miércoles, 13 de enero de 2016

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 67

—¿Cómo fueron las cosas por Croatan?

El día en que José  pidió voluntarios para luchar contra el fuego, sólo Pedro levantó la mano. En cambio, Matías se limitó a negar con un gesto de la cabeza cuando su amigo le preguntó si lo acompañaría.

Lo que Pedro ignoraba era que Matías estaba al tanto de lo ocurrido en los bosques; que José lo había llamado y le había contado en tono confidencial que Pedro había estado a punto de morir al verse rodeado de repente por las llamas y que, de no haber sido por un afortunado cambio en la dirección del viento que disipó el humo y le permitió ver una vía de escape, habría perecido calcinado allí mismo. Aquel último coqueteo de Pedro con la muerte no había sorprendido ni un ápice a Matías.

Pedro bebió un sorbo de cerveza mientras su rostro se ensombrecía con el recuerdo.

—La verdad es que a ratos la cosa estuvo fea. Ya sabes cómo son los incendios. Por suerte, nadie salió herido.

«Eso, por suerte, otra vez», se dijo.

—¿Y nada más?

—Nada —respondió, evitando cualquier mención al peligro—. Pero ojalá hubieras venido. No íbamos sobrados de hombres, precisamente.

Matías hizo un gesto negativo mientras recogía el rascador y empezaba a frotar la parrilla.

—No, gracias. Eso es para ustedes, los jóvenes. Me estoy volviendo viejo para esa clase de aventuras.

—Yo soy mayor que tú, Matías.

—Eso es cierto si lo consideras en términos cronológicos; pero, comparado contigo, soy un viejo: tengo progenie.

—¿Progenie?

—Sí. Una palabra de esas que salen en los crucigramas. Quiere decir que tengo hijos.

—Ya sé lo que quiere decir.

—Entonces, también sabrás que ya no puedo levantarme, así sin más, y desaparecer. Ahora que los chicos están empezando a hacerse mayores, no es justo para Melisa que me largue y me meta en asuntos como ése. Mira, si se hubiera tratado de algún incidente en Edenton, habría sido diferente; pero ya no quiero ir arriesgando el pellejo por esos mundos de Dios. La vida es demasiado corta para eso.

Pedro agarró un trapo y se lo entregó a su amigo para que limpiara el rascador.

—Así que sigues pensando en dejarlo, ¿eh?

—Sí. Continuaré unos cuantos meses y ya está.

—¿No te arrepentirás?

—En absoluto. —Hizo una pausa antes de proseguir—. ¿Sabes?, tú también podrías estudiar la posibilidad de dejarlo —dijo como si le quitara importancia.

—Yo no tengo intención de abandonar, Matías —repuso Pedro, descartando la idea de inmediato—. No soy como tú y no tengo miedo de lo que pueda suceder.

—Pues deberías.

—Así es como lo ves tú.

—Quizá —respondió Matías con calma—. Pero es la verdad. Si de verdad te interesan Paula y Nico, deberías empezar a ponerlos a ellos por delante, como hago yo con los míos. Lo que hacemos es peligroso, independientemente de las precauciones que tomemos, y ése es un riesgo que no debemos correr. En varias ocasiones, hemos tenido más suerte de la normal.

Hizo una pausa y dejó la herramienta a un lado. Luego miró a Pedro a los ojos.

—Tú sabes lo que significa crecer sin padre. ¿Te gustaría que fuera eso lo que le ocurriera a Nico?

Pedro se envaró y exclamó:

—¡Maldita sea, Matías...!

El otro levantó las manos para interrumpirlo.

—Déjame decirte algo antes de que empieces a ponerme verde. Desde aquella noche en el puente, y ahora en Croatan, sí, ya ves que estoy enterado, y no creas que me da buen rollo... Pedro, escúchame, un héroe muerto sigue estando muerto. —Tosió para aclararse la garganta—. Mira, no sé... es como si con los años te empeñaras en desafiar al destino cada vez más. Es como si persiguieras algo..., y a veces me da miedo.

—No tienes que preocuparte por mí.

Matías lo miró fijamente y le puso una mano en el hombro.

—Siempre me preocupo por tí, Pedro. Eres como mi hermano.

—¿De qué crees que están hablando? —preguntó Paula  mientras observaba a los dos hombres desde la mesa.

Había visto que Pedro cambiaba de actitud y se ponía repentinamente en guardia. Melisa también se había fijado.

—¿Esos dos? Probablemente, del Cuerpo de bomberos. Matías va a dejar el voluntariado a final de año. Supongo que le está diciendo a Pedro que haga lo mismo.

—Pero Pedro disfruta prestando ese servicio.

—Mira, no sé si disfruta; lo que sí sé es que lo hace porque se siente obligado.

—¿Cómo dices?

Melisa vió que Paula la contemplaba con perplejidad.

—Sí... Por su padre.

—¿Su padre?

—¿No te lo ha explicado? —preguntó Melisa cautelosamente.

—No. —De repente, Paula  sintió miedo por lo que le iban a decir—. Sólo me contó que su padre había muerto cuando él era todavía un niño.

Melisa asintió. Los labios le formaban una prieta línea.

—¿Qué sucede? —preguntó Paula, dominada por la ansiedad.

La otra suspiró mientras dudaba si proseguir o no.

—¡Por favor, dímelo!

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