluso tu trabajo: como contratista, arreglas lo que se ha roto; como bombero, salvas a la gente. Matías nunca comprendió nada de todo esto, pero para mí está muy claro. Ésa es tu esencia.

Pedro  no tenía respuestas para aquello. Se dóo la vuelta mientras las palabras pasaban una y otra vez por su mente. Melisa le tomó la mano y le dió un leve apretón.

—Pedro, no hay nada malo en lo que te he dicho. Pero no necesito lo que me ofreces... Y, a largo plazo, tampoco es lo que necesitas tú. Cuando llegara el momento, cuando vieras que ya me habías salvado y no necesitara ayuda, dejarías de prestarme atención y empezarías a buscar a otro a quien rescatar. Y yo seguramente te estaría infinitamente agradecida por lo que hubieras hecho si no fuera porque conozco la verdad de tu comportamiento.

Melisa se detuvo y esperó que él dijera algo.

—¿Qué verdad es ésa? —preguntó Pedro con voz ronca.

—Pues que, en el fondo, rescatándome a mí estabas intentando rescatarte a tí mismo, por culpa de lo que sucedió con tu padre. Mira, no importa lo mucho que yo ponga de mi parte. Eso es algo que sólo tú puedes conseguir. Se trata de un conflicto que has de resolver con tus propios medios.

Aquellas palabras lo golpearon con una fuerza casi física y lo dejaron sin aliento. Sentía la cabeza como un torbellino y apenas podía ver con claridad. Un torrente de recuerdos y de imágenes le acudió a la mente en rápida sucesión: el rostro enfadado de Matías en el bar; los ojos llenos de lágrimas de Paula; las llamas del almacén que le lamían los brazos y las piernas; su padre que se daba la vuelta bajo el sol mientras su madre tomaba una fotografía...

Melisa contempló aquella tormenta de emociones desfilando por el rostro de Pedro y lo abrazó con fuerza, rodeándolo con ambos brazos.

—Has sido como un hermano y te quiero por haber estado siempre disponible para mis hijos. Pero, si tú me quieres, comprenderás que nada de lo que te acabo de decir ha sido para herirte. Sé que pretendes salvarme, pero te repito que no lo necesito. Lo que necesito es que tú encuentres el modo de salvarte a tí mismo, de la misma manera que intentaste salvar a Matías.

Pedro  se sentía demasiado aturdido para responder, así que permanecieron abrazados bajo el sol de la mañana.
—¿Cómo? —consiguió articular él, por fin.

—Creo que ya lo sabes —repuso ella sin soltarlo—. Sí. Creo que ya lo sabes.

Pedro se marchó de casa de Melisa completamente aturdido. Apenas podía concentrarse en la conducción y estaba tan confundido que no sabía siquiera adonde ir. Se sentía como si le hubieran arrebatado sus últimas reservas de energía, dejándolo desnudo y exhausto.

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